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Por qué las confesiones de Meghan y Harry suponen una grave amenaza para la realeza británica

Las confesiones fueron, y son, consideradas como una exposición errónea e inmoral del funcionamiento interno de la monarquía

Por qué las confesiones de Meghan y Harry suponen una grave amenaza para la realeza británica

Darrin Zammit | Reuters

La entrevista de los duques de Sussex, el príncipe Harry y Meghan Markle, con Oprah Winfrey se está convirtiendo en la crítica más publicitada a la monarquía británica en muchos años. En el encuentro con la periodista, Meghan Markle confesó sus pensamientos suicidas mientras estaba embarazada y afirmó que alguien de la familia real británica llegó a mostrar su preocupación por cómo de oscura sería la piel de su primer hijo.

Muchos comentaristas han descrito la entrevista como un ataque a la familia real británica. La exigencia por parte de los monárquicos para que Meghan y Harry «estén calladitos» recuerda las muchas ocasiones en las que miembros de la realeza británica se confesaron en público, y de cómo los que lavan los trapos sucios en público son ninguneados para proteger a la institución.

Las confesiones de la realeza tienen una larga historia. Marion Crawford, que escribió un libro en 1950 sobre su tiempo como niñera de la Reina y su hermana Margaret, fue supuestamente condenada al ostracismo por vender su historia sin permiso. Wallis Simpson, la socialité estadounidense por la que Eduardo VIII abdicó del trono en 1936, escribió un libro de memorias en el que recordó sarcásticamente el «justamente famoso encanto» de la Reina Madre como una crítica apenas velada.

La entrevista de la princesa Diana en la BBC en 1995 es quizás la confesión real más emblemática. Diana habló al entrevistador Martin Bashir sobre el adulterio de su esposo, el príncipe Carlos, los complots palaciegos en su contra y el deterioro de su salud física y mental. La frase «bueno, éramos tres, así que nuestro matrimonio estaba un poco abarrotado», refiriéndose al romance del príncipe Carlos con Camilla Parker Bowles, todavía se recuerda casi 26 años después. Sir Richard Eyre, exdirector del National Theatre, confesó que la Reina calificó de «espeluznante» la decisión de Diana de contarlo todo.

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Foto: Stringer | REUTERS

Confesiones no deseadas

Todos estos ejemplos tienen en común que son mujeres las que utilizan las confesiones reales para revelar sus experiencias.

Los famosos suelen recurrir a estas confesiones para airear intimidades ante el público. De esta forma, revelan algo personal y exhiben su yo «auténtico». Sin embargo, como señalan las académicas Helen Wood, Beverley Skeggs y Nancy Thumin, las confesiones de celebridades masculinas, blancas y miembros de las élites tienden a ser tratadas con seriedad, pero las confesiones de mujeres, en particular de mujeres de color o asociadas con «profesiones de poca monta», son tratadas con demasiada frecuencia como inapropiadas y narcisistas.

Todas esas confesiones han sido descritas como ataques a la familia real británica. Fueron, y son, consideradas como una exposición errónea e inmoral del funcionamiento interno de la monarquía. Comentaristas como Piers Morgan han calificado la entrevista con Oprah Winfrey como una vergüenza, y se preguntan cómo los duques de Sussex pudieron ser tan despiadados como para llamar mentirosos a la reina Isabel II y al príncipe Felipe de Edimburgo, cuando este se encuentra actualmente enfermo en el hospital.

Poder protector

Los artículos que describen las confesiones de la realeza como inmorales intentan igualmente proteger a la monarquía, en lugar de reconocer la importancia de lograr que una institución poderosa rinda cuentas. En mi próximo libro, sostengo que la monarquía británica se basa en un cuidadoso equilibrio de visibilidad e invisibilidad para mantenerse en el poder. Esta es una institución antigua que opera en el corazón de una supuesta democracia; correr un tupido velo sobre estas contradicciones es fundamental para su supervivencia. La familia real puede ser visible mediante exhibiciones espectaculares (ceremonias estatales, por ejemplo) o familiares (bodas reales, el nacimiento de miembros de la realeza) pero el funcionamiento interno de la institución debe permanecer en secreto.

Como Meghan, a mí también me gusta hablar de The Firm (La Firma, el término popularizado para referirse a la Casa Real británica) para describir a la monarquía como una corporación que invierte en reproducir su riqueza y poder. Pero esta es una corporación cuyas operaciones deben permanecer en secreto. Cualquier publicidad de sus actividades entre bastidores, como las recientes revelaciones en The Guardian sobre el uso indebido del Queen’s consent (El consentimiento de la Reina) para influir en las leyes que afectan a sus intereses personales, corre el riesgo de desestabilizarla.

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Foto: Phil Harris | REUTERS

Un momento en el que la monarquía estuvo sometida a una gran visibilidad fue el documental de 1969 Royal Family, que siguió a la realeza durante un año y que amenazó con romper ese cuidado equilibrio de visibilidad e invisibilidad. Como escribió el constitucionalista Walter Bagehot en el siglo XIX: «No debemos permitir que la luz del día desvele la magia».

Como los anteriores «confesores», las afirmaciones de Meghan y Harry sobre la vida dentro de «La Firma» continúan siendo vistas como ataques irrespetuosos, blasfemos e inmorales contra la Reina Isabel II y su familia. Pero quizás lo que deberíamos preguntarnos es por qué tanta gente, y en especial los medios de comunicación británicos, parecen tener problemas a la hora de pedir cuentas a una de las instituciones más poderosas del Reino Unido.The Conversation


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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