¿Están preparados los hospitales para tratar los síntomas persistentes del coronavirus?
La gestión de estos recursos no está siendo totalmente adecuada y, probablemente, sea necesario ampliar la plantilla de los profesionales sanitarios
Dar negativo en una prueba PCR después de contraer el coronavirus no siempre es sinónimo de estar recuperado. Hasta la fecha, se han descrito más de 50 síntomas asociados a la COVID-19 que persisten después de contraer la enfermedad.
Los más relevantes y frecuentes son la fatiga y la disnea, según un estudio reciente basado en una revisión de los artículos publicados hasta la fecha. De hecho, estos síntomas alcanzan a un 60% de los pacientes. Otros síntomas comunes son el dolor de cabeza, la tos y la pérdida de olfato y del gusto.
Para reafirmar estos datos, otro estudio publicado en la revista Lung, sobre una muestra de casi 2.000 pacientes que fueron hospitalizados durante la primera ola de la pandemia, coincide plenamente con el ya mencionado. Estos resultados forman parte de uno de los estudios multicéntricos más grandes de España y que continuará con un seguimiento de los pacientes durante dos años.
¿Qué sabemos hasta ahora de estos síntomas?
Hasta el momento, la fisiopatología de los síntomas persistentes no se conoce por completo. Hay estudios que ya dan respuesta a ciertas situaciones, como la llamada «réplica viral».
En estos casos, se han encontrado restos del virus en los pacientes tres o cuatro meses después de considerarles «sanos». Es decir, el virus sigue activo en diversos tejidos.
Asimismo, otros estudios han advertido daños en el pulmón que justificarían los síntomas de fatiga y de disnea y han encontrado posibles explicaciones para el daño cerebral ocasionado por el coronavirus.
Síntomas persistentes y congestión hospitalaria
Pero a pesar de que cada vez tenemos más conocimiento sobre esta enfermedad, los pacientes con síntomas persistentes, a día de hoy, afirman que se sienten solos y abandonados.
La mayoría (95%) de los más de 2.000 pacientes con síntomas persistentes que han participado en este estudio han afirmado que, durante meses, los centros de salud no se han preocupado por ellos. Además, un 80% manifestó que estas afecciones les limitaban sus actividades diarias.
Es cierto que, en plenas olas de la pandemia[contexto id=»460724″], la atención a estos pacientes puede ser realmente complicada. Esto ocurrió cuando en marzo de 2020 nos vimos desbordados ante una situación inesperada de crisis sanitaria.
De hecho, una de las cosas que preocuparon a las instituciones y a los ciudadanos durante aquel periodo era el riesgo de que no hubiese cabida para afecciones distintas al coronavirus en los hospitales.
Pero ahora que ya comenzamos a hablar de la reactivación del turismo y la economía, la salud de estas personas no puede quedarse a un lado. Todas ellas deben recibir atención desde el momento en el que experimentan los síntomas. No solo en los hospitales, sino también en los centros de salud. Su atención es una obligación moral, clínica y de la sociedad.
Tratamientos disponibles para los síntomas persistentes
Uno de los puntos clave que dificulta el problema es que todavía no se han identificado factores de riesgo claros. Es decir, ni factores clínicos ni de estancia hospitalaria pueden aún advertirnos del posterior desarrollo de algunos de estos síntomas persistentes. Esto sería fundamental para ayudar a estos pacientes.
Mientras tanto, el principal abordaje para tratar la disnea o falta de aire se da mediante fisioterapia, como con cualquier otro síntoma respiratorio. Los pacientes que reciben esta terapia respiratoria perciben una mejora clara de su funcionalidad y de estos síntomas. De la misma manera se tratarán los síntomas como el dolor músculo-esquelético.
Por su parte, la ageusia (ausencia del sentido del gusto) también se beneficiará de la terapia ocupacional, al igual que los problemas cognitivos. A estas unidades de rehabilitación debemos añadir el trabajo del psicólogo para el manejo de la ansiedad, depresión o síndrome por estrés, todos síntomas persistentes tras el coronavirus.
En relación con la anosmia (pérdida de olfato), existen diversas técnicas de entrenamiento que suelen llevarse a cabo por parte de los terapeutas ocupacionales. En la Universidad Rey Juan Carlos I, el autor principal de este artículo forma parte de una Unidad al respecto, junto al servicio de otorrinolaringología del Hospital Universitario Fundación Alcorcón.
Por otra parte, existen múltiples síntomas que necesitan medicación. Por ejemplo, para el dolor neuropático (dolor crónico intenso debido a que un nervio está dañado), problemas gastrointestinales o la cefalea. Conocer la eficacia de los fármacos sobre estos síntomas en ensayos clínicos será clave para determinar cuáles deben recetarse específicamente a cada paciente.
¿Hay recursos suficientes en los hospitales?
Tanto nuestro sistema de salud como los profesionales que trabajamos en él estamos totalmente preparados para tratar estos síntomas. De hecho, no creo que haya profesional sanitario que no se vaya a enfrentar a ellos en los próximos meses.
Sin embargo, la gestión de estos recursos no está siendo totalmente adecuada y, probablemente, sea necesario ampliar la plantilla de los profesionales sanitarios.
Los gobiernos de comunidades autónomas propusieron, después de la primera ola, la creación de «unidades post-COVID». Una necesidad absoluta y prioritaria. Estas deberían incluir un médico o médica de familia junto con profesionales de enfermería, neumología, fisioterapia, psicología y terapia ocupacional.
Respecto a lo que a los profesionales de la salud se refiere, estamos totalmente preparados para tratar este tipo de síntomas, pues tenemos la formación y preparación necesaria.
Será el momento de demostrar, de nuevo, la unidad que los profesionales sanitarios mostramos durante la primera ola. Así conseguiremos abordar esta nueva «pandemia» que se nos avecina.
En la elaboración de este artículo ha colaborado Juan Torres Macho, investigador del Departamento de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y director médico del Hospital Universitario Infanta Cristina (Madrid).
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.