La 'incredible' India no tiene quien hable en sus stands de Fitur
Estamos sentados frente a una mesa, en silencio. B. B. Mukherjee observa la pantalla de su teléfono, pone la cabeza en alto, con sus gafas de diseño a rayas grises y negras sobre su nariz. Mukherjee luce un estrecho bigote con una forma más parecida a un triángulo que a un cuadrado, y viste un traje descatalogado de franela y color marfil que combina con una corbata de otra década. Estamos sentados a la distancia de un metro y B. B. Mukherjee, que es subgerente del Ministerio de Turismo indio en España, sigue en silencio tras cinco minutos y mirando con atención vídeos indescifrables con un volumen moderadamente alto. Tiene un reloj de oro en su muñeca izquierda y tantos anillos como dedos en sus manos. La responsable de prensa está sentada a mi izquierda y me mira con nerviosismo, como esperando una respuesta, y yo le sonrío y eso le tranquiliza.
Estamos sentados frente a una mesa, en silencio. B. B. Mukherjee observa la pantalla de su teléfono, pone la cabeza en alto, con sus gafas de diseño a rayas grises y negras sobre su nariz. Mukherjee luce un estrecho bigote con una forma más parecida a un triángulo que a un cuadrado, y viste un traje descatalogado de franela y color marfil que combina con una corbata de otra década. Estamos sentados a la distancia de un metro y B. B. Mukherjee, que es subgerente del Ministerio de Turismo indio en España, sigue en silencio tras cinco minutos y mirando con atención vídeos indescifrables con un volumen moderadamente alto. Tiene un reloj de oro en su muñeca izquierda y tantos anillos como dedos en sus manos. La responsable de prensa está sentada a mi izquierda y me mira con nerviosismo, como esperando una respuesta, y yo le sonrío y eso le tranquiliza.
Estoy sentado frente a Mukherjee en el stand indio de Fitur porque los dos responsables más importantes de la delegación de la India, que puso mucho interés para promocionar su país y mucho dinero para instalar este espacio tan grande –por no hablar de que el nombre de la marca, Incredible India, aparece prácticamente en cada folleto que circula por aquí dentro como principal patrocinador del evento–, están en sus respectivos hoteles desde una hora indeterminada que no logro averiguar, cuando quedan todavía dos horas para el cierre de la jornada.
La situación es particularmente divertida y extraña. Mukherjee levanta repentinamente la mirada, sonríe mucho y extiende la mano, como advirtiendo –en este momento– que está acompañado. Luego entrecruza los dedos, esperando la primera pregunta, y sus anillos brillan como diamantes.
Le comento, a modo de arranque, que han aumentado mucho su disposición en 2018. Él asiente con la cabeza y dice, con un acento marcadamente indio que solo escuché en películas: “Sí, este año hemos estado en todas las ferias importantes de Europa como patrocinadores”. Pero, casi en una maniobra de escapismo, desvía con velocidad su respuesta y sostiene que India es un país tremendamente rico y diverso, con bosques y templos y ruinas y playas y montañas, y continúa con una explicación nada concisa e inesperada del estado de salud del sistema judicial y político indio y de la calidad sanitaria. “Tendrías que ver qué cirujanos tenemos”, dice, levantando las cejas. “Son muy buenos”.
Después le pregunto por la vocación de su presencia en Madrid y no parece importarle: continúa con su respuesta anterior, explicando las bondades de su presidente y la fortaleza de su democracia, y describe a la India como un país muy rico y “paradójico” donde la riqueza no impide la miseria. Le digo que eso significa que hay mucha desigualdad. El subgerente de Turismo sonríe y concluye: “Sí, qué paradójico, ¿verdad?”.
Y en cada pregunta hay una respuesta similar, como si nos encontráramos en conversaciones ajenas, y la conversación es tan frustrante y claramente incontrolable que finalmente desisto y pienso en la segunda entrevista.
Más al sur, Karnataka
La responsable de prensa se disculpa mientras me conduce hasta el área donde se instala la delegación de Karnataka, una región del sur con 55 millones de habitantes, más salvaje y más verde que el norte –el lugar al que suelen ir a parar los turistas–. La parada está adornada con plantas y una ambientación premeditadamente exótica, con bancos en todas partes y la representación más o menos conseguida de un tigre de Bengala sobre una alfombra verde. Karnataka es una de las zonas que persiguen explotar en los próximos años y hacen un esfuerzo verdadero por crear una imagen atractiva.
Así que el gabinete de comunicación organiza una conversación con el consejero de Turismo, un hombre joven y bien vestido con un inglés perfecto. Esperamos mientras cumple con otro compromiso y al volver se acerca hacia nosotros, con rostro serio, y dice que prefiere no hacerla: se niega, en principio, por estar cansado. Ellos procuran convencerle de lo contrario y finalmente concede una confesión: él no es el consejero de turismo, sino B.A. Devaiah, de Starks Communications, una agencia contratada por el Gobierno regional para representarlos. Lo hace extendiendo una tarjeta que recojo.
Le pregunto si está legitimado para hablar en nombre del Gobierno y él asiente, nos sentamos y hay una conversación fructífera en un primer momento: responde con interés y educación y habla de una región que conoce porque es la suya. Karnataka está en el sur del país y las diferencias respecto al norte, más transitado, más exprimido, son abismales. Un modo distinto de comprender la religión y las tradiciones, un idioma que no es el mismo –hablan mayoritariamente el kannada– y una gastronomía que, presume, únicamente se asemeja en la frecuencia del arroz blanco. Un atributo que, de cualquier modo, comparten la mayor parte de los países de la región.
Devaiah se encuentra menos cómodo y pone más reparos si hay que hablar de seguridad. Él alude, directamente, a las violaciones de mujeres. No las niega, aunque asegura que muchos occidentales viven en la zona y lo hacen con tranquilidad. Dice que si se producen tantas es porque hay muchos habitantes, sin aludir a razones concretas.
–¿Y en cuanto a las infraestructuras?–le planteo.
“Sí, tenemos”, responde, con un largo silencio.