Tras 44 años de copas noctámbulas, El Penta reabre como restaurante
En horario de ocho a doce y de jueves a sábado, el mítico local de la movida madrileña sirve cenas al ritmo de sus clásicos de siempre, haciendo de su pista de baile un salón comedor y luchando por no ser pasto de la crisis económica acarreada por la pandemia
La desasida voz de Antonio Vega lo cantaba en su laureada Chica de ayer al despuntar los ochenta: “Y luego por la noche al Penta a escuchar canciones que consigan que te pueda amar…”. El músico inmortalizaba así los sentires de unas noches que habían comenzado seis años atrás, en 1976, cuando abriera sus puertas el que todavía hoy sigue siendo el buque insignia de la música pop española. El Penta fue la casa de acogida del talento y el frenesí descorchados en la movida madrileña, y entre sus paredes se dejaron jirones de edad los miembros de grupos como Los Secretos, Burning, Mamá y, por supuesto, Nacha Pop. Nada había arredrado desde entonces a este cuarentón en forma (el bar celebró hace cuatro años su cuarenta aniversario con un concierto por todo lo alto en La Riviera), que seguía reuniendo cada noche a cientos de parroquianos al calor de los clásicos ochenteros. Hasta que la pandemia hizo su acto de aparición.
“Llevábamos desde marzo cerrados, sin facturar apenas nada salvo unos días que abrimos en julio y agosto, con los que no cubrimos ni gastos ni nos llegaba para pagar a los camareros que habíamos sacado del ERTE. Luego nos volvieron a cerrar, estábamos otra vez parados del todo, y pensamos que había que inventarse algo”, cuenta Juanma, quien junto a su cuñado Chema se hizo cargo de la gestión del local en 1995.
En estos veinticinco años han visto cómo la fisonomía de Malasaña cambiaba por completo, y han tenido que enfrentar amenazas de todo tipo. Saben lo que es pelear a la contra: “Los noventa fueron más grises que los ochenta. Había muchísima droga en la zona, y la policía metía muchísima presión. También había mucha presión vecinal, los drogadictos iban por las calles ofreciendo dosis, fue una época bastante complicada. Desde los bares luchamos para limpiar el barrio, y esta zona empezó a resurgir. Pero ahora la amenaza es muy distinta, porque contra esto no se puede luchar, es algo invisible y que ahí sigue”, dice en referencia al temido Coronavirus. La única fórmula para, si no espantar sus estragos al menos sí distraerlos, es la creatividad. Por eso, los dos socios decidieron hace unos días reabrir su local como restaurante y convertir la pista de baile en una salita comedor con nueve mesas donde sirven desde unos ravioli con trufa negra y salsa de boletus a unos huevos rotos con atún picante y papas fritas, pasando por otras opciones como la ensalada de salmón, queso feta y espinacas baby. Todas las raciones se cocinan en un local con el que tienen concierto, situado a escasos metros del bar. Llegan aún calientes, se emplatan y se sirven a los dispuestos comensales.
Y hay cola para probarlas: durante los quince minutos que dura la entrevista con Juanma, no paran de llegar hasta la puerta del local grupos de amigos o parejas pidiendo una mesa, pero el sistema funciona con reserva y hoy todo está completo. Otra mujer se acerca con tiento a uno de los ojos de buey de las puertas de entrada y fisga sin ocultarse: “¡Cómo ha cambiado!”, dice para sí. Nosotros vamos a comprobarlo, así que entramos y nos sentamos a una de esas nueve mesas para vivir la experiencia de este otro Penta, en lucha feroz contra el temido cierre del que han sido pasto otros míticos locales musicales.
Nada más franquear la puerta, nos envuelve una potente luz día que nos recuerda -como si hubiéramos podido olvidarlo- que en este 2020 todo es muy diferente. En cada mesita luce un centro de flores secas, mantel y el sempiterno gel hidroalcohólico. Cómo no. Las nueve están ocupadas y los camareros vuelan ágiles entre ellas sirviendo los platos comandados. La sensación se torna un tanto irreal, pero la música sabe devolver el sabor exacto de El Penta, porque desde la cabina Chema comienza a deslizar, uno tras otro, los temas de siempre. Y la sala se caldea con cada pieza, que comienza a encajar en este raro presente tomando, por momentos, una dimensión distinta a la original. Loquillo recuerda en El Rompeolas, con más tino que nunca, que no hay que hablar de futuro, “es una ilusión”, y Christina Rosenvinge dice ir en un coche que robó anoche, aunque lo que no podrá hacer, seguro, es acometer su plan de fuga: “Dile a papá que me voy de la ciudad, dile a los chicos que no volveré más”. Al menos, mientras su ciudad esté confinada perimetralmente.
Cuando le llega el turno a Pero a tu lado, una de las canciones más resplandecientes del fallecido líder de Los Secretos, Enrique Urquijo, Francisco la tararea desde su mesa. Ha venido a cenar junto a su mujer Paloma, a su hija Alejandra -de solo doce años- y su sobrino Antonio, de dieciocho recién cumplidos. “Yo he sido cliente de El Penta hace más de treinta años, porque aunque no lo parezca soy muy mayor” -dice entre risas, aclarando que tiene 51 años-. “Mi pareja y yo llevábamos mucho tiempo sin venir, porque con la cría salir de noche y venir a un local de copas es muy complicado. Entonces cuando nos enteramos de que lo hacían restaurante para mí personalmente fue una gran alegría, porque así nosotros podemos disfrutar de la música que nos gusta y ellos pueden conocerlo”. Paloma, su mujer, añade: “Y eso, lo de escuchar buena música en locales es algo bastante difícil hoy día”. Su gusto lo ha heredado el sobrino de la pareja, que dice estar encantado por oír en un bar las canciones que escucha siempre en casa. Y Alejandra, a sus doce años, celebra conocer el local y dice que le gustan mucho las fotos y “todos los reportajes que hay colgados por las paredes”. Son recortes de una historia de la que ella ahora también forma parte.
Entre el Turnedo de Iván Ferreiro, los 19 días con su medio millar de noches de Joaquín Sabina, y el Sabor de amor de Danza Invisible llegan los platos a la mesa de Ángela, que nunca antes había estado en El Penta. “Conocía el sitio por su fama, pero nunca había entrado. Y ha estado muy bien, hemos pedido la tortilla y la ensaladilla rusa Penta, y estaba todo muy rico. ¡Y nunca había bailado tanto mientras cenaba!”, dice mientras sigue moviéndose al ritmo de los gatos que aúllan en el callejón de El ritmo del garaje de Loquillo.
Carlos y Lucía, amigos de veinticinco años, sí habían venido más de una vez al local: “Vimos por Internet que estaba abierto y hemos dicho de venir porque somos muy aficionados a la música de los ochenta y nos ha gustado siempre el ambiente que hay”, cuenta Carlos. Lucía, por su parte, recuerda lo bien que se lo han pasado siempre entre sus paredes, “haciendo muchos amigos, charlando con cantidad de gente…”. “Lo que nos encanta es que te puedes relacionar con gente de tu edad a la par que con gente de otra generación, lo que te da un bagaje mucho más amplio. Es como el punto de encuentro de la generación de nuestros padres con nuestra generación”, apostilla él.
El minutero se acerca ya a las doce (hora máxima de cierre permitida a los locales de la Comunidad de Madrid) y nos preguntamos si la tradición se mantendrá y será La chica de ayer la encargada de ponerle el broche a la velada, tal y como ha sucedido durante los cuarenta y cuatro años de historia de El Penta. No tardamos mucho en salir de dudas cuando las inconfundibles notas del bajo de Carlos Brooking se disparan al aire. Sí, suena esa chica de ayer que hoy cobra un sentido más fiero al decir aquello de “chica, vete a tu casa, no podemos jugar”. Porque sí, toca irse a casa, y a la salida a la intemperie del mundo real una diáspora corre que se las pela en todas direcciones: tienen que llegar a casa antes de las doce. Solo la pandemia sabe si podremos volver a El Penta a escuchar, dilatadamente y sin toque de queda, canciones que consigan que nos podamos amar. “Vamos a intentar que no se hunda de ninguna de las maneras. Tenemos otros bares, pero todo el esfuerzo está enfocado a preservar El Penta, ya no solo por el negocio en sí, sino por todo lo que supone”, concluye Juanma.