Otra tragedia inglesa: cuatro dimensiones geopolíticas de la industria del fútbol después de la Eurocopa 2020
La idea de que el deporte y la política han de disociarse es, analizando la historia, una utopía
La Eurocopa de fútbol, que ha ganado Italia en la tanda de penaltis, nos ha dado grandes jornadas de fútbol e imágenes que trascienden lo deportivo y se inscriben en lo diplomático, lo económico y lo político.
Desde la primera crisis entre Ucrania y Rusia por el diseño de la camiseta del conjunto que dirige Andrei Sheveshenko –por cierto, su lengua materna es el ruso y es próximo al expresidente Yanukovych–, y la magnífica noche de fútbol de la fase de grupos que nos regalaron –en el campo y la gradería– entre el combinado inglés y el escocés, hasta el veto de la UEFA a iluminar el Allianz Arena de Munich durante el Alemania-Hungría de la fase de grupos, ante la deriva homófoba del gobierno húngaro de Viktor Orbán.
Esto, sin tener en cuenta que entre los patrocinadores de la Euro 2020 encontramos empresas que circunscriben su política de patrocinio a las razones geoestratégicas de los países de donde proceden más que a intereses meramente económicos, sea este el caso de Qatar Airways, la china Alipay o la compañía pública rusa Gazprom.
De un modo u otro, el fútbol y la política están intrínsecamente vinculados. Diríamos más: el deporte y la política casi son inseparables si tenemos en cuenta que incluso la propia reunión constitutiva del Comité Olímpico Internacional (COI) en 1894 ya fue, de facto, una reunión entre políticos que acogieron entusiasmados la propuesta de Pierre de Coubertin.
La idea de que el deporte y la política han de disociarse es, analizando la historia, una utopía o un argumento propio de aquellos que solo aceptan politizar el deporte de élite si les es favorable para sus intereses; también en la Eurocopa que hemos vivido este verano, y que nos permite analizar la geopolítica del fútbol desde cuatro dimensiones diferentes.
1. La dimensión histórica de los enfrentamientos
En primer lugar, parémonos a reflexionar sobre la dimensión histórica asociada a los enfrentamientos. El fútbol como campo de juego simbólico para la política, el espacio donde en este mundo cosmopolita y de realidades líquidas aún es posible abrazar los mitos fundacionales de las naciones o apelar a sus confrontaciones históricas.
La edición inaugural de la Eurocopa, en 1960, fue presa de los conflictos existentes en la Guerra Fría, entre ellos el del régimen de Franco contra el comunismo que hizo que el Generalísimo no permitiera a la selección española viajar a la URSS para jugar los cuartos de final.
El Holanda contra Alemania de las semifinales de 1988 permitió reconciliar el imaginario colectivo de los neerlandeses con su pasado. Por otra parte, la prensa inglesa (que no la rival) siempre vive los duelos entre Inglaterra y Alemania como una continuación de la batalla de Inglaterra (1940) y las afrentas sufridas durante la II Guerra Mundial. Gareth Southgate, el actual entrenador inglés, falló el penalti definitivo ante Alemania en la semifinal de la Eurocopa de 1996.
Escribió Simon Kuper en Financial Times antes de la final de la Euro 2020: «Los fracasos futbolísticos de Inglaterra posteriores a 1966 sirvieron como metáforas del declive nacional, especialmente porque en muchos de ellos, en 1970, 1990 y 1996, se enfrentaron a Alemania, el mismo país que Gran Bretaña había derrotado repetidamente en sus días de superpotencia». Recordando al militar prusiano Von Clausewitz, podríamos afirmar que en la actualidad el fútbol (y no la guerra) es «la continuación de la política por otros medios».
2. Una sociedad de identidades múltiples
En segundo lugar, estos mismos equipos, los enfrentamientos de la cual son mediatizados a partir de mitos y símbolos nacionales, son a la vez el reflejo de una sociedad contemporánea totalmente multicultural y de identidades múltiples.
La centralización del fútbol de élite en Clairefontaine permitió a una Francia multicultural y visiblemente heredera de su pasado colonial cosechar grandes resultados sobre el terreno de juego, pero es notorio que el ascensor social no funciona: las banlieues se vuelven locas cuando golea Argelia y Benzema solo juega con Francia por necesidad. Bélgica ha encontrado en su selección nacional el mejor cimiento para fortalecer los lazos fraternales dentro de su sociedad fragmentada, pero el goleador Romelu Lukaku fue tajante en The Players tribune, en 2018: «Cuando las cosas iban bien, los diarios me llamaban el goleador belga; cuando no, el descendiente de congoleños».
Incluso, David Goldblatt, nos recuerda en The Age of Football (2019), que mientras la selección inglesa es de los pocos elementos identificativos de la «Englishness», el actual conjunto de Southgate es el reflejo de una sociedad claramente multiétnica. Sirvan de ejemplo los dos últimos lanzadores de la trágica tanda de penaltis de Wembley: Jadon Sancho tiene sus orígenes en Trinidad y Tobago, mientras Bukayo Saka los tiene en Nigeria.
3. El poder blando y el ‘sport place branding’
El gobierno de Boris Johnson ha abrazado el deporte en su estrategia de posicionamiento post-Brexit. Por este motivo, también, era importante que los de Southgate llegaran a la final de Wembley. Solo les faltó ganarla.
Así pues, la tercera dimensión a considerar, cuando hablamos de geopolítica del fútbol, es la capacidad que tiene el deporte de convertirse en un activo en las estrategias de branding territorial de países, territorios o ciudades. El futbol como forjador de soft power. Y, aquí, podemos apelar a un artículo seminal de Irving Rein y Ben Shields (2007) que conceptualiza el sport place branding, articulado desde las administraciones a partir de tres grandes ejes: la contratación de talento e inversión para formarlo, la acogida de grandes eventos deportivos y, finalmente, fomentando la inversión extranjera en la industria global del deporte.
E aquí donde los fondos soberanos o las grandes multinacionales se pueden convertir, directa o indirectamente, en embajadores corporativos de los intereses geopolíticos de los estados: Qatar Sports Investment (QSI) ha sido un actor estratégico para legitimar el Mundial de 2022, Mubadala Investment Company resulta clave para «la estrategia global» de Abu Dhabi –escribe Raphaël Le Magoariec– o, como nos cuenta Chadwick, «el fútbol siempre ha sido algo que Gazprom ha usado para alcanzar otros intereses estratégicos» para Rusia. Por no hablar de cómo Xi-Jinping ha usado el fútbol como activo para posicionarse globalmente, una vez visto el buen resultado de Beijing 2008 para la marca país. Incluso, la japonesa Rakuten cuando decide invertir en el FC Barcelona aterriza en Europa siendo el representante de la gran economía tecnologizada japonesa, que quiere competir con el gigante occidental: Amazon.
4. ¿Cómo la FIFA o la UEFA toman sus decisiones?
Finalmente, la política forma parte del ADN de la gestión deportiva si cerramos el foco de análisis sobre los procesos de decision-making de los grandes organismos reguladores: la FIFA o la UEFA para poner dos ejemplos. La lista de «partidos prohibidos» por asuntos políticos que la UEFA estipuló en el sorteo de la previa de la Eurocopa –entre ellos, el España-Gibraltar–, el equilibrio de poderes que hizo este mismo organismo para no incomodar a la Hungría de Orbán durante esta fase final de la Eurocopa, o la filtración de que el dueño del Chelsea, Roman Abramovitch, incluso recibió la llamada de Vladimir Putin invitándole a abandonar el proyecto de la Superliga de Florentino Pérez podrían ser buenos ejemplo.
En relación con este último caso, curiosamente, Alexander Dyukov, presidente de la Federación Rusa de Fútbol y del consejo de administración de Gazprom, fue elegido como miembro del comité ejecutivo de la UEFA en plena crisis de la Superliga. Nada es casual en el complejo sistema multimillonario de la industria del fútbol global.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.