Refugiados climáticos, desarraigados medioambientales
En los próximos 50 años podrían migrar por razones climáticas hasta 1.000 millones de personas.
El mundo se muere. Huracanes cada vez más potentes, sequías e inundaciones más intensas, la temperatura media y el nivel del mar en aumento, desiertos más áridos, tierras incultivables…. Estas son las consecuencias directas del cambio climático, a las que hay que sumar los millones de «personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares porque la degradación medioambiental experimentada en su tierra de origen, por razones naturales o por la acción humana, ha minado sus sistemas de sustento». Así define el Diccionario de Acción Humanitaria el concepto de refugiados medioambientales, más de 26 millones de personas –una persona cada segundo, según ACNUR- que cada año se ven obligadas a emigrar por cuestiones climatológicas y que se enfrentan a un limbo legal, político y humano. ¿La razón? La definición de refugiado, según se determinó en la Convención de 1951, no incluye a aquellos desplazados por razones ambientales, algo que podría resultar comprensible pues en aquella época el problema ni siquiera se planteaba o existía.
Como consecuencia, estos desplazados carecen de un marco jurídico internacional que los saque del limbo legislativo en el que se encuentran; «esto significa que no reciben ayudas económicas de ningún tipo ni pueden acceder a alimentos, vivienda, hospitales, escuelas… lo que les convierte en desarraigados medioambientales», recoge el escritor y catedrático de Ciencias Políticas francés Sami Naïr, en el libro Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real (Crítica, 2016).
Sin embargo, llegados a este punto, con 26,4 millones de personas en un limbo legal, el imperativo moral de resignificar el concepto de refugiado ya no tiene excusas de dilación, más aún si tenemos en cuenta las previsiones nada halagüeñas de ACNUR, que asegura que en los próximos 50 años podrían migrar por razones climáticas hasta 1.000 millones de personas, principalmente de países empobrecidos de África, Asia y América Latina, augurando una gran crisis humanitaria. En este sentido, cabe preguntarse, ¿estamos preparados para acoger una nueva oleada de refugiados, en esta ocasión, medioambientales? Según Tatiana Nuño, responsable de la campaña de cambio climático de Greenpeace, los mensajes que nos llegan «son muy preocupantes. Europa debería dar ejemplo y demostrar esa unión de países donde deberíamos estar preparados para acoger a los desplazados de la mejor forma». Pero cualquier pronóstico queda lejos de esto.
«Cada segundo, una personas se ve obligada a abandonar su hogar por el clima»
-ACNUR
Lo que es cierto, sin embargo, es que el cambio climático no sólo está alterando el planeta, está cambiando las vidas humanas. Y en este punto, de nuevo las cuestiones florecen: ¿es posible ofrecer a los refugiados ambientales asilo temporal o permanente?, ¿estos refugiados tienen derechos colectivos en las nuevas zonas que habitan?, ¿quién pagará los costes de todos los países afectados durante el proceso de reasentamiento? Demasiadas preguntas que resolver en una época de violencia sectaria, guerras civiles, recesiones económicas que hacen de estos desarraigados medioambientales un tema secundario para políticos.
Ejemplo de ello es el tan sonado y polémico Acuerdo de París para luchar contra el cambio climático, un ambicioso proyecto que, según el propio texto del instrumento internacional, tiene como objetivo «reforzar la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático, en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos por erradicar la pobreza«, pero que, sin embargo, obvió el término refugiado climático delimitándose a hablar de Derechos Humanos. «La cumbre fue deficiente en cuanto a principios de igualdad, solidaridad y reconocimientos de las personas más vulnerables», reconoce la portavoz de Greenpeace, aunque destaca «el compromiso de los estados a hacer todas las políticas necesarias para permanecer por debajo del grado y medio, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y reducir a cero el balance neto de gases efecto invernadero para la segunda mitad de siglo». Si todo esto se cumple, el cambio climático y el efecto invernadero se frenarían, y las persona no tendrían que emigrar. «De alguna manera, aún estamos a tiempo de actuar», señala Nuño.
No es solo cuestión de países subdesarrollados
Camerún, Chad, Níger, Nigeria… El lago Chad se ha reducido en más de un 90% desde 1963, una catástrofe ecológica que ha provocado el desplazamiento de 3,5 millones de personas. En 2007 la sequía en Siria oriental dio lugar a pérdidas de cosechas y muertes de ganado que hizo que 1,5 millones de personas se desplazaran de áreas rurales a ciudades, dejando a miles de personas en una situación terriblemente vulnerable al estallar la guerra. Y en Filipinas, desde 2013, casi 15 millones de personas se han visto obligadas a desplazarse debido a los tifones y tormentas. Son sólo algunos ejemplos de regiones aún más empobrecidas como consecuencia del clima.
Sin embargo, esto no es sólo cuestión de países subdesarrollados, que en palabras de la portavoz de Greenpeace, son «los menos responsables de las consecuencias del efecto invernadero y del cambio climático», naciones occidentales como Estados Unidos ya han comenzado a sentir el impacto de las tensiones ambientales. Hace una década el huracán Katrina causó la muerte de 1.833 personas; en 2012 el huracán Sandy diezmó a la costa del Atlántico medio e inundó la ciudad de Nueva York, dejando a su paso 219 fallecidos; y hoy en día, el suroeste languidece en una de las peores sequías de los últimos tiempos mientras ciudades como Washington DC y Filadelfia se cubren de un manto asfixiante de polvo y suciedad.
Y ante este preocupante panorama nos encontramos cuando el presidente de Estados Unidos ha decido darle la espalda al Acuerdo de Paris velando más por los intereses «económicos, empresariales y de mercado de grandes empresas petroleras, del carbón y del gas» en detrimento de «12 millones de personas que para 2030 se verán obligadas a desplazarse por el aumento del nivel del mar en cuatro grandes zonas de los Estados Unidos», apunta Tatiana Nuño.
Y España, ¿cómo se ve afectada?
Desde Greenpeace advierten rotundamente: «somos uno de los países más vulnerables dentro de la Union Europea». La aparición de enfermedades infecciosas, el aumento de incendios en la zona norte y centro de la península, los temporales cada vez más extremos en el norte de España y Andalucía que obligan a agricultores a invertir en nuevas prácticas, la subida del nivel del mar que convierte a las zonas costeras y a las llanuras aluviales en puntos críticos… España necesita un plan contra el cambio climático. Antes esta situación, la Oficina Española de Cambio Climático pone de «manifiesto que son necesarias nuevas políticas y medidas para cumplir» con los objetivos que tiene el país como miembro de la UE y firmante del Acuerdo de París.
«España es uno de los países más vulnerables de la Unión Europea».
-Tatiana Nuño, Greenpeace
En este sentido, no hay duda de que el cambio climático es uno de los mayores peligros que afronta nuestro planeta. Ahora tenemos la posibilidad de cambiar el futuro, de cambiar el rumbo de millones de personas desarraigadas medioambientales que no son más que víctimas silenciosas de una indiferencia respecto al ambiente natural, aseguran los expertos.