Noah Klieger: "No hay un solo día que pase que no recuerde lo que viví en Auschwitz"
Noah Klieger todavía lleva tatuado en su brazo izquierdo el número de prisionero que le marcaron los nazis en el campo de exterminio de Auschwitz en 1943, una marca que le acompañará hasta el final de los días. A sus 91 años, este superviviente del Holocausto asegura que todos los días recuerda lo que vivió en aquel campo, en el que pasó dos años; dos largos años esquivando la muerte. Con tan solo 16 años los nazis le embarcaron en un tren en Bruselas con destino a Oświęcim, la localidad polaca donde se encontraba ‘la fábrica de la muerte’. Tras el fin de la guerra, Klieger estudió periodismo y se dedicó a cubrir los juicios a los nazis en Bélgica, Francia y Alemania. Todos los años, el 27 de enero, se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Se calcula que casi seis millones de judíos fueron asesinados por los nazis. «Jamás entenderé ese odio hacia los judíos, todas las personas somos iguales».
Noah Klieger todavía lleva tatuado en su brazo izquierdo el número de prisionero que le marcaron los nazis en el campo de exterminio de Auschwitz en 1943, una marca que le acompañará hasta el final de sus días. A los 91 años, este superviviente del Holocausto asegura que todos los días recuerda lo que vivió en ese campo en el que pasó dos años; dos largos años esquivando la muerte. Con tan solo 16 años los nazis lo embarcaron en un tren en Bruselas con destino a Oświęcim, la localidad polaca donde se encontraba la llamada ‘fábrica de la muerte’. Tras el fin de la guerra, Klieger estudió periodismo y se dedicó a cubrir los juicios a los nazis en Bélgica, Francia y Alemania. Todos los años, el 27 de enero, se conmemora el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Se calcula que casi seis millones de judíos fueron asesinados por los nazis. «Jamás entenderé ese odio hacia los judíos, todas las personas somos iguales».
En las elecciones de marzo de 1933, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), la formación dirigida por Adolf Hitler, obtuvo el 44% de los votos, y dio comienzo una de las épocas más negras de la historia del mundo. «Los alemanes votaron por Hitler pese a saber ya de antemano que iba a dirigir su política contra los judíos», y es que Adolf Hitler ya había dejado escrito en ‘Mi lucha’ (Mein Kampf) lo que iba a hacer con las personas judías. «Los alemanes no pueden decir que no sabían lo que hacían», asegura Klieger mientras recorre en su silla de ruedas la exposición sobre Auschwitz que acoge la Fundación Canal de Madrid hasta el próximo día 17 de junio.
Con tan solo 13 años, Klieger participó en la formación de un movimiento sionista juvenil clandestino que ayudó a salvar a más de 270 judíos del Holocausto. Unos pocos años después fue apresado y trasladado a Auschwitz. «Nadie sabía hacia donde nos llevaban, conocíamos la existencia de los campos de concentración, pero no de los de exterminio, y ambos eran muy diferentes».
Los prisioneros en Auschwitz, además de ser marcados con un número tatuado en su brazo, también llevaban cosidos en su pijama -así se llamaba el característico traje de rayas blancas y azules- unos triángulos invertidos de diferentes colores en función de su tipología. Los prisioneros políticos llevaban un triángulo rojo, los homosexuales uno rosa, los gitanos uno marrón, los prisioneros comunes uno verde. Los judíos, además, llevaban un triángulo amarillo superpuesto, formando la característica estrella de David.
Cuando estaba en el campo, Klieger se propuso varios objetivos. El primero de ellos, era sin duda, sobrevivir. «Pensé que nunca lo conseguiría», asegura, «pero me considero un hombre fuerte». Una vez ingresó en el campo, Klieger contrajo neumonía y enfermó gravemente, pero consiguió convencer al mismísimo doctor Mengele y otros médicos de que aún podría ser de utilidad al Tercer Reich. Esta fue la primera vez que logró esquivar a la muerte.
Más tarde, evitó de nuevo la cámara de gas al hacerse pasar por boxeador e ingresar en el equipo de prisioneros que había creado uno de los oficiales de las SS que dirigía el campo y que era admirador de este deporte. Klieger asegura que los judíos eran los prisioneros que peor trato recibían y que se encontraban en el escalafón más bajo. «Dormíamos en literas, hacinados, y a diferencia de algunos presos, nosotros llevábamos unos zapatos de madera muy incómodos».
El segundo objetivo de Kleger, y no menos importante, era contar su experiencia a «todo el mundo», para que no se olvide lo que allí sucedió. «Esto es lo que he hecho durante 60 años, para mí es una misión, no un trabajo», asegura, pero no tiene claro si el mundo ha aprendido la lección. «Ahora hay muchas matanzas y masacres, pero no organizadas y planificadas como en el caso del Holocausto». Su tercer y último objetivo ya lo ha conseguido, «ayudar a los judíos a tener una nación,» Israel.
En enero de 1945 el Ejército Rojo soviético comenzó a ganar terreno a los nazis y acercarse a Auschwitz -que liberarían el 27 de enero- por lo que los nazis decidieron trasladar a pie a otros campos de Alemania a parte de los prisioneros. Eran las llamadas ‘marchas de la muerte’. Klieger fue enviado al campo de Mittelbau-Dora, en una dura caminata de tres días. Allí logró evitar ser exterminado por tercera vez fingiendo ser un experto en mecánica de precisión, por lo que fue enviado a la planta subterránea para producir misiles.
Pero esta no sería la única marcha en la que se vio obligado a participar. En abril de 1945 fue nuevamente trasladado a pie con el resto de los prisioneros a otro campo de concentración, el de Ravensbruck. Esta ‘marcha de la muerte’ duró 10 eternos días.
El 29 de abril Klieger y otros prisioneros de Ravensbruck fueron liberados por el Ejército Rojo.
El periodista israelí cuenta que tras ser liberado, se dirigió a París a buscar a sus padres, pero no los encontró. Lo haría más tarde en Bruselas. Su padre y su madre también habían estado encerrados en Auschwitz, pero nunca estuvieron junto a él. «Creo que somos la única familia de tres miembros que hemos sobrevivido a este campo».
Tras mostrar el número de prisionero tatuado en su brazo sonríe a los más de 20 periodistas que nos concentramos frente a él, y nos aclara, «sonrío porque sus preguntas me parecen inocentes, jamás se podrá explicar lo que nosotros vivimos, vimos y sentimos allí».