Por qué el riesgo de morir por coronavirus aumenta con la contaminación
Los problemas respiratorios derivados de la contaminación atmosférica nos hacen más frágiles ante el embate del virus
La pandemia del coronavirus[contexto id=»460724″] ha provocado medidas de confinamiento y reducción de la movilidad, tanto urbana como interurbana, lo que ha reducido de forma insólita la contaminación. Sobre todo en las grandes urbes. En ciudades como Madrid o Barcelona se han registrado valores de dióxido de nitrógeno (NO2) que, por primera vez, se encuentran muy por debajo de los límites que marca la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Aunque, según alertan activistas ecologistas, esto podría ser un espejismo, esta es sin duda una buena noticia. No solo para nuestro medioambiente, sino también para nuestra salud. Según un estudio reciente de la Universidad de Harvard, el coronavirus mata más en las áreas con mayor polución. ¿Por qué? Es sencillo: en una atmósfera contaminada aumenta el riesgo de sufrir problemas respiratorios, que pueden ser fatales para los pacientes con COVID-19. Por lo tanto, no estamos ante una relación directa entre coronavirus y contaminación, pero sí ante una de causa y efecto.
Más frágiles ante el embate del virus
El estudio de la prestigiosa universidad norteamericana, que no ha pasado la habitual revisión por pares por la urgencia que presenta esta pandemia, compara la contaminación de diferentes lugares de Estados Unidos con el número de fallecimientos por coronavirus que registrados en esos lugares. Para ello han analizado los datos de 3.080 condados, casi todos los del país, sobre la calidad del aire entre los años 2000 y 2016.
El estudio concluye que los pacientes con coronavirus en las zonas de Estados Unidos que tenían altos niveles de contaminación del aire antes de la pandemia cuentan ahora con más probabilidades de morir por la infección que los pacientes residentes en las áreas con una atmósfera más limpia. El noreste de Estados Unidos, entre Nueva York y Boston, es con diferencia la zona no solo con más casos del país, sino también con mayor mortalidad. También otras zonas urbanas, como las de Chicago, Detroit, Houston, Miami, San Francisco, Los Ángeles o Seattle han mostrado una alta incidencia del virus y de su mortalidad.
El estudio muestra que la mortalidad del coronavirus aumenta en las zonas con una mayor concentración de partículas en suspensión de menos de 2,5 micras. «Un aumento de tan solo un microgramo por metro cúbico de PM2,5 puede traducirse en un incremento del 15% en la tasa de mortalidad de la COVID-19″, dicen los responsables del informe en sus conclusiones, además de recordar que las PM2,5 están consideradas como una factor que contribuye al agravamiento de enfermedades respiratorias como la bronquitis o el asma. La materia particulada o PM (por sus siglas en inglés) 2,5 son partículas muy pequeñas que se suspenden en el aire y que tienen un diámetro de 2,5 micrómetros (aproximadamente un diezmilésimo de pulgada) o menos de diámetro. Estas partículas pueden provenir de los automóviles, camiones, fábricas, quema de madera y otras actividades.
Y esto no es nuevo. En 1918, en la pandemia de la mal llamada gripe española, la enfermedad también tuvo una mayor incidencia mortal en aquellas ciudades más contaminadas por las partículas de la combustión de carbón que había en el aire que en las zonas rurales.
La Universidad Martin Luther Halle-Wittenberg también ha realizado un estudio de estas características y sus resultados demuestran por primera vez con datos de diversos lugares del mundo con niveles de contaminación permanentemente altos, entre ellos la Comunidad de Madrid, que esos lugares han registrado significativamente más muertes que otras zonas. «Los niveles elevados de dióxido de nitrógeno (NO2) en el aire pueden estar asociados con un alto número de muertes de COVID-19», concluye el informe. A pesar de los resultados, los investigadores reconocen que esta correlación «debe examinarse para otras regiones y ponerse en un contexto más amplio».
Según han observado los expertos, el virus induce la síntesis de unas citoquinas inflamatorias en su segunda fase, lo que agrava considerablemente la enfermedad en el pulmón y deriva en una insuficiencia respiratoria aguda. La exposición a grandes cantidades de NO2 puede inducir la síntesis de estas citoquinas, a su vez relacionadas con una mayor mortalidad en los pacientes contagiados con coronavirus.
La contaminación como «factor vehicular del virus»
Otro estudio va incluso más allá de la incidencia de la contaminación en los pacientes contagiados y apunta a que esta podría estar ayudando a propagar el virus entre personas sanas. La Sociedad Italiana de Medicina Ambiental publicó un artículo en marzo que señalaba que la contaminación del aire era otro posible factor de la transmisión. Esto explicaría que en algunas zonas, como el industrializado norte de Italia, el virus se habría podido propagar con mayor rapidez debido a sus altos niveles de polución.
En dicho estudio, los expertos apuntan a que las concentraciones de partículas atmosféricas funcionan «como factor vehicular del virus», aunque en algunas zonas los científicos aseguran que «pueden también haber influido condiciones ambientales desfavorables para la tasas de inactivación viral».
En la investigación de este organismo, realizado en colaboración con las universidades de Bolonia, Bari, Milán y Trieste, se concluye que «la velocidad del incremento de los casos de contagio que ha afectado particularmente algunas zonas del norte de Italia podría estar ligada a las condiciones de contaminación de partículas atmosféricas que ha ejercido una acción de carrier y de boost».
Los investigadores italianos exponen, además, que existen precedentes de la elevada incidencia de infecciones virales en relación con los elevados contenidos de contaminación de partículas atmosféricas –las de menor tamaño son las PM2,5, de las que ya hemos hablado, y las más grandes, las PM10–.
El estudio evidencia una relación clara entre la superación de los límites de concentración de PM10 en algunas áreas con el número de contagios comunicados en aquellas zonas entre el 10 y el 29 de febrero.
No obstante, en un estudio publicado a finales marzo, la OMS analizaba las formas de transmisión del coronavirus, y la conclusión a la que llegaba era que el coronavirus se transmite únicamente por contacto con las gotículas respiratorias que una persona contagiada proyecta al estornudar o al toser. Decía, además, que no hay ninguna evidencia de que el virus se transmita por el aire. Esto chocaría con las conclusiones del estudio italiano.
Llegamos tarde: una llamada de socorro
Según ha indicado la Alianza Europea de Salud Pública, este descenso en la contaminación atmosférica provocada por el confinamiento llega tarde para muchos pacientes que luchan hoy contra el nuevo coronavirus. Y es que la exposición crónica a un aire de mala calidad facilita el deterioro prematuro de los pulmones y contribuye al desarrollo de diversas patologías respiratorias. Esas patologías ya están ahí por los niveles de contaminación a los que estábamos acostumbrados antes de la pandemia.
Los resultados del estudio de Harvard subrayan «la importancia de continuar aplicando las regulaciones existentes de contaminación del aire» durante la crisis sanitaria del la COVID-19. «Basándonos en nuestros resultados, anticipamos que si no se hace, el número de muertes y hospitalizaciones por COVID-19 puede aumentar potencialmente, lo que representa una carga adicional para nuestro sistema de atención médica y reduce los recursos de los pacientes con coronavirus», advierten los responsables de la investigación.
La contaminación del aire representa «un importante riesgo medioambiental para la salud», dice la OMS. Mediante la disminución de los niveles de contaminación del aire los países pueden «reducir la carga de morbilidad derivada de accidentes cerebrovasculares, cánceres de pulmón y neumopatías crónicas y agudas, entre ellas el asma», recuerda. Ahora, la emergencia sanitaria del COVID-19 ha puesto de manifiesto, más que nunca, la urgencia en reducir estos niveles.
Más de la mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades y el 80% está expuesta a niveles superiores de contaminación del aire a los recomendados por el organismo que depende de Naciones Unidas.