En las islas Svalbard, situadas en el océano Glacial Ártico, hay una localidad única en el mundo. No es por sus impresionantes paisajes de hielo, su fauna y flora polar, por sus pintorescas casitas pintadas de colores, o siquiera por ser el municipio con más de 1.000 habitantes más septentrional del planeta. Longyearbyen, el impronunciable nombre detrás de este pueblo noruego, es el único en el mundo en el que está prohibido morir.
En Longyearbyen el hielo ocupa aproximadamente un 60% de la superficie –cifra que varía, obviamente, según la época del año y por los efectos del cambio climático–, y la luz del sol no hace su aparición estelar en este territorio durante cuatro meses al año, haciendo del lugar un enclave realmente frío. Esta circunstancia hace que los cadáveres no se descompongan, y que los virus se mantengan, ya que son preservados por el hielo permanente, lo que también conocemos como permafrost.
Cuando los habitantes de este pueblo noruego se dieron cuenta, allá por los años 50 del siglo XX, de que los cuerpos no se descomponían sino que se congelaban –el sueño de Walt Disney–, tuvieron que tomar una drástica decisión: prohibir a la gente que se muera. Obviamente, no se le puede prohibir a alguien que deje de vivir, pero sí tomar medidas para evitar que eso ocurra justo en ese lugar. Por eso, en esta localidad de algo más de 2.000 habitantes, envejecer no está muy bien visto. No hay residencias de ancianos, y los mayores de Longyearbyen deben marcharse para pasar sus últimos días. La mayoría se marchan a Oslo o a otras zonas de la zona continental de Noruega, al igual que aquellos que enferman, que son inmediatamente trasladados a la capital, además de porque en Longyearbyen no hay hospitales, por el temor a que puedan irse al otro barrio.
Por otro lado, una embarazada no puede dar a luz en la isla, también por la ausencia de hospitales. De tal forma, unas semanas antes de salir de cuentas debe marcharse a la zona continental y así poder recibir atención médica. Si todo va bien y tanto la madre como el bebé están en buen estado de salud, pueden regresar a Longyearbyen.
Longyearbyen alberga otros apasionantes secretos. Allí se sitúa la “bóveda del fin del mundo”, un almacén a prueba de bombas nucleares y terremotos en el que se almacenan desde el año 2008 semillas de miles de plantas que servirían de alimento en caso de catástrofe mundial. Desde luego, Longyearbyen es un lugar único.