Prisión, multa e inhabilitación: la sentencia que pone punto final al despropósito médico del siglo
Los acusados engañaron a ocho parejas que participaron en el experimento, en las cuales el varón era portador del VIH
Hemos despedido 2019 con la noticia de que el investigador He Jiankui y dos de sus colaboradores habían sido juzgados y condenados a penas de cárcel, multas económicas e inhabilitación profesional por haber editado genéticamente tres bebés en Shenzhen (China). Se trata de un experimento que conocimos por vez primera a finales de 2018 a través de unos vídeos publicados por el propio científico.
He Jiankui ha sido condenado a tres años de cárcel, al pago de una multa de 3 000 000 de yuanes (unos 384 000 euros) y ha sido inhabilitado de por vida para trabajar en cualquier investigación que involucre embriones humanos, reproducción humana o cualquier otro aspecto de salud humana.
Dos de sus colaboradores, Zhang Renli y Qin Jinzhou, también fueron sentenciados, a penas algo menores. El primero ha sido condenado a dos años de cárcel y al pago de una multa de 1 000 000 de yuanes (unos 128 000 euros). El segundo, a 18 meses de cárcel, al pago de una multa de 500 000 yuanes (unos 64 000 euros) y han sido suspendido por dos años. Ambos embriólogos estuvieron directamente implicados en la microinyección de los reactivos CRISPR a los embriones humanos y su posterior procesamiento.
Jinzhou es, además, el primer autor del manuscrito recientemente conocido en el que He Jiankui pretendió publicar los resultados de su experimento. También es coautor de otro artículo publicado inicialmente en The CRISPR Journal que fue retirado.
Según las últimas noticias de la agencia china Xinhuanet fue Zhang Renli quien inyectó los reactivos CRISPR a los embriones, a pesar de no aparecer incluido en el listado de coautores del manuscrito descubierto. Además, se los proporcionó a otro médico (sin advertirle del origen ni de la edición genética) para que los implantara en varias mujeres.
Dos de ellas quedaron embarazadas y dieron a luz. La primera de ellas, en 2018, a las ya conocidas gemelas Lulu y Nana. La otra, en 2019, a una niña cuya existencia sospechábamos desde finales de noviembre de 2018, cuando el propio He Jiankui advirtió de otro embarazo en curso, del que no volvimos a oír hablar hasta conocer esta sentencia.
Qin Jinzhou, que también participó en el experimento, parece estar igualmente involucrado en varios intentos anteriores (entre mayo y junio de 2018) de experimentos similares, realizados en Tailandia con dos parejas. En este caso el experimento no funcionó y ninguna de las dos mujeres quedó embarazada. Zhang Renli aparece como coautor de otro manuscrito de He Jiankui, no publicado, en el que se especifica su contribución microinyectando los reactivos CRISPR a embriones humanos.
Mintieron en busca de fama y riqueza
Los tres investigadores han sido condenados por realizar un acto médico ilegalmente, sin poseer licencia. Esto viola el artículo 336 de la Ley Penal de China, que indica que una persona que no haya obtenido la calificación de médico para practicar la medicina legalmente será sentenciada a una pena de prisión de no más de tres años, detención o control, y se le impondrá una multa única.
La sentencia indica que He Jiankui y sus colaboradores conspiraron para realizar este experimento ilegal desde 2016.
Los acusados engañaron a sabiendas a las ocho parejas que participaron en el experimento, en las cuales el varón era portador del VIH, desde marzo de 2017. El objetivo era que tuvieran hijos sin el riesgo de quedar infectados por el virus.
No sé les explicó que ya hay procedimientos que evitan el riesgo de infección, pero sí se les informó erróneamente al decirles que la tecnología “ya estaba madura”, que “no había riesgos” y que “los resultados de experimentos anteriores eran seguros”. Era todo mentira.
La sentencia indica que manipularon y falsificaron la aprobación que mostraron de un Comité de Ética que había validado el experimento. También que conspiraron para adquirir los reactivos CRISPR necesarios fuera de China, cuyo uso solo está permitido para investigación, y que sin embargo usaron para tratamiento y diagnóstico en seres humanos.
La sentencia añade que He Jiankui y sus colaboradores buscaban fama y riqueza, pero que con sus actos alteraron gravemente los procedimientos médicos que aplicaron. He Jiankui y sus colaboradores violaron diversas normas y leyes chinas. De acuerdo con los Principios rectores de ética de la investigación con células madre embrionarias humanas publicados por el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el Ministerio de Salud en China en 2003, los blastocistos humanos usados para la investigación no pueden implantarse en el sistema reproductivo de humanos o de cualquier otro animal.
La misma norma también estipula claramente que “la manipulación genética de gametos, cigotos y embriones humanos con fines de reproducción está prohibida”.
Es necesario mejorar las leyes
Qi Zhou, un respetado investigador miembro de la Academia de Ciencias China y prestigioso embriólogo, comentó que los riesgos para la salud en relación a la edición genética deben ser todavía cuidadosamente evaluados. Para ello deben tenerse en cuenta los aspectos tecnológicos, sociales y morales. También indicó que si los genes humanos editados llegaran a la población el impacto sería irreversible.
Por todo ello sugiere que es necesario mejorar las leyes y regulaciones chinas en este campo, así como incrementar los castigos a posibles investigadores que violen estas normas.
Esta sentencia ejemplar pone punto final a uno de los mayores despropósitos médicos realizados sobre seres humanos. En él se cruzaron muchas líneas rojas éticas, tanto desde el punto de vista de la investigación como desde el ámbito de la medicina.
Solo cabe esperar que sirva para que otros investigadores que pudieran tener la tentación de abordar experimentos similares se lo piensen dos veces, recapaciten y abandonen estas ideas. Con la tecnología actual es imprudente, irresponsable y éticamente inaceptable (además de ilegal en muchos países, como España y China) trasladar a los seres humanos los riesgos asociados al uso de herramientas CRISPR. Riesgos que conocemos gracias a los experimentos realizados con animales de laboratorio, con los que es posible asumirlos.
¿Qué hubiera pasado en España?
En España, si algún investigador hubiera tenido la tentación de abordar un experimento similar se hubiera enfrentado también a penas de cárcel y de inhabilitación. En nuestro Código Penal actual encontramos los artículos del 159 al 162, incluidos dentro del título V, Delitos relativos a la manipulación genética, introducidos en el Código Penal de 1995 y modificados el 160, 161 y 162 en la LO 15/2003, de 25 de noviembre. Adjunto su redactado actual (última versión 4 de marzo de 2019) en esta imagen:
“Serán castigados con la pena de prisión de dos a seis años e inhabilitación especial para empleo o cargo público, profesión u oficio de siete a diez años los que, con finalidad distinta a la eliminación o disminución de taras o enfermedades graves, manipulen genes humanos de manera que se altere el genotipo.”
Por lo tanto, la condena a la que expondría un investigador que quisiera repetir el experimento de He Jiankui en España sería de 2 a 6 años de cárcel y de 7 a 10 de inhabilitación profesional. Castigos similares a las penas dictadas en China.
Mis últimas palabras sobre este tema van dirigidas a los tres bebés que sabemos han nacido del desgraciado experimento de He Jiankui y sus colaboradores.
Estas tres niñas inocentes son el resultado de sus desmanes y ensoñaciones mesiánicas y, sin tener ninguna culpa, serán las que afrontarán los riesgos de ser mosaicos genéticos, de poseer en sus cuerpos una mezcla de células portadoras de muy diversas mutaciones, en el gen CCR5 y en otras partes del genoma. Estas, asociadas a consecuencias imprevisibles y desconocidas, obligarán a una monitorización médica el resto de sus vidas. A ellas y, si se diera el caso, a sus descendientes.
Estas tres niñas inocentes son las víctimas reales de un experimento que no debió haberse realizado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.