Cógete con pinzas lo que te diga un gaditano sobre el viento de levante. Cuando un gaditano habla de este viento, su percepción está siempre alterada, bien porque en ese momento esté en plena levantera o bien porque lleve semanas sin padecer sus efectos y entonces quien habla no es él sino la distorsión que da la distancia.
Durante días de levante he visto a gaditanos “mu malos de los nervios” poniéndome a caldo a este viento seco para, dos minutos después, improvisar una oda a esos vientos que de repente creen magníficos. Porque a los gaditanos, otra cosa no, pero lo de cantarle por alegrías a lo que les puede volar la cabeza les da vidilla. Y da igual que eso sean las bombas de Napoleón, como han hecho mil veces en las coplas flamencas, o el viento de levante, como hacen constantemente en su literatura.
En caso de que el tema del levante salga en la conversación cuando éste no esté presente, la cosa también tiene guasa. Los gaditanos tienen la capacidad de recordar ese viento de los infiernos con añoranza. Hablan de él como de un familiar querido del que necesitan su visita. Algunos le dan poder sanador: “se lleva lejos los virus”; otros le conceden unas habilidades domésticas: “te seca la ropa en dos segundos”; y otros le otorgan un valor distintivo, casi genético, sangre de su sangre: “¿cómo no me va a gustar el levante si es el ADN de mi tierra?”. Es tan desconcertante escuchar esto como ver a alguien propenso a las caries decir que echa de menos un flemón de los gordos, de los que te desfiguran la cara.
Recuerdo, hace años, mis primeros días de levante como turista en Bolonia. Como todo visitante, luché contra el levante negándome la evidencia (“no hace día de playa”). Me recuerdo clavando las toallas a la arena, aferrándome a nuestras mochilas e intentando convivir de buen humor con aquellos embistes que no me dejaban ni pensar con claridad. Aquellos días comprendí a qué se refería un amigo jerezano cuando me dijo que el levante es un viento muy romántico. Ya lo creo que es romántico, mi pareja y yo nos pasamos dos días enteros sin salir del hotel. Ni en una luna de miel soñada hubiésemos comido tanta habitación.
El escritor portuense Juan Villarreal confesó en uno de sus artículos que el levante le pone muy mal cuerpo, que es un viento “destrozavacaciones”, “rompeplanes” y “ahuyentaturistas”. No nos conocíamos entonces, pero Juan describió con estas tres palabras mis vacaciones en Bolonia.
Algo más poética y optimista es la compañera gallega Beatriz Manjón, que dice que el levante, con sus agujas de arena, es el champán de las playas.
Tampoco le quito razón. Pero yo advertiría que es un champán barato y peleón, porque te deja el cuerpo como un mal día de resaca.
Aún así, a mí Cádiz siempre me merece la pena, aunque el peaje sea un dolor de cabeza por la levantera.