#YoNoPuedoQuedarmeEnCasa: los que salen mientras todos se quedan
A pesar del estado de alarma, hay personas que no se pueden quedar en sus domicilios… por muchas razones
Desde el sábado 14 de marzo, día en que se anunció el estado de alarma en todo el país, son muchos los ciudadanos que, cumpliendo las normas, no salen de casa excepto para comprar alimentos de primera necesidad, ir a la farmacia y… poco más.
Desde ese ‘día x’ comenzó el movimiento #YoMeQuedoEnCasa, una iniciativa que se ha apoyado en redes sociales, medios de comunicación e incluso desde las instituciones públicas. También nació un movimiento paralelo que reivindicaba la posición de las personas que no podían cumplir la norma: #YoNoPuedoQuedarmeEnCasa. Ciudadanos que por su trabajo, por su situación familiar o por salud se ven obligados a salir de sus domicilios.
Es el caso de los sanitarios, que sin duda están haciendo una labor admirable, sacando vidas adelante y protegiendo a la población. Pero no son los únicos: ¿quién se encarga de reponer los súper?, ¿quién controla las máquinas en una fábrica de producción de alimentos?, ¿y si hay una persona con un tratamiento médico que no se lo puede saltar?, ¿quién cuida a los más pequeños mientras están en casa?, ¿las residencias de ancianos cómo siguen funcionando? Todos y cada uno de ellos, aunque quisieran, no pueden quedarse. Se exponen diariamente para que estas actividades puedan continuar.
Él es Ricardo Díez, residente en Burgos. Es el encargado de controlar las máquinas de producción en empresas de envasado: bricks de leche, zumo… Él arregla las máquinas, hace las revisiones oportunas y, obviamente, desde su casa no puede hacerlo. Viaja por todo el país; la semana pasada estuvo en Lérida justo antes de que cerraran algunas carreteras. “Salí por los pelos”, asegura. “Esta semana tengo que ir a León, me tengo que quedar en un hotel, pero ¿dónde voy a comer? Están todos los bares y restaurantes cerrados…”.
La empresa para la que trabaja Ricardo les ha proporcionado mascarillas y les han instado a cumplir las normas de higiene que ya todos sabemos, pero nada más allá. “Hay parte de mi trabajo que puedo hacer desde casa, como cursos, pero el control de las máquinas no puede parar, no se puede quedar la gente sin leche y para ello mi labor es necesaria”.
Además, tiene que viajar a Suecia por trabajo la próxima semana. Aún no sabe si se cancelarán los vuelos, pero lo que es seguro es que sale desde Barajas y no puede entrar en Madrid. “Es un sinsentido que desde la compañías no nos ofrezcan alternativas o nos devuelvan el dinero. Si no puedo entrar en Madrid, ¿cómo llego al aeropuerto?.
Otro caso es el de Penélope Aguilar, una joven logroñesa que cuida de su abuela con cáncer terminal. “Solo mueve el brazo derecho de manera autónoma, el resto del cuerpo muy poquito”, cuenta su nieta. “La mujer de ayuda domiciliaria que acudía a cada todos los días ya no viene para evitar el contagio entre las personas que cuida. Ahora somos mi madre, mis tíos y yo los que tenemos que ir a ayudarla. La movemos de la cama, la aseamos y le damos de comer; ella sola no puede”.
Penélope insiste en que no les queda alternativa, tienen que salir de casa para cuidar a la abuela y denuncia que desde el Gobierno de La Rioja no les han ofrecido ninguna alternativa. “No sabemos cuándo va a volver la mujer que nos ayudaba, menos mal que entre nosotros nos vamos organizando”. Además, la joven cuenta que la médico de cuidados paliativos que asiste a su abuela llamó preocupándose por la salud de la enferma pero, como todo seguía en orden, la sanitaria no iba a acercarse a su casa para evitar exponerla al virus. “Al menos la médico se preocupó y eso se agradece”.
Paula Cruz trabaja en una residencia de ancianos en Salamanca. Estos centros son un foco importante del COVID-19, las medidas deben ser cumplidas a rajatabla. “Nos acercamos lo menos posible a los pacientes, tanto los sanitarios como el personal de limpieza o de cocina”, cuenta la auxiliar. “De momento los pacientes se lo están tomando bien, aunque algunos se enfadan porque quieren salir”, explica Paula.
Además, insiste en que “los familiares no pueden hacer visitas pero pueden llamar por teléfono”. “Nos hemos tenido que reinventar y echarle imaginación: les ponemos la misa en la tele, porque no pueden ir a la capilla y el terapeuta ocupacional se ha adaptado a la situación como ha podido”. Insiste en que tanto ella como sus compañeras a lo que más miedo tienen es a contagiar a sus pacientes y llevar el virus a casa. “Tengo compañeras con niños o personas mayores en sus casas pero es increíble el compañerismo que está habiendo a la hora de cambiar turnos. Estamos ayudándonos todos lo posible entre nosotros y así lo llevamos la mejor manera posible”. Paula también ha querido mandar un mensaje de ánimo a sus compañeros: «¡Somos un equipo y todos somos importantes!».
Rubén Cuervo es estudiante de magisterio en León y, además, trabaja cuidando niños. “No puedo dejar de trabajar porque la madre de los peques sigue trabajando y me dijo que, si yo podía, siguiera yendo a cuidarles”.
Explica que al principio pensó que era arriesgado, no quería contagiarles, pero se fijó en el personal sanitario y la gente que seguía desempeñando su labor y concluyó que le parecía mal no hacer su trabajo mientras otros sí. “Yo les ayudo a hacer los deberes, ahora se lo mandan todo online y después preparo juegos para desconectar. Ahora como no podemos salir a calle, haremos juegos en el jardín, o… bueno, los niños tienen muchas ideas, ¡algo inventaremos!», cuenta entre risas. Rubén afirma que ve a los niños bien, “al menos de momento, cuando llevemos una semana, ya veremos”.
Las personas que deben seguir tratamiento en un hospital tampoco se pueden quedar en casa. Un ejemplo de ello es Jana, zamorana pero residente en Madrid. Ella tiene una enfermedad autoinmune, esto significa que su cuerpo, debido a una alteración genética se “ataca a sí mismo” por error ante un cuerpo, un patógeno o un agente extraño. Por ello, tiene que ir al hospital de Zamora cada siete semanas para ponerse su tratamiento. Es un medicamento intravenoso y tiene que pasar dos horas en el hospital en cada sesión. “Yo no puedo quedarme en casa y decidir no arriesgarme a esta pandemia porque si no me mata el coronavirus[contexto id=»460724″], lo hará la enfermedad”, explica la joven.
“Yo me tuve que ir de Madrid porque si me cerraban, ¿qué hacía? Entiendo que se critique a los que se van a sus casas porque sí, pero ese no es mi caso, me molesta mucho que se critique a todo el mundo sin saber cuál es la situación personal de cada uno”. Jana cuenta que este viernes se arriesga a ir al hospital con una simple mascarilla de papel pero, si no lo hace, le puede dar un brote. “Prefiero arriesgarme a coger el coronavirus a no ir”, afirma. “Desde el hospital no me han dicho nada. El día de antes, cuando llame para confirmar la cita, espero que me digan algo”.
Para ella, el hecho de salir a la calle en Madrid antes de que se decretase el estado de alarma ya era muy peligroso. Jana forma parte del grupo de riesgo. “Tuve la suerte de que mis amigos me hacían la compra y me la llevaban a casa”. Insiste en que “se deberían haber tomado medidas desde el minuto uno. A mí me decían que estaba exagerando sobre todo la gente de mi edad, la gente joven. Y es que no saben que hay gente de edad no avanzada que corre mucho riesgo con este virus. Nos lo deberíamos haber tomado más en serio”.
Por último, Minerva Sierra. Esta madre de dos hijas es reponedora de almacén y bodega en un hipermercado en Huesca. “Hay muchísimo descontrol. El sábado pasado a la gente se le fue la olla por completo. Aquello era como si fueran las rebajas, no estábamos preparados. Esa locura se me acabó contagiando hasta a mí. Hice un compra bárbara sabiendo que iba a ir todos los día a la tienda”, comenta la oscense.
“Los trabajadores tomamos medidas para estar lo más lejos posible de los clientes, los cajeros cada seis clientes se cambian los guantes, la máquina que limpia el suelo pasa más a menudo… Pero también deben ser los clientes los que deben tener más consideración, hay gente que se va a dar paseos al súper, se pasan una hora y media dentro”. También denuncia que hay personas que no van a hacer la compra de alimentos básicos: “Yo he visto a gente comprado cubos de pintura y cazuelas. Y, por ejemplo, el sábado se vendieron siete televisiones. Hay secciones que hemos cerrado porque ya era una vergüenza”. A pesar de esta situación, de la que salió “muy cabreada”, Minerva cree que lo positivo es que se están retomando costumbres de antes: la confianza con los vecinos, por ejemplo. “Esto va sacar lo mejor y lo peor de gente”.