El fotógrafo bilbaíno Eduardo Momeñe acaba de inaugurar, dentro del marco de PhotoEspaña, la muestra en la que reúne aquellas fotografías que disparó durante años en los escenarios europeos donde se cometieron los peores actos de barbarie. Los llama “lugares humeantes”, y en ellos aún se respira un dolor útil, del que cabe todavía aprender.
Hubo una vez un poderoso roble que dominaba la cima de la montaña Ettersberg en Alemania. Su frondosa sombra cobijaba muchas veces a Goethe. Se cuenta incluso que el poeta, fruto de su idilio con el árbol, llegó a estampar su nombre en la corteza. Un siglo después, el Tercer Reich eligió esta colina como el marco de uno de sus campos de concentración, el de Buchenwald, donde se calcula que murieron más de 51 mil prisioneros del terror nazi. Una vez construido y tendido el alambre que cercaría todo el perímetro, descubrieron que en el patio central de aquel centro infame crecía, inalterable, aquel roble centenario. Tras el hallazgo, los oficiales de las SS decidieron levantar un muro en torno a él y evitar así, de algún modo, la contaminación de aquel histórico árbol con la barbarie instaurada. El afán protector y el respeto sacro les duraría poco, pues más adelante usaron su tronco para colgar de forma ejemplarizante a los presos.
El árbol de Goethe logró, aun así, sobrevivir al espanto de las prácticas de un campo que tenía como cometido no solo el exterminio, sino también el trabajo y la reeducación de prisioneros políticos, pero fue devastado, irónicamente, por la aviación americana en la liberación del campo. Su tronco, ahora coronado de pequeñas piedras depositadas por judíos con memoria, es una de las evocadoras fotografías que Eduardo Momeñe compila en la exposición We Were Not There, ubicada en la galería de arte Luis Burgos y enmarcada en la presente edición de PhotoEspaña.
Durante años, el artista bilbaíno ha recorrido aquellos lugares europeos donde han habitado la barbarie, la destrucción o el sufrimiento extremo, y da cuenta a través de sus disparos del dolor dormido que aún se respira en ellos. “Descubrí la barbarie de Europa desde muy joven, viví durante diez años en Bruselas y a partir de ahí fui visitando muchos de estos lugares. Mi interés no es únicamente hablar del pasado, sino cómo usarlo para construir el presente y el futuro y no perder de vista que, si algo así ha pasado, ¿por qué no va a volver a pasar? Hay que aprender de la Historia”, afirma el fotógrafo.
Y, para que la Historia pese, en We Were Not There se pueden recorrer a través de tres salas todos aquellos “lugares humeantes”, como el propio Momeñe los llama, en los que el fuego ha dejado paso a unas ascuas permanentes. Uno de los que más le han movido han sido los Campos de Flandes, donde fueron heridos, desaparecieron o murieron al menos un millón de soldados de más de 50 países diferentes durante la Primera Guerra Mundial. La estela de sus tumbas, retratada por el artista, se sepulta bajo la nieve cuajada y pertinaz del invierno de la Región Flamenca: “El contraste entre lo que sucedió y estos paisajes idílicos es salvaje”, apunta. El viaje que propone nos lleva también hasta Verdún, al noroeste de Francia, el escenario de la batalla más larga de esta Primera Guerra Mundial, bajo el que aún yacen los combatientes: “En Verdún hay un tremendo osario con 130 mil personas en huesos, que no se sabe quiénes son, y además hay un cementerio en el que se te pierde la vista…”, dice Momeñe, perdiéndose a su vez en sus recuerdos.
También las fotografías del bilbaíno nos llevan a la otra Gran Guerra, como aquella que nos encierra, por un momento, en la celda donde sufrió las más cruentas torturas George Elser, el carpintero que intentó matar a Hitler y evitar con ello el holocausto. O las que reflejan las penosas condiciones en las que fueron obligados a malvivir y a morir millones de personas, una crueldad recogida de forma muda en estas instantáneas, tal y como explica su autor: “La barbarie nazi es inenarrable, no se puede explicar con palabras, así que creo que solo queda fotografiarla: ya han hablado de ella quienes tenían que hacerlo”.
We Were Not There es, además de la exposición, un libro-catálogo del mismo nombre que reúne estas y otras fotografías de Momeñe, hiladas a través de las páginas con textos del propio autor, pero también del galerista Luis Burgos y de los escritores y poetas Jon Juaristi, Alfonso Armada y Jordi Doce. La traducción de uno de los libros de este último, No estábamos allí es, de hecho, la que bautiza ambas propuestas. “La exposición y el libro-catálogo están muy imbricados, pero son distintos. El libro tiene textos ensayísticos, notas a pie, y sin embargo la exposición renuncia al discurso e incluso en muchos casos a las cartelas. La fotografía está aquí desnuda porque Eduardo es fiel a las exigencias del género: el género libro exige que haya una parte discursiva y el género exposición impone otras normas”, desarrolla Doce, quien reflexiona sobre la obra del fotógrafo afirmando que, además de realizar una lectura de esos lugares de dolor y duelo, revisa también la propuesta museística que de ellos se hace: “Sus fotografías hablan también de cómo la historia a veces se cuenta de forma un tanto kitsch, en forma de figuras de cera o reconstrucciones a veces un poco ridículas o incongruentes”, cuenta.
El recuerdo de dolores pretéritos invade los metros de esta galería afincada en pleno centro de Madrid en una época en la que el presente dominado por la escena pandémica deja poco lugar a trasladarnos a otras realidades, que sin embargo aquí se reivindican porque, tal y como dice Jon Juaristi en uno de los textos que bañan el libro, “hay que recordar porque lo natural es el olvido” y puede también ayudarnos a enfrentar nuestro presente. Doce reflexiona así sobre ello: “Para mucha gente ha sido un shock pensar su propia vida en la pandemia, ajustarse a las condiciones cambiantes y una parte importante de la sociedad lo está pasando mal por ello. A lo que ayuda también esta exposición es a poner las cosas en perspectiva y darnos cuenta de dónde venimos. Mantener una cierta alerta y cierta capacidad de relativización. La realidad en la que vivimos, que parece muy sólida, con una inercia que te arrastra, a la hora de la verdad es muy frágil y en cualquier momento se puede rasgar. Y está bien que se vea también eso”.
Momeñe, por su parte, tiene clara la vocación con la que nació la muestra: “A mí lo que me interesa de una exposición es que lo que está colgado te atrape por el cuello, te pare. Parar es comprender. Y hay dos formas de colgar a alguien por el cuello para que te atienda; a través del desconcierto total y de la seducción total. Y eso es lo que busco en la fotografía”, concluye el artista. Y si ustedes visitan We Were Not There (algo que pueden hacer durante todo este mes de septiembre y buena parte de octubre) o se asoman a las páginas de su libro-catálogo, muy probablemente atiendan, paren y comprendan que todo fuego deja un rescoldo, y que de nosotros depende no repetir según qué llamas.