Series de Netflix, relatos diversos del siglo XXI
Muchas series originales de Netflix abordan la diversidad desde lo local pero con audiencias globales. ¿Pero es representación o ideología?
Hay dos grandes conceptos que atraviesan todas las series de Netflix como relatos míticos del siglo XXI: el contenido local que aspira a ser global y la diversidad en los contenidos y en los personajes. Muchas de estas ficciones concitan los grandes anhelos de la sociedad del siglo XXI como antes lo había hecho el cine (S.XX), la literatura (S.XIX) o el teatro (S. XVIII). En este sentido, el capital emocional que estas series han supuesto para millones de personas en el mundo, sobre todo en el confinamiento, es incalculable.
La diversidad es uno de los valores fundamentales de la cultura de Netflix y quizás por ello conecte tan bien con los jóvenes de todos el mundo. “Creo que Netflix ha hecho una apuesta interesante por la diversidad, especialmente por la diversidad sexual. Su principal aportación ha sido llevar a los personajes de una cierta periferia o participación en una coralidad al centro del relato. Es decir, la homosexualidad ya estaba presente en La casa de papel, pero no tenía la misma presencia que en la temporada producida para Netflix”, afirma Conchi Cascajosa, profesora de “Estudios Televisivos”, “Ficción Televisiva” o “Historia de los Medios Audiovisuales” en la Universidad Carlos III de Madrid. Áurea Ortiz, profesora de Historia del cine de la Universitat de València, cree que la diversidad también puede vincularse al crecimiento de la producción: “El crecimiento de la producción implica no solo una producción mayor, sino también más variedad. Ello, unido al esfuerzo por reflejar la diversidad real, fruto de la presión social y de la visibilidad cada vez mayor de colectivos minoritarios o marginados, supone encontrar en las series rostros, temáticas, relaciones interpersonales que antes no veíamos.
Además, Netflix tiene un catálogo amplio en el que no solo hay producciones de Estados Unidos o europeas, lo cual es positivo. Las series coreanas o latinoamericanas amplían nuestra mirada y nuestro gusto”. Mikel Labastida -periodista y crítico de televisión en el Grupo Vocent-, por su parte, cree que las plataformas VOD aprovechan una carencia de la televisión generalista: “La televisión tradicional ha desdeñado históricamente algunas historias y tipo de personajes porque consideraban que parte de la audiencia no se iba a sentir representada y rechazaría el producto, algo contraproducente en el objetivo de aglutinar frente a la pantalla a públicos amplios, de distintos estratos sociales y edades”. Finalmente, ¿las series de Netflix son un espejo de nuestra realidad o más bien la anticipan, la moldean incluso?
La diversidad desde dentro
Verónica Fernández es la actual Directora de contenido original de Netflix en España. Por ella pasan todos los guiones que, finalmente, veremos convertidos en series de televisión. Su poder es inmenso pero también su compromiso: “Mirando nuestro catálogo global se puede ver una diversidad en todos los niveles que quieras: desde las historias que contamos, los creadores que están contando esas historias o el talento que actúa en esas series. Hay personas con un background increíble y con una trayectoria impresionante como Scorsese o gente que trabaja por primera vez en una serie”.
Fernández viene de una amplia trayectoria. Durante más de veinte años como profesional en el sector audiovisual, ha desarrollado la función de guionista, responsable creativa, coordinadora de guiones y productora ejecutiva en distintas series de televisión entre las que destacan Hache, Velvet Collection, Seis Hermanas, Ciega a Citas, El Príncipe, Hospital Central, Cuéntame cómo pasó y El Comisario, entre otras. Ella ha visto la evolución de la ficción española en términos de diversidad: “Fuera de Netflix, por ejemplo, recuerdo que Física o Química fue para la televisión española un paso adelante en otro tipo de series adolescentes que tocaban otros temas y los jóvenes podían verse reflejados ahí. De todas formas, creo que podemos encontrar avances en muchos sitios y todavía queda mucho por recorrer. Tampoco quiero hacer el discurso triunfalista de que podemos contar todo de cualquier manera y en cualquier país del mundo, porque no es así. El nuevo trabajo de Manolo Caro, por ejemplo, el creador de La Casa de las Flores, hablará de un tema complicado haciendo retrospectiva: la identidad sexual en el franquismo”.
Sin duda, La casa de las flores es un título que marcó otro gran hito en la ficción en español, pues toda la trama estaba dirigida a un núcleo muy específico que es la familia: “Todos tenemos una familia y todos tenemos una familia disfuncional y quien diga lo contrario, está mintiendo. Justo hablar de estos temas de diversidad en la raíz que nos mantiene a nosotros como seres humanos , me daba la oportunidad de involucrar a todo el mundo, de no dejar a nadie fuera. Con la familia no tienes elección y no te puedes salvar, entonces esa era una de las claves para que La Casa de las Flores fuera incluyente y la gente se viera reflejada en ella”, cuenta Manolo Caro desde México.
El nuevo título que podrá verse próximamente en Netflix se titula Alguien tiene que morir y es un thriller que tendrá a Carmen Maura como actriz de reparto. También la diversidad en las edades de los actores que son representados en la pantalla supone un compromiso para los creadores: “Realmente yo tengo una fijación con estas figuras consagradas de la actuación y me gusta pensar en ellas y ellos para estos papeles porque es nosotros no seríamos nada sin los que vienen atrás. Verónica Castro, protagonista de La Casa de las Flores, era una estrella mítica de México y ahora en todo el mundo. Invitar a Carmen haciendo una escena con Ester Expósito, por ejemplo, es maravilloso. El día que se iban a encontrar por primera vez, Carmen me dijo que vio Élite entero ayer porque quería estar informada de esta chica y su trabajo. Eso está en nosotros: conectar a las nuevas generaciones con figuras como Carmen. Eso es lo maravilloso que nos da nuestra profesión”, concluye Caro.
Élite y el fenómeno global Omander
Si hay un título que ha alzado la bandera de la diversidad como estandarte es Élite, una creación de Carlos Montero que ha dado lugar al fenómeno Omander, en el que dos chicos -Omar y Ander- protagonizan una historia de amor que conmueve a millones de fans en todo el mundo. “Élite muestra a los personajes con una visión muy abierta de las relaciones en un eje que va desde la bisexualidad al poliamor. Y lo interesante es que no aparece problematizado en la narrativa”, comenta la profesora Cascajosa. En ello tiene todo que ver Carlos Montero que, desde sus inicios es series como Física o Química y Al salir de clase, ha tenido claro el propósito de sus series y cierta responsabilidad adyacente: “Yo intento quitarme toda la responsabilidad de encima porque si no, no podría crear. Evidentemente siempre pones tu visión del mundo y tu moral pero siempre trato al público como si fuera adulto, para no tener esa mochila encima porque no sabría escribir. La evolución en la ficción española la he vivido con mucha emoción porque después de picar piedra toda la vida, intentando colar un tema que a alguien le podía parecer polémico, siempre costaba mucho en la tele generalista ya que su vocación era llegar a todo el mundo y no asustar a nadie. Y yo siempre he querido asustar a la gente para espabilarlos. Llegar a Netflix y que lo que me pidan sea justamente eso es maravilloso”.
Uno de los asuntos que aborda Élite en ese deambular por la periferia de la periferia es la plumofobia como uno de los estigmas que conviene retirar: “Lo bueno de que vayan pasando los años y puedas hablar de todo es que dejas atrás las salidas del armario convencionales y puedes abordar esos otros temas que hacen más ricos los relatos: la propia homofobia que hay dentro del colectivo, es decir, la plumofobia, que siempre hemos de parecer super machos para ser atractivos. En este sentido, decirle a los jóvenes gays, lesbianas o trans que no están solos, que hay mucha gente como ellos y que no pasa nada… esa es nuestra gran aportación, creo yo”, explica Montero. Algunos de estos relatos televisivos, además, permiten ver algunas realidades que jamás hubiéramos conocido de otro modo. Series como Fauda, Shtisel o Unorthodox, “hace que te cambie la visión no solo de la ficción, sino del mundo”, explica Verónica Fernández: “La globalización de contenidos ayuda no solo a la gente no esté sola, sino a que la gente aprenda que otros se han sentido solos antes que ellos”.
Pero, ¿qué sucede si diversidad y narrativa colisionan? “A veces la diversidad es difícil de casar con las servidumbres del género narrativo. Es probable que una serie de espías mantenga estereotipos sobre las personas árabes o, en el caso del género policíaco, sobre la población negra o latina (Narcos y todas sus secuelas e imitaciones). Sin embargo, es interesante ver cómo el género fantástico permite hacer una exhibición de diversidad al construir mundos repletos de seres fantásticos o imaginarios, de todos los colores, formas y comportamientos, o en las series de superhéroes, en general marginados por diferentes”, apunta Áurea Ortiz.
¿Diversidad o ideología?
La apuesta por la diversidad racial es especialmente relevante si uno mira la apuesta de Netflix en África: “Imaginaos las historias que se pueden contar desde África que le interesen al mundo entero. Hemos decidido invertir en contenidos producidos en África y colocando a África como un lugar con estupendos narradores y con historias alucinantes. Si nosotros, desde España, hacemos una ficción que se está viendo en todo el mundo como, por ejemplo, La casa de papel, pensemos en otros lugares que puedan hacer esos contenidos que nosotros queramos ver. Netflix está buscando que todas esas narrativas tengan una visibilidad. No es que nosotros vayamos allí y nos inventemos historias en África. Es que ellos ya las tenían. Lo que pasa es que le vamos a poner un soporte par que las podamos ver fuera”, concluye Fernández.
Para ciertos sectores ultraconservadores, hablar de de diversidad significa estar posicionado ideológicamente, como si el racismo o la homofobia no fuera asunto de todos. “Netflix tiene una cultura con unos valores principales que defiende: diversidad, inclusión y otras muchas cosas. ¿Que pongan etiquetas? Bueno, siempre ponen etiquetas a todo. Si, por ejemplo, hay una ley antiaborto en un país, pues igual Netflix tiene algo que decir. O si este país tiene otra ley que va contra el colectivo LGTBI, pues igual también tenemos algo que decir en forma de historias. Por ese lado, somos fieles a los principios de la compañía”, explica la máxima responsable de los contenidos originales de Netflix en España.
En Latinoamérica, las cosas, a menudo, pueden llegar a ser más complicadas: “Una de las cosas dolorosas que me han pasado en este andar con La casa de las flores es haber leído titulares en mi país como ‘La Casa de las Flores, Netflix y la agenda gay’. Y yo me preguntaba: imagínate para el público que por primera vez se siente representado, que dejó de ser un fantasma y tiene voz y comienza a leer estos encabezados que son tristísimos. La única forma que tenía de combatir eso era decir: ‘Bueno, cojan el mando, enciendan la plataforma y con todo ese contenido, díganme cuál es la agenda’. Me parece absurdo buscar siempre la crítica”, confiesa Manolo Caro que, por contra, ha vivido también anécdotas estupendas gracias al personaje de Paulina de la Mora: “Ella decía abiertamente que era adicta a los ansiolíticos en la serie y, de repente, recibo una llamada y era para invitarme al Congreso Nacional de Psiquiatría porque había subido muchísimo el salir del closet del mundo antidepresivo a raíz de este personaje. Y todas estas señoras que se automedicaban, de repente buscaron a un psiquiatra y vieron que era algo normal acudir a terapia. Este es un caso de cómo un personaje puede catapultar un momento social que estamos viviendo”.
Las series-laboratorio y los algoritmos-dictadores
Una de las crítica que a menudo se hace a Netflix estriba en su política de disolución autoral y en su estrategia de confiarlo todo al algoritmo. Los creadores, sin embargo, afirman que tal cosa no existe: «Yo me enfado mucho cuando hablan de esto del algoritmo o cuando un amigo listo me dice: ‘No, claro, a ti te dicen exactamente qué tiene que pasar en tal minuto’. Y yo les digo que no, que si fuera así no me tendrían a mí, sino a un ordenador. De Netflix nunca he recibido una orden de que tenía que pasar algo en determinado momento porque así conseguimos no sé qué. Ellos tienen algoritmos maravillosos para saber lo que le puede gustar al público y acércales esas ficciones que podrían gustarles. para eso sirve, para nada más. Las series no las creamos con fórmulas y yo creo lo más evidente es ver lo diferentes que son todas”, comenta Montero.
Ed Finn es el autor del libro La búsqueda del algoritmo. Imaginación en la era de la informática, publicado en Alpha Decay. Buena parte de este libro intenta desentrañar el complejo funcionamiento de un algoritmo como el de Netflix que, en palabras del autor, está cambiando la cultura de nuestro tiempo, utilizando nuestros gustos, deseos y aspiraciones para poder ofrecernos un producto adecuado a nuestra necesidades inmediatas y pulmones más irrefrenables: “El sistema cibernético de la teoría cuántica de Netflix evita el contacto directo entre los humanos en la máquina, desarrollando así una mirada mecánica, estadística, sobre nuestra acciones cuando usamos las distintas aplicaciones de Netflix”.
Para los creadores y responsables de contenido en Netflix, sin embargo, la perspectiva es bastante diferente: “Yo nunca he conocido a un algoritmo y si lo hubiera conocido, entonces, no hubiera tenido tropiezos porque en esta profesión y en esta investigación de cómo tocar y mantener ciertos temas me he tenido que equivocar muchas veces. Yo siento que, hablando de la diversidad, nadie nos ha enseñado a contar estas historias y mucho menos un algoritmo”, afirma Manolo Caro. Para la Directora de contenido original de Netflix en España no hay fórmulas que valgan: “Cuando una serie tiene mucho éxito como la de Manolo Caro o Carlos Montero, les podríamos decir: ‘Hazme otra igual’. Y es imposible. Si tuviéramos un algoritmo solo haríamos Élite y La Casa de las Flores y ya está. Esto es como el crecepelo, ¿no?: no debe existir porque si no, no habría calvos. Así que no debe existir una fórmula porque, de este modo, no fallaríamos nunca y sí lo hacemos”.
El camino que queda por conquistar
Volviendo a lo que queda por conquistar que, tal y como afirmaba Fernández, es mucho, hay una serie de elementos que los expertos, estudiosos y críticos tienen claro: “Hay que construir nuevos referentes. Son necesarios nuevos personajes en los que se vean reflejados las generaciones más jóvenes y dar visibilidad a referentes que no han tenido su oportunidad en la pantalla (estoy pensando en series de HBO también, como Mrs America con el personaje de Shirley Chisholm o Gentleman Jack con el personaje de Anne Lister)”, afirma Labastida.
Para Cascajosa se ha avanzado mucho y destaca un caso interesante como el del personaje de Óscar en Las chicas del cable, “que va ganando protagonismo conforme pasan los capítulos y permite explorar muchos temas, desde las terapias de conversión a la necesidad de volver a esconder su identidad en un clima hostil”. Para ella, en un contexto como actual, donde se pone en cuestión la identidad trans, “esta representación marca una visión muy avanzada y en conexión con las generaciones más jóvenes, claramente trans inclusivas”. ¿El reto próximo? “Que la diversidad esté a ambos lados de la cámara”, concluye Cascajosa.
Para Áurea Ortiz, sin embargo, la gran diversidad que falta por conquistar debería estar en la estética, es decir, en la forma de construir los relatos: “Hay mucha convencionalidad, muchas series indistinguibles entre sí y casi intercambiables. Aunque la diversidad temática y el boom de las series también han traído obras de gran originalidad, contadas de formas y estéticas no convencionales, aún queda mucho camino por recorrer. Creo que las propias necesidades de consumo serial están llevando a una cierta uniformidad, y a la repetición de fórmulas y clichés, como en Las chicas del cable. Aunque a veces es muy satisfactorio un producto que responda a las convenciones del género y reconforta encontrarnos con placeres conocidos, echo en falta cierta audacia estética, formal y narrativa”.