¿Podría un climariano consumir frutas y verduras importadas?
Cuando compramos frutas y verduras cultivadas localmente en España, pero fuera de temporada, estamos eligiendo productos con una mayor huella hídrica y de carbono que algunas importaciones
Zumo de naranja, tostada de tomate y café con leche. Este es probablemente el desayuno más habitual en las cafeterías de nuestro país en cualquier época del año.
La tostada también puede ser de pan integral o de cereales. Le podemos añadir unas lonchas de jamón. Incluso, en ciertos establecimientos, ya podemos sustituir el tomate por aguacate.
Pero más allá de los gustos, ¿es medioambientalmente sostenible este desayuno? La respuesta depende principalmente del mes en el que lo consumamos.
Cómo obtener productos fuera de temporada
El cultivo de frutas y verduras es uno de los pocos procesos productivos que aún se ve muy influido por las condiciones climáticas de la región de origen. Si queremos consumirlas todo el año, tenemos varias opciones:
- Almacenarlas en cámaras frigoríficas hasta su consumo.
- Producirlas localmente en invernaderos.
- Importarlas de aquellas regiones en las que ese cultivo esté en temporada.
Las tres opciones tienen efectos potencialmente perjudiciales sobre el medio ambiente, en términos de huella de agua y huella de carbono (recoge el total de agua y emisiones de CO₂ necesarias para que el producto llegue a nuestra mesa):
- Las cámaras frigoríficas aumentan la huella de carbono, ya que requieren abundante energía.
- El cultivo en invernaderos incrementa la huella hídrica. Al producir fuera de temporada, se utiliza un agua que es escasa en la región. Por otra parte, la producción en invernaderos, según el lugar geográfico donde se ubiquen, puede requerir de sistemas de calefacción. Además, genera mucho plástico, cuya producción y deshecho tiene efectos perjudiciales en términos de agua, energía y otras consecuencias perniciosas sobre la biodiversidad y los ecosistemas.
- Las importaciones aumentan la huella de carbono. Los productos tienen que recorrer miles de kilómetros hasta llegar al consumidor final.
Este año, el diccionario de Cambridge ha acuñado el término climatarian (climariano): persona que elige lo que come en función de lo que es menos dañino para el medioambiente. ¿Cómo debería un climariano escoger sus frutas y verduras?
Importaciones con menor huella de carbono
Aunque cada vez más consumidores están concienciados con el consumo de cercanía para evitar la huella derivada del transporte, las importaciones no son siempre la peor opción en términos medioambientales.
En algunos casos, las importaciones de frutas y verduras podrían reducir la huella de carbono y agua. Esto ocurre cuando proceden de regiones donde están en temporada, si la región posee una dotación de recursos (agua y sol) más abundante, si estos se utilizan eficientemente o si la producción genera menos desperdicios y desechos.
En un trabajo publicado en Environmental Science & Technology, nos centramos en estudiar el impacto que tienen las importaciones de frutas y verduras frescas consumidas en España en términos de huella hídrica y de carbono.
El objetivo es evaluar si su sustitución por productos locales resulta medioambientalmente beneficiosa o perjudicial. En la práctica, esto implicaría algunas variaciones anuales en el típico desayuno.
En verano, en lugar de zumo de naranja, tomaríamos macedonia de fruta de temporada con sandía, cerezas y albaricoque, por ejemplo.
Local no es sinónimo de sostenible
Nuestros resultados demuestran que son pocas las ocasiones en las que el consumo de frutas y verduras producidas en España es perjudicial en términos de huella de agua y de carbono.
Debido a la alta eficiencia ambiental del sector agrario español, el consumo de productos locales y de temporada en España lleva asociada una menor huella de carbono y agua que las frutas y verduras importadas.
Sin embargo, cuando se consumen frutas y verduras producidas localmente pero que no están en temporada en nuestro país (naranjas en agosto o calabacines en enero) aumentan de forma importante la huella de carbono y, sobre todo, la huella de agua escasa.
En estos casos, lo mejor para el planeta sería consumir productos locales que sí estén en temporada (por ejemplo, melones de Tomelloso en julio) o importar esas frutas y verduras de otros países (naranjas de Sudáfrica en julio).
Dichas importaciones, al contrario de lo que podrían suponer los bien intencionados climarianos, sí que conllevarían una reducción importante en la huella de agua (hasta un 121% en el mes de enero). Ello se debe a que las regiones de donde se importan estos productos disponen de más recursos hídricos. En menor medida, también se podría reducir la huella de carbono (un 4%).
¿Qué pueden hacer los consumidores y los establecimientos?
Los manuales de economía nos dicen que las decisiones de consumo de los individuos dependen de su renta, del precio y de sus preferencias. La costumbre, la tradición, la cultura son factores importantes que también afectan a nuestras elecciones (la dieta mediterránea es un buen ejemplo).
Sin embargo, existen otras variables. La publicidad trata de influir sobre nuestras decisiones y la disponibilidad de todo tipo de frutas y verduras en cualquier época del año ha hecho que el consumo se guíe cada vez menos por la temporalidad local.
La preocupación de los ciudadanos por el impacto de su consumo sobre el planeta es cada vez mayor. Frente a esta situación, el reto para la ciencia es encontrar la manera de transmitirles la información de forma sencilla para que puedan tomar decisiones de consumo sostenible.
Una alternativa sería utilizar una etiqueta ecológica que indique cuándo las importaciones de frutas y verduras requieren menos agua y emisiones de carbono que los productos locales.
Dicho distintivo informaría sobre si es más sostenible importar, por ejemplo, piñas de Costa Rica en octubre (cuando tomamos normalmente más mandarinas) o en enero (cuando consumimos más naranjas).
Por su parte, los supermercados podrían fomentar opciones sostenibles ofreciendo cestas de frutas y verduras que incorporen productos tanto locales como importados, pero con una baja huella de carbono y agua.
Las cafeterías deberían disponer de información sobre esas cestas sostenibles e incorporarlas en sus menús de desayuno, de forma similar a como se hace con los alérgenos o con las opciones veganas.
Por ejemplo, sin tener en cuenta el café con leche (habría que considerar si es de comercio justo, el tipo de producción ganadera, etc.), en términos medioambientales, el zumo de naranjas producidas en España sería más propicio para el invierno y la tostada de tomate más adecuada para el verano.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.