Un loro del Barça
De loros de zoos y de loros culés va esta nueva entrega de ‘La hora del vermut’
Mi amigo Jaime dice, y muy bien dicho, que no hay que quedarse en el titular porque lo mejor siempre está dentro de la noticia. Decía esto mientras enlazaba un artículo que contaba que un grupo de loros de un zoológico de Reino Unido había tenido que volver a ser aislado por insultar a los visitantes.
Ya la simple noticia, sin aderezo de ningún tipo, no podía ser más atractiva: loros castigados por macarras. Pero lo que le ponía la chispita total era la palabra “volver”. Vamos, que no era la primera vez que a los loros se les soltaba el piquito. Seguías leyendo la noticia y la cosa iba superándose. Los loros habían pasado su aislamiento “enseñándose unos a otros un lenguaje soez”. Tampoco sé de qué nos sorprendemos, son loros, no iban a pasarse el aislamiento haciendo pan. Como aquellos párrafos llenos de gloria se me hicieron cortos, quise más y fui a otra fuente para ampliar información. En otro medio encontré que mientras los loros iban soltando sus improperios, ellos mismos se reían las gracias y se animaban.
Desde el zoológico, desesperados, hicieron informes donde dejaban por escrito que el grupo de aves había insultado a un cliente, pero que en un principio esto resultó divertido hasta que ya empezó a incomodar a los trabajadores. Y así es como cinco loros nos han enseñado una cosa muy valiosa para esta vida: hay que saber a quién se le ríen las gracias.
La noticia de los loros faltones me hizo recordar al loro que había cerca de donde yo vivía en Barcelona. El pobre bicho se pasaba los días en el balcón metido en una jaula sin que nadie le hiciera mucho caso. Yo pasaba delante de esa casa a diario y fuera la hora que fuera (excepto de noche), el loro siempre estaba allí solo. El animal tenía un repertorio bastante limitado, sólo silbaba el himno del Barça. De hecho, ni siquiera el himno entero, sólo una parte. Concretamente los acordes del trozo que dice: “ara estem d’acord, estem d’acord, una bandera ens agermana”.
Cada día era lo mismo. Yo pasaba por allí y el loro estaba silbando aquello en bucle. Un buen día comenzaron a edificar en el solar que había enfrente de la casa del loro. Iban a levantar un edificio entero de unas cuantas plantas, así que la obra duró meses, incluso me atrevería a decir que bastante más de un año. Y el loro seguía ahí, testigo directo, viendo cómo avanzaba la obra mientras él gastaba los días silbandillo su fragmento del himno del Barça. Algunos días pasaba por allí y veía al loro, pero ya no lo podía oír porque el ruido de la obra era muy intenso. Así pasó el tiempo. Las obras finalizaron, pero mi rutina y la del loro culé seguían coincidiendo. Un día, al pasar por el tramo de la calle del loro, me di cuenta de que sonaba un martillete, un taladro, una grúa o todo a la vez. Vamos, que había ruido de obra. Me pareció muy raro porque era un sonido que venía de cerca, pero a la vez muy tenue para ser de una obra. Miré para todos lados y allí no había obra que valiera, en aquella calle sólo estábamos el loro y yo. Uno de los dos estaba haciendo el ruido de un taladro y yo no era.
El loro debió de leer la incredulidad en mi cara, así que en algo que yo interpreté como un: “Sí, soy yo. Escúchame, prima”, mezcló el ruido de la obra con sus silbidos del himno del Barça. Es decir: taladro + taladro. Era indiscutible que aquel loro tenía un talento especial para los sonidos machacones.
Al principio me pareció la mejor venganza del mundo para sus dueños, eso les pasaba por dejar tantas horas solo a un animal que es más listo que ellos, pero luego pensé en aquellos vecinos. Sin tener ellos culpa de nada ahora seguían aguantando al loro y las obras en diferido. En aquel bloque se mascaba la tragedia, y a esa conclusión llegué cuando vi a un vecino maldiciendo al loro desde otro balcón. ¿Qué creía ese buen hombre que le iba a responder el loro? Era sólo cuestión de tiempo que el pájaro aprendiera a devolverle lo que estaba escuchando.
Supongo que el loro del Barça y ese señor ya habrán pasado juntos varios aislamientos. Ahora me interesa mucho saber cómo hace aquel hombre el ruido del taladro.