Ousman Umar: "Cuando los migrantes llegan al Mediterráneo la batalla ya está perdida"
Su ONG NASCO Feeding Minds trabaja para proporcionar alfabetización digital a los niños en Ghana y evitar que realicen el duro viaje que él hizo
Ousman Umar nació en Ghana hace aproximadamente 30 años. Su madre murió en el parto, pero él no lo supo hasta los 13 años. Según la tradición tribal a él deberían haberle matado, pero no fue así. Su padre nunca le dijo por qué. A los nueve años tuvo que abandonar su aldea y se fue a trabajar de soldador a Accra, la capital del país africano. Sus manos todavía guardan las cicatrices de esa época. A los 13 cruzó el Sáhara a pie con otros migrantes. El 90% de ellos murieron en el camino. Cuatro años después y tras trabajar en las peores condiciones posibles en Libia, atravesó el Mediterráneo en patera para llegar a España, donde estuvo meses durmiendo en la calle, hasta que finalmente le acogió una familia.
Ousman no hablaba español y «era un analfabeto», como él mismo nos cuenta. Logró sacarse el graduado escolar mientras trabajaba en un taller de reparación de bicicletas para poder pagarse los estudios. Ahora, tiene dos carreras –Relaciones Públicas y Márketing–, un postgrado de cooperación en el ESADE y es fundador de la ONG NASCO Feeding Minds, que trabaja para proporcionar alfabetización digital a los niños en Ghana. El objetivo: evitar que realicen el viaje que él hizo y «cambiar las cosas desde dentro», sin la intervención extranjera. Así nos lo asegura en la cuarta edición del festival de talento joven UNLEASH, que acogió a más de 1.200 jóvenes de entre 18 y 30 años, procedentes de más de 100 países diferentes, en el Teatro Goya de Madrid.
Haz clic en reproducir el vídeo para ver el testimonio de Ousman Umar.
En Ghana tenías trabajo, familia, una vida. Pero decidiste realizar un duro viaje para llegar a España, ¿por qué?
Todo empezó cuando vi aquel avión cruzando los cielos de mi pueblo, fue cuando por primera vez en mi vida escuché que existían los blancos, que vivían en un paraíso, donde era todo perfecto. Yo pensaba que ser blanco era casi como ser un dios.
Imagínate las falsas expectativas que han montado allí. ¿Y quién lo ha montado? La historia, después de 400 años de esclavitud, más de 100 años de colonización y, actualmente, la postcolonización.
¿Qué fue lo más duro de ese viaje?
La realidad supera la ficción. Desde aquí es muy fácil pensar que esos negritos nos vienen a quitar el trabajo, esos negritos que nos molestan. No tenemos la más mínima idea de lo que quiere decir vivir en aquella situación solo cinco minutos. ¿Te imaginas estar 21 días caminando en el desierto del Sáhara con sólo cinco litros de agua? Quien conseguía mear era el más afortunado. Mear para beberlo.
El cementerio más grande no es el mar, tal y como algunos dicen. El desierto es realmente el auténtico cementerio. Vivir todo esto para llegar a un país que se llama Libia y que te digan que tu sangre es como la de un perro. Por lo tanto, un médico libio no puede tocar tu sangre.Y tú sangrando. Esa situación la tienes que vivir cuatro años, de sol a sol trabajando en lo que sea, para poder comer.
Eso solo es una pequeña parte. Caes la segunda vez en la trampa de cruzar el charco, el mar Mediterráneo. Vivir sólo un día en aquella situación es cómo superar una gran batalla. Ver morir tus amigos… en fin.
¿Cómo se lo contaste a tu familia? ¿Tuviste apoyo?
De alguna forma era un maldito para entendernos. Porque mi madre murió en el parto y me tenían que haber matado. Nunca sabré por qué mi padre me dejó marchar a los nueve años, pero sí puedo entender que mi padre prefería que muriera por mi cuenta, ya que sabía perfectamente que mi familia me mataría. Yo crecí sin familia y con nueve años me marché de mi pueblo para aprender el oficio de soldador.
¿Cuál es el recuerdo de tu infancia que guardas con más cariño?
Creo que tengo dos momentos clave. El primero es cuando iba a pastorear al campo, a cazar con mi tirachinas o a pescar con mis amigos al río. También me quedo con la imagen del primer día que mi padre me habló como un adulto, que es cuando volví de la ciudad, a los 13 años. En medio del campo me explicó que la que yo consideraba que era mi madre, era en verdad mi tía, y que mi madre había muerto en el parto. Tenía varios indicios de que eso había pasado, porque varios niños me insultaban cuando era pequeño y decían que era un brujo, pero en mi casa siempre lo negaron. Hasta que cumplí los 13 años.
¿Qué le dirías a un joven que pretende realizar el viaje que tú hiciste?
Le diría lo mismo que le dije a Baba, un chico joven que no tenía dinero para pagar la escuela de enfermería. Él fue a trabajar a Enkotia, una zona de Ghana donde los traficantes de migrantes aprovechan el transporte de aceite de palma para meter personas entre los bidones por 400 cedis –unos 70 euros–.
Él tenía 300 cedis y me pidió 100 más para poder hacer ese viaje. Yo le dije que el auténtico paraíso está en su cabeza, está en su casa, la educación es el arma más poderosa para llegar donde quieras. Logré convencerle y decidió invertir ese dinero en estudiar el oficio de electricista. Tres años más tarde me reuní con él en Ghana, y ahora ya es electricista y se ha comprometido a enseñar el oficio a dos o tres compañeros más.
A un joven que se plantea realizar ese viaje le diría que la educación es la clave para llegar a ser el presidente de tu vida y de tu mundo.
¿Qué dirías sobre la avalancha de migrantes que cruzan el Mediterráneo?
Cuando los migrantes llegan al Mediterráneo, la batalla ya está perdida. Lo que ocurre en el Mediterráneo… Os prometo que la magnitud de lo que ocurre allí no está tan lejos de lo que ocurrió en Auschwitz, en los campos de concentración. Por eso nadie merece vivir esto. Nadie.
Te prometo que si la gente tiene acceso a la formación y a la información, y sobre todo oportunidades, se lo pensarían dos veces. Tu familia, tu tribu, tus tradiciones, tu comida. Abandonar todo esto para llegar a Barcelona y Madrid, viviendo en la calle. Nadie lo merece.
¿Qué responsabilidades tiene Europa en ello y qué debe hacer?
Los gobiernos europeos tienen que dejar de poner gasolina en los tanques de los dictadores africanos, a cambio de sacar los recursos que ellos necesitan para sus empresas.
¿El cambio ha de hacerse desde dentro, con ONG locales?
Nunca en la vida voy a ir a tu casa para enseñarte cómo debes arreglarla. Es una falta de respeto. Seamos realistas, quién soy yo para ir a tu casa y decirte cómo debes vivir, ¿solo por qué lo pago yo? Claro, pongo la pasta y me vas a hacer caso, pero mañana cuando me vaya vas a hacer lo que te de la gana. Hasta que el cambio no salga de dentro nada va a cambiar. Y el cambio somos nosotros mismos, los africanos. Por eso he tomado las riendas de mi responsabilidad para hacerlo con mi ONG NASCO Feeding Minds.
Llevamos más de 100 años viviendo en urgencias. ¡Ay que África está muriendo de hambre! Por favor. Dejemos ya de una vez de ser hipócritas, de intentar alimentar nuestra propia conciencia y ayudemos de verdad.
Decidiste formar NASCO. ¿Qué actividades realizáis?
Nasco Feeding Minds se materializa creando aulas informáticas en zonas rurales de Ghana próximas a escuelas para que los estudiantes puedan utilizarlas. En Ghana, para estudiar informática, se dibujaba el ordenador en la pizarra y se estudiaban sus partes. Nosotros creemos que si dominan la informática pueden trabajar para cualquier empresa. De hecho, hemos creado una empresa social que se llama Nascotec, programadores que hacen su trabajo desde Ghana y ya tenemos un contrato con una empresa de Galicia. Queremos demostrar que el trabajo se puede hacer desde dentro.
NASCO se financia por financiaciones de los socios y simpatizantes. Con mi primer sueldo de 1.200 euros como mecánico de bicicletas compré ordenadores y pagué a los profesores.
¿Fue muy difícil crear tu ONG en Ghana?
Lo que me costó llegar al ministro de Educación ghanés no hace falta explicarlo. Cuando me abrieron la puerta me felicitaron por mi propuesta, pero me dijeron que el ministro no tenía 12.000 euros para mi proyecto. Yo quería comprar 45 ordenadores de mesa para un aula de informática en una escuela y contratar a dos profesores. El ministro decía que no tenía dinero, pero en la puerta tenía aparcado un Toyota Land Cruiser, uno de los coches más caros del país en el momento. Un mes de gasolina para ese vehículo supera 12.000 euros.