Luisa Ortega Díaz, la fiscal chavista que se enfrentó a Maduro
Luisa Ortega Díaz siempre fue una persona fiel a Hugo Chávez, a su causa. Por mucho tiempo fue considerada una inquisidora de la oposición, impulsó condenas contra los policías acusados por el golpe de Estado contra Chávez en 2002, mandó a prisión a Leopoldo López –14 años– y a otros tantos presos políticos. Pero hace cuatro meses su vida dio un giro y, en el primer sábado de la nueva Constituyente, Diosdado Cabello ha anunciado su destitución, aprobada por unanimidad. Para Ortega, su vida cambió el día que se enfrentó a Maduro.
Luisa Ortega Díaz siempre fue una persona fiel a Hugo Chávez, a su causa. Por mucho tiempo fue considerada una inquisidora de la oposición, impulsó condenas contra los policías acusados por el golpe de Estado contra Chávez en 2002, logró la prisión para Leopoldo López –14 años– y otros tantos disidentes políticos. Pero hace cuatro meses su vida dio un giro y, en el primer sábado de la nueva Constituyente, Diosdado Cabello ha anunciado su destitución, aprobada por unanimidad. Para Ortega, su vida cambió el día que se enfrentó a Maduro.
La fractura comenzó cuando Ortega consideró en abril que aquella decisión por la que el máximo tribunal se adjudicó brevemente las funciones del Parlamento, de mayoría opositora, configuraba una «ruptura del orden constitucional». El oficialismo no perdonó su osadía: la tildó de «loca», marchó contra su «traición» y la demandó por irregularidades en su gestión. Incluso planteó a la justicia declararla demente.
El politólogo chavista Nicmer Evans, que comparte cierto ideario ideológico con Ortega –también en cuanto respecta a Maduro–, explica a la agencia AFP que ella “representa al chavismo democrático frente a las pretensiones totalitarias del madurismo». Evans se deshace en elogios hacia la exfiscal general, y dice de ella que es «una mujer firme, con voluntad, carácter y criterio, que asume posturas a todo riesgo».
Los problemas llegaron a Ortega cuando dejó de apuntar a los opositores para apuntar a los gobernantes. Pasó de ser colaboradora de Chávez desde 1999 hasta 2013 a una de las voces más críticas de la oposición, y quiso combatir con la justicia la «ambición dictatorial» de la Asamblea Constituyente del mandatario. Con todo, cada una de las acciones legales que emprendió contra la iniciativa fueron desestimadas por la corte suprema. Una corte suprema que, por otra parte, está acusada por la oposición de servir al régimen.
“Enfrentaría cualquier cosa por defender sus valores”, dice el marido de Ortega
Entre los mayores defensores de Ortega se encuentra Germán Ferrater, diputado disidente, el hombre con el que casó hace 18 años. De ella dice que es «una persona con mucho temple, valiente y honesta” y que «enfrentaría cualquier cosa por defender sus valores”.
Ferrater sabe de primera mano que los últimos meses de Ortega han sido tortuosos. Desde que se posicionó claramente contra las ambiciones del régimen de Maduro, ha sido blanco de las amenazas. Ella misma confesó a la cadena CNN que su trabajo, su hogar y el de sus familiares estaba siendo blanco de un “asedio permanente”, lo cual se proyectó en el secuestro de su hija y de su nieto.
Aquel rapto coincidió con la visita que hizo a Brasil para investigar las implicaciones del caso de corrupción Odebrecht. «Permanecieron por tres días secuestrados”, contó tras las liberaciones. Con estos precedentes, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) -cuyas decisiones son ignoradas por el gobierno- determinó que su vida estaba en «riesgo inminente» y le otorgó una medida cautelar de protección.
A Ortega le sustituye como fiscal general y de manera interina Tarek William Saab, que se ha desempeñado hasta hoy como Defensor del Pueblo y que ha hecho de la lealtad al régimen su principal atributo. El futuro de la mujer que plantó cara a Maduro es incierto; el Estado ha congelado sus bienes y tiene prohibida la salida del país. Y aunque todavía no se sabe cuándo, Ortega se sentará en el banquillo de los acusados para defenderse ante un sistema del que formó parte, pero que ya no reconoce.