La primera y única vez que me he colado en el Metro salió mal. Era postadolescente, iba en pandillita, y todos mis amigos se colaron. Pim, pim, pim, un saltito a los tornos como si fuesen tiernos cabritillos y padentro.
Yo llevaba tarjeta de Metro, podía haber entrado picando el billete, pero ¿por qué me iba a privar del capricho de quedar como una gilipollas?
Era joven y lo de pensar se me daba regular. Me quise hacer la guay, pertenecer al grupo de esa gente que, pudiendo costear aquello que usa, decide ser más listo que nadie y disfrutarlo gratis mientras otros lo pagan. Allá que fui. Clavé las manos a los lados del torno, impulso, rodillas al pecho y cabeza al suelo.
Cuando me levanté, tenía al de seguridad delante de mí. Sólo se me ocurrió decirle: «Estaba probando una cosa. Salgo y vuelvo a entrar bien». Salí y entré picando el billete. Nunca más he intentado gorronear nada.
Pensaba que no había un «delincuente» más torpe que yo, pero la vida te da sorpresas.
Desde hacía unas semanas, la conexión a internet de mi casa fallaba. A veces iba lenta y otras veces se desconectaba y no volvía hasta pasados unos minutos. Lo de que haya alguien que te roba el WiFi me parecía un mito, como lo de los audímetros de la tele; que te regalen caramelos con droga en la puerta del colegio o te toque un sueldo vitalicio de Nescafé. No conocía a nadie que le haya pasado, así que, si yo no conozco algo, no existe.
El martes pasado por la mañana estaba en casa y de repente escucho que la impresora se pone en marcha. Como es una impresora que va por WiFi, está siempre conectada y a veces se enciende ella sola para actualizarse. Son una especie de estiramientos de la impresora. Hace sus ruiditos, pone un mensaje en la pantalla tipo «Actualizando» y ya. Nunca imprime nada de prueba.
Pero esta vez comenzó a imprimir un documento.
Yo tenía el ordenador apagado, no había enviado nada a imprimir en semanas, así que me acerqué sorprendida a la impresora, que estaba tomándose muy en serio su trabajo. Aluciné porque lo que estaba imprimiendo era un certificado donde aparece el nombre, apellidos y DNI de un señor al que no conozco de nada y, además, es policía.
Tiene guasa que la impresora pase de mi cara cuando le mando imprimir mis documentos y al vecino le haga caso. «Te he dado el mejor espacio en mi despacho. Costeo con el sudor de mi frente la electricidad y el WiFi que necesitas. Te alimento con los mejores tóner del mercado, ¿y me entero así de que trabajas para otro?», le dije, pero ella seguía ahí, entregada al documento que ese desconocido mandó a imprimir, por si fuera poco, a color.
Rápidamente busqué en Google «cómo saber si te están pirateando el WiFi». Y, siguiendo las recomendaciones del artículo que me parecía más completo, descargué LanScan, chequeé los dispositivos que había conectados y cambié la contraseña de mi línea.
Como suelo tomarme las cosas con humor, una vez «solucionado» esto, lo conté en Twitter:
«Querido vecino que me robas el wifi, si me lees, tengo en mi casa un documento que has enviado a imprimir a MI IMPRESORA.
Saludos cordiales.»
El tweet se viralizó y me llegaron respuestas de todo tipo: los que se tomaban con humor la jeta del vecino, los que me daban soluciones muy técnicas —que agradezco enormemente aunque no entienda—, los informáticos nivel tu primo: «¿a qué esperas para cambiar la contraseña?», y los que hay que tener lejos siempre, es decir, los que te dan consejos que te complicarían la vida: «Publica lo que ha imprimido», «pártele las piernas», «usa los datos que tienes de él para contratar servicios a su nombre». Vamos a calmarnos, la idea es no acabar en la cárcel.
No faltaron los románticos que pronosticaron el inicio de un romance. A estos sólo puedo decirles que cuando afirmo que me guío mucho por la primera impresión, no me refiero a este tipo de impresión.
Me han dicho que igual este vecino no se está colando en mi WiFi, ya que las impresoras de este tipo a veces aparecen en otras conexiones y por error seleccionó la mía. No obstante, a mí me llama la atención saber quién es mi vecino, contarle las risas que nos hemos echado con el incidente y devolverle el documento. Cero rencor. Así que he buscado su nombre en los buzones de mi bloque, pero no ha habido suerte. Debe de vivir en el bloque de al lado.
Mientras tanto, ahora me sobresalto cuando la impresora hace algún ruido. Y me río imaginando qué hubiese hecho yo si en vez de un documento que revela la identidad de alguien, hubiese imprimido «Vanpiro Esiten».