Vidas en una lata de aluminio
Brasil es el país líder en reciclaje de latas de aluminio. Sus vertederos son el sustento de miles de familias que sobreviven invisibles a la sociedad. Conocidos como catadores, constituyen el eslabón principal de una industria que generó más de 200 millones de euros a la economía brasileña en 2012. Exigen la dignificación de su trabajo.
Paulo da Silveira en un día de trabajo cualquiera. (Diego Nigro/Reuters)
La vida de Paulo da Silveira no agota más de nueve primaveras. Su patio de recreo es un vertedero. Allí pasa las horas buscando latas de aluminio, sus chapas particulares. No juega con ellas: son su sustento. Sus compañeros de patio tienen entre 10 y 17 años. En Pernambuco, más de 700 menores de entre 10 y 17 años recogen artículos para el reciclaje, según el Instituto Brasileño de Investigación Económica Aplicada (IPEA). Son los denominados catadores, un grupo social que vive de hurgar en la basura.
Cada vez que alguien abre una lata de cerveza o de un refresco está poniendo en marcha todo una cadena. En ambos extremos se encuentra Brasil, el país líder en reciclaje de latas de aluminio desde hace más de una década. De acuerdo con ABAL -la Asociación Brasileña del Aluminio-, el país recicló más de 267.000 toneladas de latas en 2012, lo que supone el 97,9% de los envases consumidos. Dicho de otra forma: son casi 20.000 millones de latas, más de 2 millones cada hora.
Los eslabones de esta larga cadena son esos catadores que exigen al Gobierno la dignificación de su trabajo, un oficio marcado por la marginación a pesar de que los beneficios sociales que genera resultan incalculables. La recolección de latas de aluminio para bebidas inyectó en la economía brasileña más de 200 millones de euros en 2012. A ello hay que sumar el ahorro que supone en energía eléctrica, equivalente al consumo anual de dos millones de hogares.
Eslabones sociales
Basuriegos, pepenadores, hurgadores, cachureros, buzos, cartoneros, catadores… El nombre de su oficio depende de la ventana desde la que uno se asome a ver su realidad. El escenario, en cambio, no varía demasiado. Según un estudio del Instituto de Pesquisa Económica Aplicada (IPEA), el perfil de los catadores se repite en los estados del nordeste de Brasil. Bahía, Pernambuco y Ceará reúnen al 30% de los catadores brasileños. Son, generalmente, hombres de unos 40 años que sobreviven arañando latas a los vertederos a cambio de unos ingresos que no superan los 150 euros mensuales.
De acuerdo con la legislación vigente, ser catador es una profesión y, por tanto, está sujeto a la normativa del mercado laboral. Es así desde que el Ministerio de Trabajo incluyó la actividad laboral de la recogida de materiales reciclables en el Catastro Brasileño de Ocupaciones (CBO). Sin embargo, la clandestinidad en la que operan aún 30.000 catadores continúa siendo el principal enemigo a vencer.
La imagen de personas hurgando en los vertederos sigue siendo una estampa en muchos estados de Brasil. El tejido de catadores que trabajan a las órdenes de los atravesadores, intermediarios que se enriquecen sometiendo a recolectores autónomos, sigue operativo. Según denuncia el Movimiento Nacional de Recolectores, los atravesadores logran un lucro del 200%. Su beneficio lo obtienen pagando una miseria a su séquito de catadores a los que niegan cualquier tipo de protección social. Por cada 15 kilos de latas que recogen, unas 600 unidades, reciben 12,60 euros. Cada lata les supone un ingreso de 2 céntimos.
Otra encrucijada
La inclusión de los catadores en el sistema de gestión de residuos brindaría la oportunidad a los recolectores de mejorar sus condiciones de vida laborales y sociales. Integrar su trabajo en las diferentes cooperativas que operan en el país se presenta como la opción más viable. Sería un paso adelante para ellos, pero una enorme zancada para el sector. Su reconocimiento incrementaría la entrada de material reciclable en el ciclo generando más beneficios económicos y medioambientales.
En esa línea trabaja la Ley 12.305/2010 que establece el Plan Nacional de Residuos Sólidos. Aprobado en agosto de 2010, el Plan Nacional de Residuos Sólidos pone en marcha la denominada “responsabilidad compartida” con el objetivo de implicar a la sociedad, las empresas y los gobiernos tanto municipales como federales en un sistema de logística inversa. Este sistema exige a los municipios presentar planes de gestión de residuos para poder recibir fondos federales y acceder a diferentes líneas de financiación. Además, garantiza la compra de materiales reciclables a las cooperativas integradas en el sistema posibilitando, al mismo tiempo, la inclusión de los catadores.
Ya existen municipios que han implementado esta fórmula. Según datos del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (IBGE), uno de cada tres municipios brasileños (32,3%) cuenta desde 2011 con algún programa o proyecto de recolección selectiva. Sin embargo, sólo el 14,8% estaba incluyendo a las organizaciones de catadores, o al menos, no mediaba entre ellas ningún tipo de contrato.
Madurar alternativas verdes
El trabajo de los catadores es una auténtica vía de oxígeno no sólo para el planeta, también para las empresas productoras de aluminio primario. El reciclaje de latas de este material permite un interesante ahorro, sobre todo, en electricidad. Según la Asociación Europea del Aluminio, para producir un kilogramo se requiere una media de 15,7 kWh. Sin embargo, en fundir de nuevo los residuos de aluminio reciclados se emplea, únicamente, el 5% de esa energía. La producción de aluminio primario, de hecho, ya ha disminuido un 9,2% respecto a 2012 en Brasil.
El gigante del aluminio, Alcoa, no lo dudó. En 2012, se hacía con el control de la empresa líder en reciclaje de latas, Evermore Recycling. Toda una declaración de principios que no tardó en apostillar. Su objetivo para 2020 es que el 80% de sus productos procedan de material reciclado. De cumplirlo, eliminaría diez millones de toneladas métricas de emisión de gases de efecto invernadero al año.
El mismo camino sigue Novelis. El aluminio reciclado representa el 34% del material utilizado por el reciclador de latas más importante del mundo -cerca de 40.000 millones al año-. Invertirá alrededor de 26 millones de euros para duplicar la capacidad de reciclaje en su planta de Pindamonhangaba.
El reciclaje de aluminio es pues una alternativa verde a la que aferrarse para dar esperanza no sólo a un sector clave para la economía brasileña, también a las clases sociales más humildes. El trabajo de familias como la de Paulo da Silveira, condenado a la discriminación, encierra un tesoro nacional. Acabar con el hedor de la indiferencia es un guiño a la esperanza para quienes, lata a lata, están labrando un futuro más sostenible negándose la prosperidad que encierra cada envase que arrancan al vertedero nacional de la marginalidad.