Oficios de la muerte: “Una persona no muere si no se la olvida”

Me llamo Albert Travel, nací en Sabadell hace 27 años y soy diseñador gráfico. Hace un par de años, mientras estudiaba en la Escuela de Arte y Diseño de Terrassa, mi abuelo, al que estaba muy unido, falleció. Cuando alguien muere es como si una nube gris se instalase sobre los que se quedan, todo lo que viene es oscuridad y tristeza. Sobre todo en los tanatorios, que parecen estar hechos para absorber tu energía y al final del día acabas hecho polvo. Y yo quería darle un giro a ese dolor. Así que cuando tuve que decidirme por un proyecto final de Grado, algo que fuera realmente mío, lo tuve bastante claro… “¿Tú en qué trabajas?”, me preguntaban los compañeros. “Una urna ecológica”, respondía. Y se quedaban a cuadros. Me apodaron ‘el enterrador’.

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Se llama ‘Arrels’, la urna. La idea, es obvio, nació de la palabra ‘raíz’ (arrel), porque el ser humano tiene un final, sí, pero también un origen; sin principio no hay fin. Fíjate en los árboles, por ejemplo, la raíz es su eje principal, sin ella no hay nada. Y mi urna hace que germine un árbol o una planta, pero de su interior. Me costó dos años de investigación darle la forma que quería de pirámide troncada que permite introducir una semilla y las cenizas del difunto en dos dispositivos separados para que el polvo de hueso, que contiene sustancias químicas, no impida que la planta o el árbol germine.

Al principio pensé en utilizar papel de bambú, porque el bambú es una planta que se adapta a cualquier tipo de terreno y no afecta al ecosistema, pero acabé empleando un papel llamado ‘free life’. Y la verdad es que le va al pelo el nombre. También contacté con un botánico que me recomendó semillas de cedro, abeto, pino y encina.

Cuando la urna se entierra y el papel se biodegrada, las semillas empiezan a germinar en un clima y un suelo óptimo. ¿Qué final mejor que formar parte de la naturaleza, ayudar a su regeneración? Y tú cambias de forma. Sí, de eso se trata. No soy religioso, somos un pulso eléctrico y la energía se transforma. Creo que los mayores problemas de esta sociedad son la religión y el dinero. Tampoco pienso que exista un más allá. Pero como diseñador me preocupa cómo puedo hacer más cálido un lugar tan frío como un cementerio, tan cuadrado que parece la entrada al averno. Con los colores. Con la señalética. Y no soy el único…

Durante el proceso de investigación conocí a otros diseñadores que trabajaban en nichos con forma de panal, o barro… Sus propuestas, claro está, no interesan a los cementerios. Nuestra sociedad no está preparada todavía. Por eso me gustan otras culturas donde la muerte se vive de una forma totalmente diferente, como la mexicana, donde se cree que el Día del Muertos los antepasados vienen a ver a sus familias.

Cuando era niño no pensaba en la muerte. Bueno, realmente hasta los 14 años vivía en mi mundo. Muertes cercanas solo he vivido tres, por suerte. Mis padres siempre me enseñaron que la muerte era un cambio. Una persona no muere si no se la olvida, eso creo. Y cuando pienso en la mía –porque lo hago-, no me gustaría que me enterrasen porque me suena a guerras; me gustaría acabar formando parte de la naturaleza, ayudando a reforestar un bosque, qué se yo. Tal vez, por qué no, en la urna que yo mismo he diseñado. Me gustaría ser útil, ya que alguien se molestó en hacerme. En eso se basa el diseño.