¿Sabes cuando te pruebas un anillo y luego no te lo puedes sacar? Pues me ha pasado con unos pantalones.
La diferencia entre lo del anillo y los pantalones es que la sortija que decide quedarse a vivir en tu dedo normalmente es de otra persona, pero en el caso de los pantalones no tengo esa excusa. La propietaria de ellos era yo y, hasta no hace mucho, yo salía sin problemas de ahí. Por si esto no es suficientemente doloroso, el año pasado yo misma me refería a esa prenda como “los pantalones anchos”. Lis pintilinis inchis… cuánta maldad albergas, Inma del 2019.
Este disgustillo me lo alivia saber que el Gobierno está con nosotros en esto y ha lanzado un mensaje tranquilizador: “Salimos más fuertes”. Podrían haber dicho “Salimos rodando”, pero han elegido “fuertes”, el eufemismo de toda la vida de Dios para decirte que estás recio, orondo, hermoso; que eres de hueso ancho o que te gusta rebañar el perol.
Lo bueno de haber utilizado “fuerte” y no otro adjetivo es que cada uno se lo tomará como quiera y lo adaptará a sus circunstancias: Si te has pasado el confinamiento siguiendo las rutinas de Patry Jordan, seguramente al leer “fuerte” habrás interpretado “tonificado”. Si, como yo, el confinamiento se te ha ido haciendo recetas y catando Cheetos, esto de “fuerte” te lo tomarás como una invitación a empezar a vestir chilaba.
Pero en el fondo, lo que me fastidia de todo es no haber sabido aprovechar esta situación ventajosa que me estaba dando la vida. Me explico: Tengo varias amigas a punto de dar a luz y yo ya contaba con ser este verano la que más buena está de la pandilla. Pues nada, este año tampoco va a poder ser porque esas perras del mal están llevando un embarazo espectacular y ya tienen hasta contratadas unas sesiones de hipopresivos para el postparto. Y me lo dicen ahora, a menos de un mes de que empiece oficialmente el verano.
Por si fuera poco, el otro día una de las futuras mamás envió una foto de su barriguita al grupo de amigas: “¡Ya estoy de 28 semanas!”, puso. Me sentí personalmente atacada.
La muy exhibicionista enseña una tripa preciosa, tersa y con mejor aspecto que la mía, que lo único que llevaba dentro a esas horas de la tarde era medio kilo de Doritos. Y yo me pregunto: ¿No pueden ser las embarazadas de ahora como las de antes? ¿Por qué ese empeño en seguir estando buenas también durante el embarazo? ¿Son sus imágenes de tripa perfecta una invitación a que en unos meses sea yo quien les envíe fotos sin ojeras diciendo: “¡28 semanas durmiendo súper bien!”? No entiendo a qué viene tanto odio.
Pero lo que más me ofende es ese argot. 28 semanas. ¿Qué es eso de 28 semanas? Hay que ver la manía que tienen las embarazadas de hablar en semanas cuando hay medidas temporales pensadas para agrupar todas esas unidades más pequeñas en otras más manejables: se llama mes.
Te dicen en el colegio que el embarazo humano son 9 meses, asimilas ese conocimiento, te lo crees, pero en cuanto un espermatozoide entra en el óvulo, a esa mujer se le instala un plugin en el cerebro y el tiempo empieza a contarse en semanas. ¿Te hablo yo a ti en minutos o en horas cuando quiero decir días? ¿Te digo distancias en nudos o en millas o te doy los precios en rupias? No. Pues por favor, respétame.
En realidad, todo este mal humor no tiene nada que ver ni con mis pantalones ex anchos ni con la tripa de nadie. Se debe a que llevo una temporada sin dormir bien.
Pero eso nunca lo sabrán mis amigas embarazadas. Ya tengo a punto el antiojeras.