Prótesis autofabricadas con impresoras 3D ¡por niños!
‘Autofabricantes’, el proyecto de Francisco Díaz, coloca a los usuarios en el centro del proceso, desde la identificación de necesidades al diseño y creación de sus prótesis
Cuando un niño o una niña nace en España sin parte de una mano o un brazo, las prótesis que el sistema sanitario les ofrece son caras, antiguas y apenas cubren sus necesidades. Para solucionarlo, Francisco Díaz creó Autofabricantes, un proyecto de investigación colectiva donde los menores, pero también los adultos que necesitan soportes protésicos y ayudas técnicas, participan en la creación de estas soluciones. Además, los diseños son de código abierto y utilizan tecnologías accesibles, de manera que están a disposición de todo el mundo de forma gratuita. “Solo necesitas internet, una impresora 3D y un terapeuta ocupacional que te acompañe en el proceso”, afirma el emprendedor social de Ashoka.
Todo comenzó hace cinco años en Medialab Prado, gracias a una convocatoria para desarrollar proyectos de investigación e innovación que involucrasen a comunidades, y la experiencia anterior de Díaz en Sevilla. “Yo había participado en Exando una mano”, un colectivo dedicado a la autofabricación y el desarrollo de prótesis personales, “y estaba investigando en FabLab Sevilla, donde estaba aprendiendo a imprimir con las primeras impresoras 3D que había en España. Entonces una familia nos dijo que su hija iba a nacer sin una de las manos y nos preguntaron, ¿por qué no pensamos algo para que Paula sea más libre y más autónoma en su vida?”, explica.
Un lustro después, la comunidad de Autofabricantes ha desarrollado, junto a los niños y sus familias, diferentes líneas de investigación, entre ellas prótesis mecánicas, prótesis mioeléctricas –que son las controladas electrónicamente mediante las contracciones musculares del usuario– y la joya de la corona: Supergiz. “Es el proyecto que más recorrido tiene y el que mejor funciona porque no imita la forma de una mano, sino que es una especie de guante al cual se enganchan diferentes gadgets intercambiables para actividades concretas”, explica Díaz, licenciado en arquitectura especializado en fabricación digital.
SuperGiz from Medialab-Prado on Vimeo.
“Las prótesis mecánicas y mioeléctricas están bien, pero solo permiten el cierre de la palma, sin discretizar dedos, entonces se imprimen y se aplican fácilmente, pero la verdad es que se usan poco porque no solucionan mucho”, señala Díaz sobre los primeros proyectos de Autofabricantes. “La cuestión es que, como en esos grupos de investigación también estaban los niños, y en nuestra metodología está generar confort y un espacio de escucha, se fue ampliando la pregunta de cómo puede ser tu prótesis hasta llegar a Supergiz”, añade.
“Al final los niños quieren solucionar problemas concretos: saltar a la comba, jugar a la Play, hacer escalada o remar. Entonces el niño no usa nada durante todo el día, porque en general los niños que han nacido sin una mano crecen sin la necesidad de usar nada, pero en ciertas actividades en las que sí necesitan alguna ayuda diseñamos ese gadget”, señala. “Además, es un trabajo acumulativo: todos los gadgets van a servir a cualquier niño. Solo hay que adaptar el guante a la forma del brazo o de la mano”, cuenta Díaz.
Estos grupos de trabajo, en los que participan ingenieros, diseñadores, terapeutas ocupacionales y fisioterapeutas, se han reproducido por toda la geografía española y parte del mundo. “Hemos ido estableciendo lazos con otros lugares y haciendo un proceso de transferencia de conocimientos”, dice enumerando países como Italia, Brasil, México o Argentina. “También hicimos una experiencia para generar un grupo de trabajo en el sur de Colombia, donde hay víctimas del conflicto armado. Estuvimos trabajando durante 15 días con cinco personas locales que querían crear prótesis y con personas afectadas por minas, y luego ese equipo siguió trabajando”, añade.
Como se apuntaba al inicio, toda la información es accesible y está en código abierto, de manera que cualquiera puede acceder a sus diseños, descargados por más de 2.000 personas de todo el mundo. “Con Supergiz, que es un diseño complejo, tenemos una herramienta en la cual tú metes las medidas de tu brazo y te descargas directamente el diseño adaptado a tu brazo. Así, eliminas la dificultad de accesibilidad y que haya alguien que te diseñe esa prótesis, porque puedes descargártela e imprimirla en 3D en cualquier parte del mundo. Solo necesitas internet, una impresora y un terapeuta ocupacional que te acompañe en el proceso”, asegura.
Talleres colaborativos donde los niños son los protagonistas
La clave del éxito de Autofabricantes radica, entonces, en colocar a los usuarios en el centro del proceso, desde la identificación de necesidades al diseño y creación de sus prótesis. Además, Díaz considera que los niños aportan soluciones que jamás podríamos imaginar. “La innovación real ocurre cuando les das la voz y la posibilidad de ver que pueden hacer lo que imaginan. Nosotros siempre decimos que los expertos en experiencias son los niños: ellos saben qué necesitan y cómo lo necesitan”, explica. “De hecho, son más fáciles las partes del proceso en las que participan ellos porque los adultos tendemos a complejizar y estetizar las cosas. Al final son los niños los que abren la posibilidad de que funcionen los proyectos e ir al grano”, sentencia. ¿Pero cómo trabajan?
“Los talleres son súper cortos porque un niño no aguanta más de dos horas. Y en total son tres, los sábados por la mañana, con unas cinco o seis familias”, explica Díaz. “En el primero, hacemos una dinámica para conocernos mejor. Y siempre digo que los niños llegan con la mano escondida detrás de la espalda, pero, en cuanto ven que hay otros niños como ellos y que este es un espacio para jugar y pensar en su mejora, acaban a voces diciendo qué parte de la mano les falta”, explica. “Después pasamos a trabajar en equipos individuales formados por cuatro o cinco personas, el niño y la familia. Ahí empezamos a diseñar la solución con papel o cartón, plastilina y goma eva. Desde jugar a los karts a hacer tiro con arco, cada uno propone cosas diferentes. Prototipamos con ellos durante una hora. Y luego se cuentan entre ellos lo que han estado haciendo”, cuenta.
Definido el primer diseño, los equipos de Autofabricantes trabajan durante tres semanas en el diseño 3D hasta el segundo taller. “Entonces nos vemos con las familias con los prototipos impresos para que los prueben, volvemos a tomar medidas, seguimos codiseñando y dejamos las pautas claras para seguir avanzando”, señala Díaz. De nuevo, trabajan otras tres semanas y vuelven a quedar con las prótesis ya impresas. “En el tercer taller las prueban, los terapeutas evalúan que todo va bien y se lo llevan para usarlo en su casa. Y posteriormente hacemos seguimiento online”, añade.
Las prótesis en España tienen un coste que oscila entre los 2.000 y los 20.000 euros. Las soluciones de Autofabricantes cuestan entre 200 y 500 euros. “Esos precios no reflejan el coste real de esas prótesis, así que seguramente tengan unos márgenes bastante amplios. Y ese es uno de los principales problemas que tiene el sistema ortoprotésico no solo en España, sino en el mundo. Aquí, por suerte, lo paga la Seguridad Social, pero en Estados Unidos u otros países con menos recursos no tienen ni siquiera esa opción y tienen que pagar el precio de mercado”, afirma Díaz.
En este sentido, los próximos retos de Autofabricantes pasan por extender su metodología no solo por el evidente ahorro, sino porque funcionan. “Por un lado, estamos trabajando en un estudio científico-médico que valide que estas prótesis mejoran la calidad de vida de los niños y, por otro, estamos inmersos en un proceso de homologación en calidad a escala Unión Europea”, cuenta Díaz.
Para terminar, y volviendo la vista al coronavirus, frente al modelo competitivo de la vacuna, Díaz recuerda cómo diferentes grupos de makers o fabricantes de todo el mundo también trabajaron de manera solidaria y colaborativa al estallar la pandemia haciendo mascarillas o imprimiendo protectores para los sanitarios y apliques para compartir respiradores. “La comunidad respondió compartiendo los avances que había”, afirma.
“Después las comunidades autónomas, incluso el estado, dio vía libre para homologar algunos de esos diseños, cosa que por una vía normal hubiese tardado años. Es decir, cuando hay voluntad política se pueden generar cambios. Y la Unión Europea liberó patentes de ciertos productos sanitarios ligados al coronavirus durante esos meses, lo que permitió que muchos otros fabricantes pudieran replicarlos y salvar miles de vidas”, relata Díaz. “Tenemos comunidades que generan y responden bajo el código abierto y administraciones que cuando quieren, responden. Entonces yo me pregunto, ¿por qué se hace eso solo en situaciones de emergencia y no se hace para el beneficio social el resto del tiempo?”, concluye.