Madrid en tempo de 'swing'
De los bares y las fiestas esporádicas a grandes escenarios, fiestas y eventos como las Noches del Botánico. Así son las notas de swing en el Madrid actual.
Suenan los primeros acordes de Sh-Boom, la mítica canción doo-woop que el conjunto vocal The Chords grabó en 1954. Varias parejas comienzan a bailar y deslizan sus pies al compás de la música. Sh-boom sh-boom Ya-da-da Da-da-da reza el estribillo. Juan coge a su compañera. Gira sobre ella y vuelve a la posición inicial. Ambos avanzan hacia adelante al mismo ritmo. Entrecruzan brazos y piernas en el más estricto orden. Rítmico y estético. Efecto swing: Deslizarse sobre la pista sin que el eje central (leader) pierda la noción y la coordinación sobre el follower (el integrante que sigue los pasos del leader).
Juan José Pacheco (Juanjo en las distancias cortas) decide parar la música. Se coloca en el centro de la pista y vuelve a dar instrucciones sobre el movimiento que debe adoptar tanto el líder como el otro miembro de la pareja. Tras las nuevas indicaciones se retira y vuelve a reproducir la canción. “Uno, dos y vuelta. ¿Lo tenéis claro? No os agobiéis bailando. Vamos otra vez. Intentad haced todas las figuras”. Todos retornan a su sitio inicial y vuelven a comenzar desde el principio. Juanjo observa a sus alumnos con detenimiento. Lo lleva haciendo desde hace diez años en Blanco y Negro Studio, la primera academia que surgió en Madrid dedicada a los sonidos norteamericanos. Allí tienen cabida el swing, el lindy hop, el Rock & Roll o el blues.
Implantar el sistema noruego
Reconoce que cuando fundó el centro Madrid era un desierto. Muy poca gente de la ciudad conocía el swing y casi ningún espacio facilitaba las cosas para poder practicarlo. Vacío absoluto. Mutismo total. “Hasta hace cinco años aquí en Madrid no había nada de nada. ¡No había ni siquiera salas para poder hacer fiestas! Por aquel entonces pocos espacios te dejaban organizar nada porque la gente de baile en general no somos productivos. Por ejemplo, en la sala Beethoven Blues Band las primeras veces no nos dejaban bailar. No era normal ver a gente bailando mientras todos se tomaban sus copas. Lo que hacíamos era bailar en los pasillos del baño y a final conseguíamos que nos invitaran dentro”, recuerda con cierto impacto Juanjo cuando se da cuenta de cómo ha cambiado la situación en estos últimos años. Ahora cada jueves puede impartir sus lecciones y organizar una sesión swing en la sala Ya’sta de Madrid. Algo impensable hace casi treinta años.
Fue a finales de los 90 cuando decidió emprender su aventura escandinava. Llegó hasta Noruega para recibir nociones de swing en pleno revival del género. Tras el estudio y práctica de todas las técnicas y movimientos posibles, regresó para ver si también en su ciudad podía implantar aquella “forma de vida”, como define él mismo. Fue cuestión de tiempo lograrlo.
Una descripción del baile que también comparte Juan, uno de los bailarines aventajados de su grupo. A sus 25 años, este joven estudiante de informática no sólo tiene agilidad con la tecnología, sino también con la danza. Su afición por el swing vino principalmente por la música, uno de los motivos principales que le llevó hasta el escenario. Frankie Manning tuvo la culpa. Quería ser como él. Moverse como hacía él con Norma Miller, la reina del swing, en Savoy Ballroom. El lugar de Harlem (Nueva York) donde nació y se desarrolló un nuevo estilo de danza llamado Lindy Hop.
Aquel baile de finales de los años 20 en el que se mezclaban los movimientos del estilo charlestón con otros de nueva creación como los aéreos. Acrobacias que inventó Manning para tocar el cielo. “He visto muchos vídeos suyos y lo tengo como referencia pero no lo imito, creo que cada uno tenemos que tener un estilo propio. Todo este baile exige improvisación se trata de entenderse con el otro porque es como si fuera otro idioma”.
Un lenguaje musical que ha ganado cada vez más adeptos, especialmente entre la población joven. Hasta cuatro generaciones coinciden en la pista cuando se organizan este tipo de eventos, como sucedió este jueves en Madrid Swing & Vintage Party, la fiesta de estética vintage que tuvo lugar anoche dentro de las Noches del Botánico. En ella, los aficionados al swing y a los sonidos de los años 30,40 y 50 pudieron recrearse en aquella época a través del piano y la banda de Scott Bradlee. También por medio de la ambientación propia de la época. Viaje a través del tiempo. Back to the past.
Aquí os dejamos el video de @PMJofficial en #nochesdelbotánico. ¡El baile y la fiesta han sido geniales!https://t.co/8TgQNYxraQ
— Noches Del Botánico (@NochesBotanico) July 6, 2017
Mantener el espíritu intacto
Ahí se encuentra la magia de este baile, que reunifica las notas antiguas y modernas de esta música a través de las distintas voces que la defienden. Relato histórico en ocho tiempos protegido por sus expertos según las normas iniciales del mismo. No hay que caer en la moda. Tampoco en el show business. “Lo que tenemos que vigilar es que no desaparezca la esencia. A veces sí tengo miedo de que haya una cierta masificación, porque eso puede llevar a que se pierda el espíritu comunitario”, señala Claire de Broche, vicepresidenta de la asociación Mad For Swing de Madrid.
Claire señala que durante este último año la asociación ha contado con 100 miembros más (en total son 315), lo que les ha permitido desarrollar nuevas vías de comunicación y desarrollo. “Nos unificamos en 2012 para que todos aquellos que quisieran hacer actividades relacionadas con el swing tuvieran cobertura. De hecho, todas las actividades de swing programadas en Madrid están en nuestro calendario. Apoyo institucional no hay, todo nos cuesta sangre, sudor y lágrimas. Si tuviéramos apoyo de un organismo público tendríamos un permiso para bailar todos los viernes en Madrid Río o nos dejarían locales públicos para utilizarlos gratis, y a veces, nos lo ponen extremadamente difícil”, remarca con tono reivindicativo Lourdes Ibiricu, presidenta de Mad For Swing.
Complejidad burocrática que sufrieron también para celebrar el Madrid Lindy Exchange, el evento de mayor asistencia que organiza Mad For Swing y que llegó a congregar a más de 1.000 visitantes al día durante el pasado mes de junio. “Teníamos a 450 personas que venían a Madrid para bailar y hasta el viernes por la tarde no les pudimos decir dónde tenían que acudir el sábado a las doce de la mañana. El Ayuntamiento nos mandó los permisos el último día. De los cuatro sitios que pedimos, recibimos tres autorizaciones a las seis de la tarde del día anterior. Pero vamos, lo hacen con todos”.
Tampoco son fáciles los trámites que exigen las salas de Madrid, cuyo precio por alquilar sus espacios es a veces inasumible. “Las salas en Madrid son muy caras. Faunia por ejemplo nos pedía 18.000 euros por una sola noche. Lo que también pasa es que hay muy pocos empresarios a los que les interesemos. No producimos, esa es la palabra. Los bailarines bailamos, pero no bebemos.”
Ante el monopolio del sector, su asociación pide mayor existencia de edificios civiles para poder desarrollar su actividad. Petición que han formalizado por medio de una propuesta que han presentado ante el Ayuntamiento de Madrid. Su idea es crear una pista de baile al aire libre en Conde Duque, iniciativa que se ha incluido dentro de los Presupuestos Participativos 2017. Que se lleve a cabo o no se decidirá el próximo 13 de julio, cuando el consistorio haga públicos los proyectos ganadores. “De momento la primera fase que es la de apoyos ya está superada. Ahora se tiene que hacer la valoración técnica, y eso es lo difícil, porque necesitas muchos votos, pero puede que salga”, señala con ilusión Lourdes.
La arquitectura del baile
Reclamo que apoya Pablo Sánchez, profesor de swing y fundador de la escuela Big South. Hace cinco años que decidió dejar de lado su anterior vida y crear junto a su pareja, Julia, esta academia de baile. Ella, arquitecta de formación y él, profesional de las Bellas Artes levantaron este centro en plena crisis y actualmente cuentan con 280 alumnos. “Empezamos con esto porque a los dos nos gustaba bailar. Para nosotros el swing es un baile para la vida humana, por eso insistimos en la improvisación, porque hemos perdido la desinhibición, la expresión corporal. Estamos muy alejados del cuerpo y queremos que la gente se deje llevar”.
“El hecho de bailar, de estar juntos y disfrutar de la actividad pasa en el swing de una manera muy certera. Esa es la esencia del ser humano”.
Él, que en su momento también fue alumno de Blanco y Negro, recalca que el desafío actual es que exista el mismo número de salas que de academias. “Lo que queremos es que haya una mayor proclamación sobre el swing en Madrid. Deberían abrirse más salas, pero es muy difícil porque la normativa es muy estricta y el precio del suelo es desorbitado. El problema es que los promotores culturales de esto somos los propios bailarines, y claro, hacer una actividad que no es la del bailarín o la del profesor te quita tiempo”.
Para él este baile debe alejarse de cualquier idea egocentrista, ya que esto puede ser peligroso para la supervivencia del verdadero swing. “El hecho de bailar, de estar juntos y disfrutar de la actividad pasa en el swing de una manera muy certera. Esa es la esencia del ser humano”.
Parte de esa sustancia radica en la música en directo tocada en numerosas ocasiones por las big bands, conjuntos musicales que también han vivido un importante repunte durante estos últimos años.
Bob Sands, saxofonista de jazz y director de la Bob Sands Big Band, ha participado en numerosos eventos y conciertos de swing y es un habitual del Café Berlín. Entre su repertorio nunca falla Duke Ellington, Count Basie o Slide Hampton. Tres de sus referentes principales, aunque su lista se amplíe hasta el infinito. Abandonó su Manhattan natal para recorrer Europa de manera temporal, aunque su espíritu nómada desapareciera en Madrid, ciudad en la que decidió asentarse hace ya 25 años. “Yo quería vivir un año en París, que es muy típico entre los músicos de jazz. Antes de decidirme, visité a un amigo de Barcelona y otro de aquí… En un principio iban a ser seis meses”, recuerda entre risas y nostalgia.
Con motivo de su 34 cumpleaños decidió crear una Big Band, para así disfrutar de la música que le gustaba. El experimento dio sus frutos y los 17 miembros que participaron durante aquella jornada siguen hoy dentro del grupo. “Mi idea no era tener una Big Band permanente, pero todo el mundo quería seguir y fue entonces cuando empezamos a ensayar cada semana en la Escuela Creativa, donde yo era profesor. Ahora ensayamos en un sitio que se llama El Molino”.
“La música que tenemos hoy en día sería diferente sin Miles Davis, ni Duke Ellington. Miles decía que un día al año todos los músicos deberían dejar sus instrumentos al lado y dar las gracias a Duke Ellington”.
Este músico ha compartido escenario con algunas de las eminencias del jazz, como Lionel Hampton, Dizzy Gillespie o Gerry Mulligan. También aquí ha tocado con músicos de la talla de Perico Sambeat, Jorge Pardo o Chano Domínguez. Oportunidades que le sirvieron para seguir perfeccionando en su estilo jazzístico. “Esta música se aprende con la oreja, tocando por encima de los discos. El jazz es un idioma, con su gramática y sus registros. Es un lenguaje y muchos a la vez. El jazz es lo más variado que hay. Más que el rock, más que el pop y más que el funk”, define con énfasis.
Desde que comenzó a tocar hasta ahora confiesa que ha ido alejándose del vanguardismo. Ha vuelto al jazz y al swing más clásico, según él porque allí se encuentra el origen de todo. “La música que tenemos hoy en día sería diferente sin Miles Davis, ni Duke Ellington. Miles decía que un día al año todos los músicos deberían dejar sus instrumentos al lado y dar las gracias a Duke Ellington”. Aunque reconoce que el registro más complicado es el swing y el virtuosismo que tenían sus grandes maestros.
“En mi vida musical intento tener swing, es decir, sacar los solos y tener ese soniquete. Para lograrlo la única manera de aprenderlo es tocar como los que tocan swing y esa es una de las cosas más difíciles de hacer en el mundo. Me encanta el repertorio de Count Basie. De hecho, cuando hemos tocado piezas para bailarines en una sala llena de gente bailando y vestida de época nos hemos divertido mucho. Es una manera sana de pasarlo bien”.