Pablo Raijenstein: "No hace falta ser mentalista para manipular. Los políticos también lo hacen"
Pablo Raijenstein dirige varios espectáculos de mentalismo en Madrid, como ‘Conspiración’ y ‘Mentalismo en el museo’
Con traje de tres piezas y corbata, algo usual en el mundo de la magia, Pablo Raijenstein, mentalista e hipnotista, se prepara para su función ‘Conspiración’ en el Palacio de la Prensa como cada sábado. En el cuello de su camisa posan dos serpientes por una sencilla razón: su mascota se llama Suspiria y es una pitón regius. Desde hace algún tiempo, convive con este animal salvaje, de casi un metro y medio de longitud, que de vez en cuando saca a pasear en algunos de sus espectáculos: “Me daban mucho miedo, pero quería hacer algún espectáculo con ellas. Me enfrenté a mi miedo y al final me la quedé como mascota”, explica Raijenstein.
No parece nervioso, pero antes de cada espectáculo se fuma un purito y trata de centrarse, porque lo que muestra en el escenario desconcentra hasta al más escéptico. Aunque lo que Pablo realiza parece de otro universo, asegura que todo está en la manera de comunicar, observar y analizar. A pesar de que la manipulación está presente en sus movimientos, no es necesario ser mentalista para persuadir el pensamiento de alguien: “Lo hace un niño cuando se pone a llorar y le pide al padre que le compre algo. Lo hacen también los políticos y no lo son. Creo que soy un manipulador honesto”.
“De pequeño era un niño extraño”, confiesa Pablo. Algo que achaca al cine de su generación, que, según él, tenía fijación por lo misterioso. Reconoce haber crecido con clásicos como Pesadillas en Elm Street, El resplandor o La matanza de Texas. A pesar de que todas están destinadas a un público adulto o adolescente, él ya las veía con apenas ocho años. Una edad muy temprana con la asegura que empezó a tontear con la magia.
Antes de dedicarse al mentalismo probó muchas cosas. Del arte dramático a la edición de cine, pasando por una escuela de circo. Lo que el mentalista tenía claro es que su profesión debería estar relacionada con lo creativo y lo artístico. Unió el arte con elementos psicológicos y misteriosos y a los 20 años, decidió convertirse en mentalista profesional. Una decisión que prácticamente cayó entre sus manos, cuando leyó la biografía de un mentalista alemán llamado Erik Hannusen.
En la actualidad, Pablo Raijenstein protagoniza varios espectáculos en la capital. Casi doscientas personas fueron testigos de ‘Conspiración’, un show completamente interactivo que te deja hipnotizado y nunca mejor dicho. El mentalista practicó la hipnosis con varios espectadores e hizo imaginarles situaciones a través de esta técnica. Hacer pensar que una mujer se llamaba Alberto “de toda la vida, porque así le puso su madre” o creer tener los pies pegados al suelo y no poder moverse, son algunas de las situaciones que el mentalista recreo a través de la hipnosis.
A la cuenta de tres y con un leve movimiento de cuello, los espectadores quedaban totalmente hipnotizados. Mientras que estos permanecían en el suelo, Pablo susurraba aquello que quería que se imaginaran, les encaminaba a otra realidad paralela.
Cuando Patricia, una espectadora y voluntaria del show, salió de la función, todavía no se creía lo que había sucedido. Raijenstein la hipnotizó y le hizo temblar de frío por la falsa temperatura de -10 grados que este dibujó en su mente. Durante el proceso, el mentalista hizo imaginarle que su brazo derecho estaba siendo empujado por un montón de globos de helio: “No recuerdo nada en el escenario. Solo sé que tenía mucho frío y que algo me estaba tirando del brazo hacia arriba”, confiesa la joven.
El hipnotismo, que, según la RAE, es “un método para producir el sueño artificial mediante influjo personal o aparatos adecuados”, se utiliza en la actualidad para tratar la baja autoestima, depresión, traumas, problemas sexuales o para superar adicciones como el tabaco.
“La hipnosis no es una fuente mágica donde puedes tirar una moneda y pedir un deseo: yo la empleo como elemento de sugestión, como una técnica para crear un objetivo onírico en mis espectáculos”, explica Raijenstein.
Su actuación en el Museo de Cera es, cuando menos, curiosa. La hipnotización queda a un lado y se centra completamente en el mentalismo. Esta vez, el ilusionista juega con el legado del museo para crear una experiencia extraña y misteriosa. En él, las personas “entran en contacto con las figuras de una manera especial”.
Un espectáculo nocturno que se realiza con las luces apagadas y una linterna en la mano. El fin es que el público conecte con los bustos a través de la mente: “Hay personas que aseguran que las figuras se mueven o que cuando han cerrado los ojos les han tocado”, confiesa Pablo con un semblante serio.
¿Juega con el pensamiento o lo adivina?
Lo que este «maestro de ceremonias» – como se proclama– hace es «guiar hacia la experiencia». Una experiencia que vivo en primera persona, donde Pablo adivina el número entre el cero y el 100 en el que primero me pide que piense. En primer lugar, escribe en un papel lo que un poco más tarde yo pienso. El mentalista dice que imagine que estoy paseando por una calle de Madrid. Tras ponerme en situación, me pregunta si lo hago por los números impares o por los pares. «En un momento determinado, ves una ventana con una sombra que te llama la atención. Bajas la mirada y te encuentras con esta carpeta y al girarte hay un portal con un número, ¿qué número llega a tu mente?», me pregunta Raijenstein. El primer número en el que pienso es el 19, el final es bastante predecible.
A pesar de que nunca lo han tomado por loco, el mentalista asegura que para dedicarse a esta profesión es necesario un poco de locura. El mentalismo atrae a un público que busca “un sexto sentido” y que en definitiva te lleva hacia un mundo, en el que, según Raijenstein, hasta el más escéptico se dejaría llevar.