El mito de la zanahoria y los “ojos de gato”
Corría el año 1940. Para ser más exactos, el calendario marcaba el 19 de noviembre. Un piloto británico de nombre John Cunningham, que sin saberlo entonces se ganaría el apodo de “Cat Eyes” (Ojos de Gato), derribaba con su avión Bristol Beaufighter al primer Junkers Ju 88 alemán en East Wittering, en Sussex. La batalla se libraba en el aire.
Corría el año 1940. Para ser más exactos, el calendario marcaba el 19 de noviembre. Un piloto británico de nombre John Cunningham, que sin saberlo entonces se ganaría el apodo de “Cat Eyes” (Ojos de Gato), derribaba con su avión Bristol Beaufighter al primer Junkers Ju 88 alemán en East Wittering, en Sussex. La batalla se libraba en el aire.
En los enfrentamientos aéreos nocturnos, en plena Segunda Guerra Mundial, los aviadores británicos comenzaron a abatir aeronaves enemigas ante la mirada estupefacta de quienes se preguntaban cómo podían ver tan bien en medio de la negritud de la noche.
La Royal Air Force no tardó en explicar que se debía a la dieta de su escuadrón: rica en zanahorias frescas. La prensa del momento se hizo eco e incluso una campaña propagandística impulsada por el gobierno invitaba a comer estas hortalizas para potenciar la visión en plena oscuridad. Pero lo cierto es que no era más que una cortina de humo para desviar la mirada de los nuevos equipos de radar, desarrollados por los científicos británicos, cuya existencia querían mantener en el más estricto secreto.
En 1939, año que marcó el inicio de Segunda Guerra Mundial, la RAF dispuso unas 20 estaciones del Radar de Intercepción Aérea, conocido como AI, que gracias a ondas electromagnéticas oscilantes lograba interceptar las aeronaves enemigas nazis antes de llegar a su destino.
La verdad se ocultaba a cambio de la fama de un puñado de aviadores y del enaltecimiento de un nuevo e inesperado héroe: la zanahoria.
Desde entonces, es usual escuchar a las madres y a las abuelas en cualquier lugar del planeta repetir: “Cómete tus zanahorias, cariño, que ellas te ayudarán a ver mejor”. Así nació un mito que se ha popularizado hasta hoy día, pero ¿qué tiene de cierto?
Si bien una ingesta abundante de zanahorias no garantiza una visión en la oscuridad, la carencia de vitamina A que contienen estas hortalizas, en forma de betacarotenos, produce la llamada nictalopía o ceguera nocturna, una alteración visual.
Se estima que entre 250.000 y 500.000 niños se quedan ciegos cada año debido a que sufren una deficiencia de vitamina A. Según la revista Scientific American, el consumo de suplementos de vitamina A o betacarotenos en aquellos lugares donde la población desnutrida padece de carencias extremas de vitamina A, como India o Nepal, ha demostrado ayudar a mejorar la visión nocturna.
Sin embargo, comer zanahorias en grandes cantidades no mejorará la vista de las personas bien alimentadas, porque el cuerpo evita de forma natural la acumulación de esta vitamina. El consumo excesivo, eso sí, hará que la piel adopte un color anaranjado-amarillento por el efecto conocido como carotenemia.
Además, no son el alimento más rico en vitamina A, pues, por ejemplo, el aceite de bacalao o el hígado poseen cantidades muy superiores.
Llevadas a Europa procedentes de Afganistán, donde se consumían ya en el año 3.000 aC, las zanahorias tienen otras propiedades como estimular el apetito o prevenir el cáncer. Un estudio publicado en enero de 2016 por la revista American Journal of Clinical Nutrition indica que las mujeres que consumen alimentos ricos en betacarotenos pueden ver reducidas las probabilidades de sufrir ciertos tipos de cáncer de mama hasta en un 60%. Una razón de peso para, más allá del mito, no descuidar el consumo de este nutritivo alimento.