Muhammad Ali, una vida fuera del ring en cinco asaltos
El considerado mejor boxeador de todos los tiempos, Cassius Clay (Kentucky, 1942-Arizona, 2016), más conocido como Mohamed Ali, cumpliría 75 años este 17 de enero.
El considerado mejor boxeador de todos los tiempos, Cassius Clay (Kentucky, 1942-Arizona, 2016), más conocido como Muhammad Ali, cumpliría 75 años este 17 de enero. El control y dominio incuestionable que tenía entre las dieciséis cuerdas se trasladaba fuera de ellas. Ali trascendió el ámbito deportivo para convertirse en uno de los grandes iconos del siglo XX. Y lo hizo a base, no sólo de verborrea que la desplegaba con tremenda soltura, sino también de actos.
No hay voces discordantes que pongan en duda que Muhammad Ali es la mayor figura en la historia del deporte. Uno de sus más célebres aforismos era “soy el más grande”. Una definición, que lejos de ser una bravuconería más de las suyas, fue su modo de vida. “No cuentes los días, haz que los días cuenten”, fue su lema y el ejemplo de su avidez por la trascendencia, por no pasar por este camino sinuoso que es la vida sin dejar poso. Durante su carrera como boxeador consiguió 56 victorias y sufrió cinco derrotas. Pero fuera del ring el balance de victorias acompañan a un luchador incansable e insaciable.
Más allá de sus conocidas gestas deportivas, el que nació como Cassius Clay se forjó como Muhammed Ali fuera del cuadrilatero. Esta es la historia de Ali contada en cinco asaltos.
Primer asalto. Contra la intrascendencia
Nacido el 17 de enero de 1942 en Louisville (Kentucky, Estados Unidos) en el seno de una familia de clase media se topó con el boxeo casi por casualidad y también por necesidad. Cuando tenía doce años unos matones del barrio le robaron la bicicleta que su padre le había regalado. Frustrado e indefenso acudió para denunciar el robo. Allí un agente le dio un consejo que marcaría su vida. Para prevenir futuros robos el oficial le recomendó que se apuntase a clases de defensa personal, como el boxeo. No sólo se hizo respetar en el barrio sino que hizo denodados esfuerzos por convertirse en el mejor púgil del mundo. Su búsqueda constante por la diferenciación le llevó a crear un estilo propio y único que rivalizaba con la ortodoxia marcada entre los pesos pesados. Cassius Clay bailaba sobre el ring. No se protegía de los golpes, los esquivaba. Sus 90 kilos de peso y 1,90 metros de altura no eran impedimento para que danzara sobre la lona con la levedad de una mariposa, y la letalidad de una abeja. «Float like a butterfly, sting like a bee» («flotar como una mariposa, picar como una abeja»). Ese era Cassius Clay. Peleaba como el mejor de los pesos medios, pero con la figura de un peso pesado. Una agilidad que aplicaba también fuera del cuadrilatero en cada una de sus intervenciones. Su marcado personalismo le llevaba a ser tachado por sus rivales como un «bocazas» y un «charlatán», pero sus invectivas luego las remataba en el ring. «La gente no soporta a los bocazas, pero siempre los escucha», decía.
Segundo asalto. Contra el esclavismo y el racismo
Era 1960 cuando Clay ganó el oro en los Juegos Olímpicos de Roma. Por entonces Kentucky se regía por un sistema que imponía la segregación racial, que trataba a los afroamericanos como ciudadanos de segunda, incluso si ese afroamericano era un medallista olímpico. Clay acudió a una cafetería junto a su hermano Ronnie con la medalla olímpica al cuello. Pero en ese café no se servía a negros. Ese hecho despertó su indignación y convirtió la lucha por los derechos civiles de los negros en una de sus banderas. Cassius renunció al apellido Clay, porque habitualmente los afroamericanos llevaban los apellidos de quienes habían sido dueños de sus antepasados esclavos. “A partir de ahora seré conocido como Cassius X”. Más tarde se rebautizó como Muhammad Ali por su conversión tras ingresar en las filas de la llamada Nación del Islam, un grupo extremista religioso que defendía la supremacía de la raza negra sobre la blanca. “Soy América. La parte que no van a reconocer. Pero acostumbraos a mí. Negro, confiado, chulo. A mi nombre, no el suyo; a mi religión, no la suya; a mis metas, no las suyas… Acostumbraos a mí”. El púgil siempre mantuvo una actitud reivindicativa más cercana al radicalismo de Malcolm X.
Tercer asalto. Contra el sistema
Su actitud reivindicativa le llevó a librar peleas contra el establishment. El mayor nocaut a este rival se produjo cuando se negó a acudir a la citación de reclutamiento del ejército estadounidense para combatir en la Guerra de Vietnam. Se declaró objetor de conciencia por motivos religiosos. “Ningún Vietcong me ha llamado nunca negrata”, dijo en una de sus declaraciones en las que defendió su posición. Su rebeldía fue respondida por el sistema con un duro golpe. La sentencia judicial le despojó del título mundial de boxeo y se le retiró la licencia para pelear profesionalmente. El Gobierno consiguió que el mejor boxeador del momento se retirara de los cuadriláteros, interrumpiendo así su meteórica carrera. No pudo volver a pelear hasta 1970. Fueron cuatro años de retiro forzoso que podrían haber supuesto el punto final de sus éxitos, pero Ali supo reponerse. Pese a que sufrió duras derrotas frente a su gran rival Joe Frizer, aún le quedaban muchas veladas de gloria por saborear.
Cuarto asalto. Contra Saddam Hussein
En noviembre de 1990, Muhammad Ali conoció al dictador iraquí Saddam Hussein en Bagdad en una «visita de buena voluntad» que hizo para intentar negociar la liberación de 15 estadounidenses que estaban prisioneros en Irak y en Kuwait. Ali viajó a Bagdad, se reunió con Saddam y regresó con los 15 rehenes estadounidenses. Aunque se quedó sin medicación para el Parkinson y tuvo que esperar más de una semana para poder hablar con Hussein, Ali fue capaz de llevar de vuelta a casa al grupo de 15 soldados que estaban prisioneros.
Quinto asalto. Contra el Parkinson
Se retiró en 1981, y en 1984 le diagnosticaron la enfermedad de Parkinson. “Creo que Ali no ha heredado la enfermedad, sino que puede tener su origen en los golpes recibidos en la cabeza”, aseguró el doctor Martin Ecker. Pero no se rindió nunca, ni antes ni después del diagnóstico. Tras dejar los guantes definitivamente siguió luchando con el mismo personalismo que le caracterizó cuando era Clay y siendo Ali. Dedicó su vida fuera del ring a recaudar dinero para obras de caridad y para su fundación contra el Parkinson. La enfermedad borró la actitud de bufón charlatán que le convirtió en ese personaje genuino que marcó una época, pero su capacidad de lucha le ha convertido en uno de los ídolos más humanos y venerados del mundo.