Víctima de ETA | Cristina Cuesta: «ETA no ha acabado, no ha terminado lo que tiene que ver con la ETA político-social»
Pasadas las tres de la tarde del 26 de marzo de 1982, dos terroristas de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, una rama de ETA, asesinaban a tiros en San Sebastián al delegado provincial de la Compañía Telefónica Nacional de España, Enrique Cuesta Jiménez, y herían gravemente a su escolta, el policía nacional Antonio Gómez García, que acabaría muriendo cinco días después. La hija mayor de Enrique, Cristina Cuesta, que por aquel entonces tenía 20 años y había ido a casa de sus padres a celebrar su cumpleaños, recuerda las últimas palabras que le dijo su padre por teléfono: «Un beso, nos vemos luego, cariño». La siguiente vez que vio a su padre fue en el hospital, en una camilla, sin vida y con restos de sangre en su cuerpo por las recientes heridas de bala.
Cristina lo tiene claro: «ETA no ha acabado», dice, «ese magma que circula por la sociedad vasca en estos momentos de intento de blanqueamiento, de olvido y de impunidad». Hoy, es una de tantas vascas y vascos que se han visto obligados a marcharse de Euskadi. En el año 2000, ella misma sufrió amenazas de ETA. Sobre el nacionalismo y la izquierda abertzale dice que le han «robado» parte de su vida y que le han arrebatado «la posibilidad de ser una vasca constitucional en Euskadi».
Hablamos con Cristina Cuesta, víctima de ETA y directora de la Fundación Miguel Ángel Blanco.
¿Cómo recuerdas ese 26 de marzo de 1982?
Yo estaba estudiando periodismo en marzo de 1982 y acababa de cumplir 20 años. Como había sido mi cumpleaños, ese 26 decidí volver a San Sebastián a celebrarlo con mi familia. Entonces, hablé con mi padre esa mañana, que estaba trabajando en Telefónica. Yo llegué en bus, fui a casa de mis padres, le llamé y le dije: «Papá, luego nos vemos, ya he llegado», y las últimas palabras que le dije fueron: «Tráeme un vale descuento que me quiero comprar un vaquero». Son pequeñas anécdotas, detalles, que se te quedan marcados para siempre. Él me dijo: «Muy bien, hija, un beso, tú, como siempre, pidiendo. Luego nos vemos». Esas fueron sus últimas palabras.
Recuerdo también que era una escena muy familiar, muy típica, mi madre y yo haciendo la comida, esperando a mi padre. Mi hermana, de 14 años, había salido al encuentro de mi padre antes de ir al colegio, como hacía siempre. Y entonces recibí una llamada que cogí yo y una voz, con la que soñé mucho tiempo, que me dijo: «Baja deprisa, que a tu padre le ha pasado algo». Nunca supe quién fue esa persona, pero sí supe inmediatamente que mi padre había sufrido un atentado terrorista.
El ambiente era un ambiente de amenaza. Mi padre era una persona escoltada. Mi padre tuvo el gran valor y el gran coraje de asumir el cargo de su jefe asesinado hace año y medio antes. Yo entonces no lo comprendí, con 18 años, tardé un tiempo en sentirme muy orgullosa de aquello, pero ahora me siento muy orgullosa de aquella decisión que le costó la vida.
A partir de ese momento, bajé rápido, no me acuerdo, vivía en un noveno, si por el ascensor o por las escaleras, no tengo ese recuerdo, y el siguiente recuerdo que tengo es llegar al lugar, ver una mancha de sangre, gente quieta mirando y yo gritando: «¿Dónde está mi padre?, ¿Dónde está mi padre?». Hasta que pude subir con la compañía de un policía municipal y una vecina al hospital y gritar que me enseñaran a mi padre, porque no había protocolos de atención, porque nadie sabía como funcionar, aunque se mataba tanto que los asesinatos eran semanales, no estábamos preparados para esa ofensiva tan atroz, tan tremenda, que quiso acabar con la democracia española y con tantas cosas. Y a partir de ese momento cambió absolutamente mi vida.
¿Cómo cambió tu vida?
A partir de ese momento, yo dejó de estudiar porque mi madre entra en una depresión. Ya estaba mal antes, pero esto fue la puntilla. Y mi hermana tenía 14 años. Entonces yo asumo el papel, por responsabilidad y porque no había muchas más opciones, de cabeza de familia e intentar recuperar cierto orden, cierto equilibrio en mi familia rota por un acontecimiento tan brutal como es la pérdida de esa manera de mi padre y de su escolta Antonio.
Dejo de estudiar periodismo, me ofrecen trabajar en Telefónica de subalterna y al mes siguiente, un 26 de abril exactamente de 1982, yo empiezo a trabajar a las siete y media de la mañana y entro por la misma puerta por la que había salido mi padre antes de ser asesinado.
Toda pérdida de un padre, en circunstancias inesperadas es tremendo, pero es que además aquí se suma, como en todo acto terrorista, la reacción del entorno. Nosotros vivíamos en un entorno muy complicado en el que no decíamos que éramos víctimas por el señalamiento que hace el terrorismo, por el «algo habrá hecho», porque, como ya se sabe, además los terroristas justifican siempre sus crímenes, amenazan, persiguen, intimidan, asesinan y luego insultan, humillan y crean como una zona de protección o un vacío a la víctima respecto a la sociedad. No digo que sea la situación en la que se vivió siempre, pero desde luego hasta bien entrados los 90, sí, y en el País Vasco especialmente, y eso lo conozco de primera mano.
¿ETA ha muerto?
ETA no ha acabado y de hecho, ETA es un tema recurrente en el devenir político y social del día a día, en las reivindicaciones de las víctimas, en los debates sociales, la situación de la legalización de partidos que todavía no reprueban el terrorismo de ETA, la situación concreta respecto a la justicia de los presos y los casos sin resolver, en la indignidad que supone que haya homenajes a los etarras cuando salen de las cárceles, en que sigan manteniendo una ideología en la que no se ha integrado algo mínimo desde el punto de vista ético y democrático, como es la reprobación de todos y cada uno de los crímenes.
No ha habido una evolución democrática por parte de los partidos que apoyan y han apoyado al terrorismo de ETA y todavía quedan muchos asuntos sin resolver. Creo que dimos un paso de gigante, que es que dejaran de matar, de secuestrar, de perseguirnos, de amenazarnos, pero todavía no ha acabado lo que tiene que ver con la ETA político-social. Ese magma que circula por la sociedad vasca en estos momentos de intento de blanqueamiento, de olvido y de impunidad.
Hablas de intento de blanqueamiento, olvido e impunidad. ¿Por parte de quién?
Hay intereses políticos por parte del propio Gobierno, para nuestra desgracia como ciudadanos, que les asume como socios legítimos en los pactos de gobernabilidad, incluso en los presupuestos y en otra serie de aspectos. Existe un gran déficit a este respecto y se quieren dar pasos que no están bien asentados. Para las víctimas es muy lamentable la carta de naturaleza que se está dando a Bildu como un partido democrático más, cuando todavía no ha hecho un recorrido democrático mínimo, cuando todavía no ha reconocido los crímenes que tanto dolor han causado, no solamente a las víctimas, sino a toda la sociedad española y también al Partido Socialista.
Y también nos preocupa especialmente el posicionamiento de Podemos. Podemos está legitimando, en cierta manera también, las consignas o las reclamaciones del mundo de ETA. Y creo, además, desde la preocupación de lo que se está transmitiendo a muchos jóvenes, que hay una cierta legitimación, comprensión, a todo lo que ha significado ETA. La lectura no es una lectura que tenga que ver con la justicia y la verdad, sino que tiene que ver más con el olvido y la impunidad, que puede llegar a muchos jóvenes y que está funcionando de esta manera en un borrón y cuenta nueva. Pero no existe el borrón porque todavía hay temas fundamentales que están sin resolver.
Oskar Matute, de EH Bildu, me dijo en una entrevista hace pocos meses que «Euskal Herria Bildu ha rechazado cualquier tipo de violencia, incluida la de ETA, por activa y por pasiva».
Los que hemos vivido en el País Vasco en los años más duros y hemos convivido muchísimos años en San Sebastián y hemos sido acosados, perseguidos, insultados ante el matonismo de Herri Batasuna, sabemos que ahora, aunque quizá con otra piel más de cordero, son los mismos y siguen planteando los mismos objetivos políticos y siguen de una manera más sibilina, por supuesto, justificando o legitimando o comprendiendo a ETA y a los terroristas de ETA.
A vosotras, las víctimas, el nacionalismo vasco y la izquierda abertzale, ¿os ha arrebatado vuestra patria?
Lo que a mí me ha robado es mi posibilidad de permanecer en mi ciudad, con mis amigos, con mi familia. En el año 2000 tuve que salir del País Vasco por amenazas de ETA, porque me pusieron escolta y no me dieron mucha opción. En mi caso particular era un mazazo para mi familia porque mi padre fue asesinado junto a su escolta años atrás. Entonces, mi madre especialmente se alarmó muchísimo y todo el mundo cercano me recomendó que saliera.
Me han robado la posibilidad de ser una vasca constitucional en el País Vasco. Me han robado la posibilidad de disfrutar de mis sobrinos, de vivir como me diera la gana en mi ciudad e irme cuando quisiera, y me han impuesto una manera de funcionar para obtener cierta libertad. Y desde luego, me han robado parte de la vida, lo cual no quiere decir que yo haya sido capaz de construir otra vida muy rica y muy plena.
No hay estudios serios que hayan investigado cuál es la cantidad de ciudadanos que tuvimos que abandonar el País Vasco por amenazas. Esto es algo que está todavía pendiente. Y además quiero denunciar también, una vez más, que el Gobierno vasco a este respecto jamás ha hecho nada. No quito que sea un algo complejo, han sido miles o decenas de miles o cientos de miles, para algunos, las personas que hemos abandonado en tantos años de terrorismo el País Vasco, pero creo que alguna deferencia tendrían que tener con nosotros, porque hemos perdido nuestra posibilidad de votar también. Claro, y uno de los éxitos, entrecomillas, políticos de las imposiciones y las consecuencias del terrorismo, ha sido la merma evidente del constitucionalismo en el País Vasco.
¿Crees que se ha hecho justicia con las víctimas o queda mucho por hacer?
Una de las reivindicaciones de las víctimas del terrorismo es el de la justicia. Yo creo que es el elemento de cohesión de todas las víctimas. No conozco a ninguna que no reclame justicia. Sabemos también que las víctimas que hemos perdido a familiares directos jamás podremos tener una justicia completa, porque nada ni nadie podrá traernos a nuestros familiares. No es una situación posible. Dicho esto, lo que es una reclamación evidente y objetiva que hemos descubierto en las propias víctimas del terrorismo, con mucho esfuerzo y durante muchos años, es la situación de impunidad.
Ahora se maneja un número, desde el año 2010 o 2011, investigado por nosotros, en el que 379 crímenes de ETA, de asesinatos, aún están sin resolver. Esto es una prueba objetiva. En la década de los 80 fue tremendo el nivel de impunidad: hubo una amnistía, crímenes, amnistiados, expedientes olvidados. Yo quiero reconocer el trabajo de jueces y fiscales, pero ha sido insuficiente porque esto es la punta del iceberg, porque nos referimos a atentados con resultado de muerte, asesinatos, pero claro, heridos, perseguidos, amenazados. Todavía no sabemos cuál es la cifra negra de criminalidad del terrorismo de ETA. Hay muchísimo por investigar y por lo tanto queda mucho por hacer.
O sea que en este sentido, el tiempo cobra en contra de esta resolución, aunque ha habido pasitos. Seguimos teniendo que reivindicar estas cuestiones y sobre todo por un elemento fundamental que enlaza con la posición de Bildu quizás más partidos, para nuestra desgracia, que es la nula exigencia a Bildu y a su entorno, porque tienen muchos contactos con el tema del derecho a la verdad, porque a lo mejor por cuestiones técnico legales, de justicia, porque el crimen ha prescrito, porque fue amnistiado, etcétera, pues no podemos obtener una sentencia para muchas familias, no se puede investigar, pero sí obtener el relato de la verdad, de lo que pasó.
Como además está demostrando la serie y el libro de Patria con su protagonista, que el hilo conductor es esa búsqueda por saber lo que pasó, por quién fue, porqué lo hizo, en qué contexto se movió o cuáles fueron las razones. Eso es algo que da muchísima zozobra a las víctimas. Creo en esa necesidad de cerrar un duelo, de cierta calma, de cierta paz ante el desconocimiento de cómo paso, lo que tanto les arrebató. Creo que es una exigencia que tendría que ser prioritaria y que tendría que estar encima de la mesa.
En Patria, Aramburu ha puesto miradas, silencios, cárceles interiores, ha puesto el significado de lo que es odiar, de lo que es tener miedo en el día a día, en la cotidianidad de la gente, para que la gente entienda lo que tantas y tantas personas tuvimos que pasar.
¿Siguen presentes el miedo y el odio en la sociedad vasca?
En la sociedad vasca hay un tema pendiente que es la propia autoevaluación de la sociedad, de cada ciudadano. Un poco de psiquiatría social, qué hice o qué dejé de hacer. Hay que recordar que un estudio, ya de hace bastante tiempo, decía que solamente tres de cada 10 vascos en algún momento se habían manifestado contra ETA en tantos años. El miedo funcionó. No se entiende nada de este problema, como bien evidencia Patria, sin el odio y sin el miedo. Hubo mucha actitud cómplice, supuestamente neutral, muchos silencios, mucho vacío en las víctimas, que marcaron un sálvese quien pueda y yo me las arreglo para no ser señalado. Eso funciona, pero no especialmente porque los vascos seamos de una manera especial, creo que hubiera funcionado en otra sociedad o en otro contexto.
Todavía queda esto. La situación que yo percibo es que la gente quiere olvidar rápidamente, quiere pasar página. Ahora, paradójicamente, a las víctimas que seguimos reivindicando la memoria, la justicia, la verdad y la dignidad, se nos achaca que estamos un poco en una situación de revanchismo o impidiendo una paz definitiva, una supuesta reconciliación.
Además, creo que un elemento importantísimo, que todavía desde el ámbito vasco no se nos quiere reconocer, es nuestra significación política. Esto no ha sido un tsunami, ni ha sido otro tipo de situación natural, ha sido producido por la decisión de fanáticos de la identidad nacionalista que decidieron acabar con las vidas de nuestros familiares y parte de la convivencia que controlaron durante tantos años. Ahí creo que falta una revisión de las conductas, de los pareceres, de las actuaciones, de los silencios, de los olvidos, de las complicidades que todavía no se ha producido.
El autor material del asesinato de tu padre, Zurutuza, fue condenado, ¿qué le dirías si lo tuvieras delante?
De hecho, ya lo tuve delante, porque yo quise ser testigo en el juicio por asesinato a mi padre y su escolta, Antonio Gómez, y quería verle la cara si tenía esa necesidad. Y aunque parezca extraño, yo salí reconfortada porque después de tantos años, fue en 2010 el juicio en la Audiencia Nacional, yo no vi más que odio en su mirada y me sentí a tantos años luz de distancia de él, porque yo no tengo odio, tengo rebeldía cívica, tengo un sentido de la dignidad, tengo una necesidad de seguir luchando por lo que creo justo. Pero estoy muy orgullosa de lo que le puedo contar a mi hijo de 17 años, que se llama como mi padre, Enrique, y yo no sé que podrá contarle él a sus hijos.
¿Crees en el perdón?
Siento respeto por el perdón. Yo no soy una persona religiosa, soy una persona agnóstica y sé y soy consciente de que a muchas víctimas un sentimiento de perdón les ha reconfortado. A mí me reconforta no odiar, y el haber haber convertido con mucho esfuerzo y construido durante muchos años ese sentimiento inicial obvio y lógico, como es el odio que se siente cuando sufres algo así, en algo positivo, constructivo, que además creo que a la larga es mucho más eficaz también.
Es un orgullo para las víctimas españolas decir que jamás nos hemos vengado y ha habido muchísimas situaciones familiares en las que se ha transmitido todo lo contrario, se ha parado la cadena del odio. Si en algún momento, y especialmente en los 80, esa cadena del odio se hubiera transmitido, hay analistas, nunca sabremos, afortunadamente, que defienden que hubiéramos podido llegar a una situación tremenda. Imaginémonos, hubiera sido muy complicada la convivencia, pero lo cierto es que ninguna víctima del terrorismo jamás se ha vengado. Yo he tenido que sufrir situaciones tremendas y además, en aquella época y en el País Vasco sabíamos quiénes eran y dónde estaban. No directamente los asesinos, pero sí sus amigos, porque ellos siempre han sido muy fanfarrones y no han tenido miedo hasta que las leyes, afortunadamente, empezaron a cambiar.
La Iglesia tuvo un papel importante en el conflicto vasco y algunos sacerdotes apoyaron a ETA.
Sí, es verdad. Sería injusto generalizar, porque tenemos amigos sacerdotes, no demasiados, algunos por desgracia ya fallecidos, que siempre estuvieron con las víctimas y que por eso fueron perseguidos y amenazados. Alfredo Tamayo, Antonio Beristain, buenos amigos, que eran a los que recurría para los funerales o las misas en los cementerios o los responsos, cuando nadie quería estar con nosotros, estar con las víctimas. Y en mi familia, por ejemplo, realizamos durante 10 años funerales clandestinos, porque yo me empeñé en que mi padre fuera recordado en calidad de víctima del terrorismo.
Creía que era un mínimo en San Sebastián que se dijera que era víctima del terrorismo, sin más, sin dar más explicaciones. Y en la parroquia de Santa María, ya lo puedo decir porque el párroco ya falleció, había una capilla que seguirá existiendo, la capilla del Cristo, donde de una manera sigilosa yo convocaba a los familiares cercanos, a los amigos más íntimos.
Este hecho ha ocasionado muchísimo sufrimiento a muchas víctimas creyentes que buscaron el último amparo en una sociedad tan hostil, en un momento tan crudo del día a día y que querían sentir un poco de calor, un poco de cobijo por la Iglesia y que no lo tuvieron. Basta con recordar al obispo Setién que dijo textualmente a una víctima, una amenazada, que «dónde estaba escrito que el pastor tiene que querer a todas las ovejas por igual». Eso se lo dijo el obispo Setién a una amenazada, María San Gil, dirigente del Partido Popular, que fue una persona muy creyente, a la que admiro muchísimo y que fue a pedir un poco de compasión, y esa fue la respuesta que recibió.
En el siguiente vídeo puedes ver parte de la entrevista: