Dime cómo bailas y te diré cuántos años tienes
Igual que puedes calcular la edad de los caballos mirándoles los dientes, puedes saber la edad de alguien viéndolo bailar
Alguien nacido en el primer tercio del siglo pasado no entiende un baile sin agarrarse a un compañero. Si baila solo, hace el gesto de estar bailando con un amigo imaginario. Y la cara. La cara siempre solemne, como si estuviese bailando a disgusto. Como si le estuviera prestando dinero a alguien.
Los españoles nacidos en esta época bailan todo como un pasodoble. Les da igual que suene el “Que viva España” de Manolo Escobar que La Macarena. Ponen la directa y le calzan a todo el mismo baile. Así canción tras canción, porque en sus bailes el disc-jockey no manda. Y la cara. Siempre con el mismo gesto serio e inexpresivo en la cara. Les hace la misma ilusión estar bailando que limpiando cocochas.
Luego están los que nacieron alrededor de la década de los 50. Fueron jóvenes de guateques. Bailan preferiblemente sueltos y su paso favorito es el no paso. Clavan los pies en el suelo y agitan cosas imaginarias con las manos. Si caminan mientras bailan, porque la vida es para desmelenarse, entonces lo que agitan son los codos, y el efecto es estar viendo a alguien con una plaga de chinches en las axilas. La cara de estos bailarines es de muchísima emoción. Les da como gustirrinín bailar.
A los más mayores de este grupo, los que nacieron más hacia finales de los 40, les ha dado fuerte con el country. También con los bailes caribeños. Así que ahora mismo hay jubilados en España bailando bachatas de Romeo Santos o poniéndose bandoleros con Coyote Dax. Sus caras, en cambio, son serias, muy serias. Creo que es para que nadie piense que hacen eso porque quieren.
Los bailes de la gente nacida en la década de los 70 son un poco más desiguales. Pero podríamos diferenciarlos en dos grandes escuelas: quienes hicieron la ruta del bakalao y el resto.
A los de la ruta del bakalao mejor no tenerlos cerca porque son molinos de viento desbocados. Te pueden arrancar la cabeza de un guantazo involuntario. Mueven con mucha fuerza los brazos en todas direcciones y a veces imitan profesiones tradicionales: el carnicero partiendo chuletas, el granjero echándole pienso a las gallinas, el limpiador de alcantarillas y el que más me gusta, el aparcaviones.
Luego, dentro del otro grupo de bailarines setenteros tenemos a los rumberos, que todo lo bailan con palmoteo y culo de pollo, o a los músicos de instrumentos invisibles. Guitarras, baterías, bajos son los más comunes, aunque tuve un novio que incluso tocaba el arpa imaginaria. ¿O era la lira?
Los nacidos en los 80 son también de tocar la guitarra y la batería, pero mueven menos la cabeza. Son una generación menos rockera y más de música electrónica, así que hacen movimientos de pinchadiscos con las manos.
Entramos en el final de los 90 y principios del s.XXI, pura fantasía del baile. A los nacidos en esta época gusta más una coreografía que un bar con Wifi. La cosa en términos de coreografías comenzó siendo sobria pero complicada. Muchos pasos, giros, vueltas. Pero ahora se ha resumido todo en dar dos pasos al frente con seguridad, apartarse el pelo, puñetazo al aire, semiflexión de rodillas y culear como un caniche en pleno fornicio. Si lo hacen bien, tiene su gracia y se llama twerking. Si no, lo llamaremos perreo ya que “centrifugo el culo porque no hay papel higiénico” queda vulgar.
Y, bueno, luego está el baile de Trump que, aunque es americano, engloba a los españoles de todas las generaciones. Españoles con un único espíritu: ni ritmo ni vergüenza. Si habéis visto a Trump bailar, entenderéis de qué hablo. Todos conocemos a alguien que baila así. Y si no, es que somos nosotros.
A mí me gusta mucho ese baile. Es ortopédico, por lo que le da un punto acid house. Es sencillo, pero requiere algo de técnica. Es atemporal y nadie puede calcularte la edad. Y, sobre todo, es shaken, not stirred, como el Martini de James Bond.
Si rechazas este baile porque eres más de Biden, haz algo aún más atemporal: una conga. Eso les confundirá.