El Bosco, un laberinto de sueños
El legado de El Bosco sigue siendo objeto de discusiones e interpretaciones 500 años después de su muerte.
Tal vez eres uno de los 428.527 visitantes que ha disfrutado de la exclusiva muestra ‘El Bosco. La exposición del V centenario’ en el Museo del Prado. O tal vez eres uno de los rezagados que aún no ha visto la más numerosa reunión de obras de Jeroen van Aken (1450? – 1516), más conocido como Hieronymus Bosch o, en España, bajo el apelativo de El Bosco. Seas de los afortunados o de los remolones, seguro que te embarga una enorme sensación de inquietud y duda al no ser capaz de descifrar las innumerables incógnitas que encierran la prolífica obra del artista neerlandés.
Cinco siglos después de su muerte su legado sigue siendo objeto de discusiones e interpretaciones. Intentar dar respuesta a su obra te lleva irremediablemente a otra pregunta, un juego desquiciante que dura ya 500 años. Historiadores del arte, pintores, lingüistas, teólogos, sociólogos y psicólogos se han acercado a su obra para intentar desentrañar el significado oculto de sus enigmáticas pinturas, pero a día de hoy muchas preguntas acerca de su vida y obra siguen sin respuesta.
¿Quién era El Bosco?
Nada que tenga relación con Van Aken puede ser calificado de fácil. El enigma es una constante. El único documento del que se dispone para saber algo más de El Bosco es su pintura, que cinco siglos después nadie ha podido arrojar algo de luz a todo este mar de conjeturas. Trazar su biografía no ha sido tarea fácil incluso cuando se sabe que el artista jamás se movió de su localidad natal Bolduque (en holandés ‘s-Hertogenbosch), capital de la provincia del Brabante septentrional, en los Países Bajos, que significa literalmente bosque del duque, en relación con el fundador del municipio, Enrique I de Brabante. En homenaje a su ciudad y como gesto para que pudiera ser identificado más allá de su localidad, Van Aken decidió cambiarse el apellido y se convirtió en Hieronymus Bosch.
Su habilidad artística le venía de familia. Provenía de una reconocida estirpe de artesanos: su padre Anthonius van Aken era artista, pintor miniaturista probablemente; también lo fue su abuelo Jan y su bisabuelo Thomas.
Otra de las pinceladas biográficas que se conocen de su vida señala que Hieronymus Bosch no sufrió problemas económicos, por lo que pudo dedicarse a la pintura de manera desahogada y quizá de modo más independiente que sus contemporáneos.
En cuanto al momento histórico en el que se desarrolló su obra, el arte de El Bosco se sitúa en la transición de la Baja Edad Media al Renacimiento, en un momento de grandes tensiones ideológicas y religiosas: corrupción interna del clero, sectas heréticas y nuevas corrientes de pensamiento. Un contexto convulso que se representa en la iconografía de sus obras.
Es una invitación a pensar lo impensable
Se han dado muchas interpretaciones de los cuadros de El Bosco desde su creación. Cada generación ha ido descubriendo un Bosco distinto. Desde Felipe II, uno de los coleccionistas más entusiastas del artista, que admiraba su capacidad para reflejar la faceta más oscura del ser humano, hasta la reinterpretación que la cultura pop ha hecho de su obra al apropiarse alguno de sus cuadros para ilustrar portadas de discos de Deep Purple y Michael Jackson.
De todas sus obras la más reconocida es El Jardín de las delicias, de la que han extraído todo tipo de elucubraciones y conclusiones contrapuestas. “Hay además algunas tablas con diversas extravagancias, donde se desfiguran mares, cielos, bosques, campos y muchas otras cosas, unas que salen de una almeja marina, otras que defecan grullas, mujeres y hombres, blancos y negros, en diversos actos y maneras, pájaros, animales de toda clase y con mucha naturalidad, cosas tan agradables y fantásticas que a quienes no tengan conocimiento de ellas, de ningún modo se les podrían describir tan bien”. Así describía la obra el italiano Antonio de Beatis en 1517, un año después de la muerte de El Bosco.
El tríptico podría ser el paradigma de la complejidad de la obra del artista. Colores brillantes, acción compleja, comedia, tragedia, misterio, pecado, vida, muerte, e incluso redención.
“Esta pintura lleva ahí desde hace muchos años emanando su fuerza, su alma, antes de la Revolución Francesa, después de la Revolución Francesa, antes del marxismo, después de Auschwitz”, reflexiona el poeta, ensayista e hispanista neerlandés, Cees Nooteboom en el recomendable documental El Bosco, el jardín de los sueños, que nos lleva a comprender la obra.
Las incógnitas que han rodeado a su obra han alimentado las especulaciones sobre su figura. El Bosco ha llegado a ser un miembro de una secta esotérica, un cripto-cátaro, un alquimista, otros lo ven tan culto que incorporó mensajes complejos en forma de juegos de palabras visuales basadas en textos bíblicos o en el folclore. Apreciaciones extraídas por un espectador que ha sometido a su mente a un agotador ejercicio de lógica sin mucho éxito. Pero por muy descorazonador que pueda parecer acercarse a la obra de El Bosco, hay una virtud que aflora entre tanto caos: su obra es capaz de atrapar al espectador sin ser comprendida.
Una exposición única
Desde su inauguración el pasado 31 de mayo, la exposición del Museo del Prado que conmemora el quinto centenario del artista ha batido todo los récords. Una acogida que ha motivado su ampliación hasta el 25 de septiembre, que inicialmente tenía prevista su clausura para el 11 de septiembre. Además, permanecerá abierta con un horario excepcional, ya que los dos últimos fines de semana se podrá visitar hasta las 12 de la noche, según ha informado la pinacoteca.
Se trata de una oportunidad única, ya que por primera vez se reúnen las pinturas más importantes de El Bosco en un mismo espacio. El recorrido de esta exposición no es cronológico, debido a la costumbre del artista de no fechar sus obras, y se divide en seis secciones que distribuyen las obras por temáticas: Infancia y vida pública de Cristo, Los santos, Del Paraíso al Infierno, El jardín de las delicias, El mundo y el hombre: Pecados Capitales y obras profanas, y La Pasión de Cristo.
La exposición alberga cerca de medio centenar de obras del artista, entre ellas 21 pinturas y ocho dibujos originales, que constituyen más del 75% del legado que se conserva del pintor, que en muchos casos han sido cedidas por el Metropolitan, la National Gallery, el Museo del Louvre o el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa, que ha prestado la impactante Tentaciones de San Antonio. A la muestra se le unen varios grabados, relieves, miniaturas y pinturas de otros autores que contextualizan el ambiente en el que estas se crearon.
Una muestra exclusiva que invita a introducirte en un mundo surrealista, alegórico y enigmático que no te dejará indiferente.