Paula Vázquez: “Siempre estamos buscando el sentido, la raíz del mal, sea el íntimo o el radical”
Paula Vázquez nos presenta de la mano de Editorial Tránsito ‘Las Estrellas’. Un relato autobiográfico en torno a la experiencia de la pérdida y el duelo.
Poeta, librera en la joven librería barcelonesa Lata Peinada y narradora. Así podríamos definir a Paula Vázquez, que, tras publicar el poemario Los hombres de mi oficio y el libro de relatos La suerte de las mujeres, nos presenta de la mano de la editorial Tránsito Las estrellas. Un relato escrito en primera persona de carácter autobiográfico en torno a la experiencia de la pérdida y el duelo. La muerte de su madre es el punto de partida para esta obra donde la autora reflexiona sobre las relaciones maternofiliales, sobre el viaje como forma de huida y de exploración personal, sobre la enfermedad y el deterioro físico y sobre la pérdida y la ausencia.
Las estrellas es un libro sobre el duelo, pero, también un libro de viajes. En Las estrellas viajas mucho a nivel geográfico, pero ¿hasta qué punto el viaje no es también metáfora de un recorrido personal que comienza con el reencuentro con tu madre hasta la superación del duelo?
Sí, hay muchos viajes en el libro, en un período muy corto de tiempo. Eso se ve a lo largo del texto y está sintetizado en ese pequeño capitulito donde se reseñan los “lugares donde dormí” durante la enfermedad de mi mamá. Sin dudas hay una pulsión de viaje, pero yo no diría que viene del proceso de la enfermedad, de la anticipación de la muerte, sino que es previa: una búsqueda que me caracteriza desde pequeña. Aventuro que tiene más que ver con alejarme del núcleo de origen, de explorar qué hay más allá del nudo familiar, aunque sólo sea para buscar nuevas herramientas para comprenderlo. Me vienen dos referencias, unos versos de Lezama Lima: “deseoso es quien se aleja de su madre”, y después algo que está en el texto, la búsqueda de nuevos lenguajes, de nuevos sistemas de interpretación, como pueden ser otras lenguas (alternativas a la lengua madre), la astrología, o ciertos símbolos arquetípicos. El viaje es el vehículo para esa búsqueda, tanto en la vida como en la muerte.
Por tanto y perdona si soy reiterativa, ¿el duelo puede definirse como un viaje hacia la aceptación de la muerte, de la ausencia de la persona querida?
Sin dudas el duelo requiere ese proceso hacia la aceptación de la ausencia, de ese mundo extrañado en el que todo parece igual, pero monstruosamente igual ante la falta del ser amado. Pero es mucho más que eso, porque también hace añicos y reordena –si se sobrevive- la propia vida. El proceso del duelo no tiene que ver sólo con el otro, sino sobre todo con uno mismo, se imprime sobre nuestros vínculos, sobre nuestra cotidianidad, sobre nuestro sistema de jerarquías, sobre nuestras creencias y rituales. El encuentro con la muerte sacude todos los cimientos.
En un momento dado, comentas que la idea del libro comienza antes de que tu madre fallezca. ¿Las estrellas es un libro que intenta prorrogar la vida, posponer la muerte y, por lo tanto, el duelo?
No. Nunca pensé que escribir podía posponer la muerte de mi madre, tampoco en ningún sentido inmortalizarla, perpetuar su vida en la escritura. Escribir un libro sobre ese proceso sólo fue un modo más de buscar herramientas para transitarlo, para entenderlo, si es que hay algo inteligible, para acercarme a su vida, a nuestro vínculo, para hacerme decir algo que de otro modo no era capaz de decir.
«Se sobrevive atado a los detalles», leemos en el libro y esos detalles se concretan en ese capítulo homenaje a Pérec “Los anillos de mamá”. ¿Son esos objetos, lo infraordinario, lo que nos construye sin agotarnos?
Ese capítulo es una especie de invocación con voluntad de descripción total, es decir: un imposible. Es un gesto a lo Pérec, una tentativa de agotar ya no un lugar sino una persona, y el gesto paradójico quiere dar cuenta de que por más puntillosa que sea nuestra observación, por más cercanía que tengamos, el otro siempre permanece un misterio. Por eso también el inicio del capítulo empieza con un afirmación y negación: “mamá era polaca/mamá no era polaca”. También alude a Joe Brainard, el género del retrato con una fórmula que acude a la enumeración de las pequeñas cosas. Si hay algo que somos capaces de percibir de los otros, y quizás de nosotros mismos, eso está en los detalles.
“No puedo evitar pensar en quiénes son los responsables de la enfermedad de mi mamá”. Esta frase me hizo recordar el texto de Susan Sontag de La enfermedad y sus metáforas y esa necesidad de buscar un sentido.
Sí, creo que es algo propio de la condición humana. La búsqueda del sentido. No sólo en la enfermedad, sino también en las grandes tragedias de la humanidad, en las miserias colectivas, en las matanzas, incluso en el genocidio. Me acuerdo de una correspondencia entre Einstein y Freud en torno a una pregunta: ¿Por qué la guerra?. Siempre estamos buscando el sentido, la raíz del mal, sea el íntimo o el radical. Creo que es un buen ejercicio, más allá de que la solución o la respuesta sea equívoca o directamente imposible. Esa búsqueda quizás sea el único antídoto posible.
La crónica hospitalaria, la crónica de la enfermedad que avanza, sitúa a la escritura y a ti como escritora a enfrentarse al cáncer no como metáfora.
Sí, hay un espacio en el que la metáfora llega a su límite. La gestión de la enfermedad y la muerte es cruda, llena de detalles administrativos, de tiempos vacíos, de rellenados de formularios, de lidiar con algo bestial e imponente como puede cierta clase de dolor. Para intentar transmitir esa dimensión, eso sólo puede ser narrado de forma sobria, descarnada, como apuntes en la historia clínica.
“Nunca entendí qué clase de agenda podía justificar que personas con graves dolores se vieran obligadas a pasar gran parte del día en pasillos de hospital”, leemos en la primera página. Una frase que relata la realidad del sistema, en Argentina, pero también en España.
Mi familia está en una situación privilegiada respecto de la gran mayoría de los argentinos, y en nuestro caso incluso que mi hermana sea médica nos alivió esos nudos burocráticos en donde para los enfermos literalmente se va la vida. Sí es una observación sobre ciertos procesos de deshumanización que se viven en el sistema de salud, aún cuando se trate de los “privilegiados” de la salud privada. Creo que tiene que ver más con una tendencia a la sobreexplotación del personal hospitalario, desde enfermeras hasta los médicos tratantes, que no tienen tiempo real para tomar cada caso de forma personalizada. Cuando se trata de una angina, vale, no necesitamos tanto, pero en el caso de enfermedades graves o incluso terminales, hay una recurrente infantilización del paciente por parte de los médicos: no se habla de las opciones, no se explica en detalle los tratamientos, muchas veces se lo deja afuera de su propia enfermedad. Es un proceso de deshumanización, como en muchos otros aspectos, en donde la tarea a cumplir es gestionar productivamente para el sistema y no para el interés humano.
Uno de los temas del libro es de la relación maternofilial, sobre las contradicciones de ser hija de una mujer muy diferente a ti, es decir, la relación de unión y lejanía con la mujer de la que naciste.
Sí, en la literatura quizás hay menos tradición de reflejar vínculos maternos que paternos, yo creo que llevo escribiendo sobre esto desde hace tiempo. En mi libro anterior, en clave de ficción, ahora en este libro de modo directamente biográfico. Más allá de este vínculo concreto, me interesa el material del universo femenino, de los vínculos que se crean entre las mujeres.
Annie Ernaux o Joan Didion son dos autoras contemporáneas que, en sus obras, se han enfrentado a la enfermedad, al duelo y a la ausencia, sin embargo, como señalaba Juan Marqués en su reseña, en tu libro apenas hay referencias explícitas a obras y a autores, pareciendo ser un libro que nace más de la experiencia que de las lecturas.
Hay una gran fuente de lecturas que atraviesan el libro. Sin embargo, decidí no nombrarlas, o hacerlo solo en clave. Aparece Noches azules, por ejemplo, pero sin nombrar a la autora. Antes de viajar a Sicilia para escribir hice una búsqueda del tipo “estado del arte”: libros sobre la muerte del padre o de la madre. Leí unos quince o diecisiete, de distintos tiempos y procedencias, desde Roth a Delphine de Viggan pasando por Simenon o Richard Ford. También escritores contemporáneos argentinos como Inés Ulanovsky, Gabriela Bejerman o Mauro Libertella. Sin embargo, estas lecturas no permearon en mi texto, pero otras fueron esenciales: Autorretrato en el estudio, de Giorgio Agamben, La muerte, un amanecer, de Elisabeth Kübler-Ross, la poesía de Anne Carson. Creo que la literatura es polifónica, que siempre estamos escribiendo con nuestras lecturas, pero claro, también con nuestras experiencias.
Publicaste el poemario, Los hombres de mi oficio. ¿Hasta qué punto la poesía forma parte de tu concepción de la narrativa? O, dicho de otra manera, ¿hasta qué punto poesía y prosa se dan la mano?
La poesía es para mí otro de los modos de alejarme de la lengua madre. Es el género en el que se quiebra el sentido administrativo-funcional con el que usamos el lenguaje de modo cotidiano. Nos da la capacidad de nombrar de nuevo, más y mejor, de un modo que conserva el misterio del límite. En la época que empecé a tomar notas sobre la enfermedad de mi mamá estaba escribiendo poesía, iba a un taller de poesía con Fabián Casas, y los versos que escribí por esa época después formaron parte del libro, de modo orgánico. La estructura fragmentaria del texto, que mezcla versos con prosa pero también con listas, enumeraciones o diarios de viaje al estilo de la crónica, tiene que ver con ese estado fragmentario de las citas pero también con el estado de conciencia del duelo, que es de hachazos de sentido, donde no hay posibilidad de lo prosaico puesto que la continuidad de la vida ha sido puesta en crisis.
No quiero concluir la entrevista sin preguntarte sobre Lata Peinada. ¿Cómo surge la idea de abrir una librería dedicada a la literatura de Hispanoamérica en Barcelona? ¿Había un vacío en la ciudad?
Lata Peinada surge del vínculo íntimo que tenemos con Barcelona, mi socio y yo vivimos en la ciudad en distintos momentos, y los dos estamos además vinculados a la literatura, él incluso cursó la Maestría de Escritura Creativa que dirige Jordi Carrión. Lo primero fue el entusiasmo por hacer algo en Barcelona relacionado a la literatura, y allí muy rápidamente se impuso la librería dedicada a la literatura latinoamericana, por el vínculo que la ciudad ha tenido con los autores y autoras latinoamericanos que han vivido o editado por primera vez en Barcelona. Lo que faltaba es nuestra apuesta: ampliar el canon de lo que se conoce como literatura latinoamericana, ya sea recuperando voces que han sido marginadas (desde Zelarayán o Juan Luis Martínez a las escritoras contemporáneas al Boom) y autores y autoras contemporáneos, publicados en editoriales independientes de Latinoamérica. Tenemos libros, voces, autores que no hay en otros espacios de Barcelona ni del resto de Europa, nuestra apuesta es impulsar que esas editoriales lleguen cada vez más a las distribuidoras formales de aquí, a crear un público lector que se entusiasme por descubrir nuevas escrituras. Es de algún modo también una apuesta política de oponer una flecha a cierta literatura latinoamericana que constantemente miraba a Europa: apostar a que Europa mire, y sobre todo lea, del otro lado del océano.