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«¿¡Quién da más?! ¡¿Quién da más?!» El impune mundo de la compraventa de trabajos universitarios por internet

El plagio, la manipulación de autoría o la directa y desvergonzada compra de actividades educativas no es una novedad de los tiempos digitales, pero una nueva casta prospera en el mundillo de la falsificación: las web de compraventa de trabajos finales

«¿¡Quién da más?! ¡¿Quién da más?!»  El impune mundo de la compraventa de trabajos universitarios por internet

Ramsha Asad | Unsplash

Pongamos que amanece usted una resplandeciente mañana de mayo, junio o julio con entre 22 y 26 años. Pongamos que a causa de una acumulación de lanzallamas etílicos sus neuronas se han visto reducidas a tres forajidas, que más allá de lavarse los dientes y subir fotos a Instagram son incapaces de hacer gran cosa, o que la precaria situación de sus circunstancias vitales lo ha empujado a trabajar día y noche para financiarse la vida, no pudiendo hacer frente a sus estudios. El teléfono vibra. Atención, un aviso ha llegado a sus hogares: «Le recordamos que deberá hacer entrega de su trabajo final de grado en un mes». Las manos se percuten entonces contra la cabeza, las tripas flojean y las tres neuronas forajidas, herederas del desfase ocioso o laboral, se alborotan como en un duelo mejicano sin saber quien es el culpable de la desgracia, ni que hacer a continuación… ¡Bajen las armas caballeros, tenemos una solución! 

El plagio, la manipulación de autoría o la directa y desvergonzada compra de actividades educativas no es una novedad de los tiempos digitales. Desde iluminados mangantes de exámenes vendidos en los patios a precio de paquete de cigarrillos, hasta los no menos habituales lumbreras aspirantes al cariño de sus superiores en la jerarquía juvenil haciendo lo que mejor se les da, muchos han sabido aprovechar sus necesidades o potenciales en el beneficio recíproco. Pero una nueva casta sí ha sabido apoltronarse silenciosa y boyante, como una mano invisible de desenvuelto desdén, en el mundillo de la falsificación: las web de compraventa de trabajos finales. Intermediarias, todas ellas, gracias a las que alumno y profesor pueden llevar a cabo, con las facilidades del universo telemático, el susodicho intercambio. 

Así que, para llegar al sórdido núcleo de este asunto, era imprescindible un trabajo de campo en condiciones. El número de webs es cuantioso, basta una superficial búsqueda para encontrar una muestra de del atragantado cosmos que uno puede cazar en internet, de ahí que para profundizar, servidor, se centrase en el estudio de una de ellas (no diré cual, para evitar el legítimo abronque de mi editora por denuncias) de la que descubrí en mis investigaciones un número interesante de pormenores… allá vamos.

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El plagio, la manipulación de autoría o la directa y desvergonzada compra de actividades educativas no es una novedad de los tiempos digitales… pero cómo los están aprovechando. | Foto: Gery Wibowo | Unsplash.

En primer lugar, el contacto como alumno es tremendamente sencillo. Tras un cordial correo a la dirección, los intermediarios burócratas se relamen ante la idea del dinero que esa alumna o alumno desorientado por largas jornadas de autoexplotación, desenfreno o desgracias familiares, está dispuesto a pagar por la realización íntegra, o parcial, de sus tareas. Una vez el contacto está hecho, llega el luciferino contrato de confidencialidad, por el que el alumno certifica que la empresa no le está facilitando el consumo de una prostitución intelectual, sino un simple ejercicio de tutorización inocente.

En sus propias palabras: «Es importante recordar que el alcance de este servicio no incluye la redacción de contenido, búsqueda de documentación, etc. Es decir: el profesor servirá al alumno como un apoyo que por su experiencia y conocimientos le guiará en el camino del proyecto, pero debe ser consciente de que el trabajo tendrá que redactarlo el propio alumno» … -vamos, no me jodas…

Alumno y profesor compartirán un idilio educativo donde el pagador irá recibiendo las versiones de su compra, y el pagado las irá mandando y corrigiendo en función de los picajosos gustos de su recién estrenado boss.

Una vez solventado todo el proceso oficinesco, el alumno recibirá un número y una contraseña con la que accederá a su perfil, el cual le permitirá entrar en una plataforma donde se pondrá en contacto a través de un foro privado y anónimo con su profesor asignado. En ese curioso limbo de inviolabilidad, alumno y profesor compartirán un idilio educativo donde el pagador irá recibiendo las versiones de su compra, y el pagado las irá mandando y corrigiendo en función de los picajosos gustos de su recién estrenado boss. En lo que respecta al pago, el alumno habrá de soltar la mitad de la mosca al comienzo, y la segunda parte una vez todo el proceso finalizado. Hecho esto, el alumno tendrá derecho al libre uso y disfrute del trabajo, que perfectamente puede enmarcar en la pared con el rédito de una matrícula, o esconder en el fondo de un cajón atormentado por no haber rendido como es debido frente al recuerdo de sus desafortunadas particularidades. 

Pero supongo que habrá de irse al asunto morboso, a las monedas contantes y sonantes que cuesta este final feliz de los estudios universitarios. Pues en lo que a estas investigaciones respecta, el precio por un trabajo de final de grado de 30 páginas es de 250-300 euros, el precio por una corrección de 40 páginas y redacción de 10 es de 100-120 euros, y el precio por una corrección de 15 páginas y la redacción de otras 15 es de 150-160 euros. Según la web, el precio se estipula normalmente por páginas, aunque existen variables que se les deben ocurrir a ellos para hacer que los precios fluctúen como si fuesen la bolsa mundial el día que el Coronavirus penetró sin permiso en Occidente. 

El precio por un trabajo de final de grado de 30 páginas es de 250-300 euros.

Ah, sin embargo, no todos somos alumnos en el mundo. Alguien ha de currarse el teclado para que otros se curren sus asuntos. En lo que respecta al profesorado la dinámica es un tanto distinta. Establecer el primer contacto con el banco de mediadores no es más complicado que hacerlo en condición de colegial, pero una vez alcanzado el alunizaje de la interacción se presentan ciertas exigencias. En primer lugar, hacerles llegar un CV completo y atractivo. Okey, esto no es novedoso, pero las consiguientes demandas sí son algo más específicas. El aspirante a machaca habrá de leerse íntegramente un tostón documental en donde se reitera, casi hasta la extenuación, que la actividad a la que se presta es meramente orientativa, que en ningún caso su objetivo será el de redactar en su totalidad el trabajo de nadie, y que de hacerlo ellos no son responsables de nada en absoluto, nothing, carta «quedas libre de la cárcel» hasta el final del juego. Luego se le pide al posible profesor que les haga llegar un ejemplo personal -este sí de autoría propia- de algún trabajo de fin de grado o máster anterior. 

Si hemos logrado pasar estas pruebas, no tan excitantes como las doce de Astérix, pero tampoco nada mal, una muy educada gestora nos mandará un correo pidiéndonos nuestro número de móvil, para facilitar el contacto a través de WhatsApp, y los campos en los que podemos «instruir» a las aciagas mentes perdidas del mundo académico. El margen es total; derecho, ciencias políticas, trabajo social, psicología, antropología, física, matemáticas… incluso anatomía forense (uno cuando ve esto se pregunta quien tiene los recursos técnico-corporales para realizar el susodicho trabajo, y comienza a cuestionarse si es a la morgue el lugar al que lo llevan una vez estirada la pata). Si el profesor se siente con fuerzas puede meterse en muy distintos sectores, siempre y cuando sus resultados sean provechosos. 

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¡Tres x uno! ¿Quién da más? | Foto: Siora Photography | Unsplash.

Y aquí comienza la aventura, al igual que para el alumno, el profesor dispondrá de un perfil para acceder a su foro y desde ahí comunicará con regularidad (más de dos días sin contestar a los mensajes le supondrá una falta) con el alumno. El margen de beneficio del profesor difiere del total del pago del estudiante -¿cómo no? ya sabemos que el amigable componedor ha de salir bien parado- ya que mientras el alumno paga 250-300 euros por 30 páginas, el profesor recibe 200 euros, a los que habrá de restar las retenciones (ay, esos mangantes de Hacienda que aseguran nuestra pensión…). Por si fuera poco, y así lo demuestra la experiencia de este reportaje, el pago que habría de llevarse a cabo los cinco primeros días del mes tras la emisión de una factura, propia o realizada por la misma web, se retrasa constantemente edulcorado por un mosaico de excusas muy convenientes por parte de las gestoras de la empresa, que no se muerden la lengua para comunicar con el currela en vista de ofrecerle faena, pero que se refugian en un tímido silencio cuando se les habla del pagaré pendiente.

Al final, el dinero llega, el alumno aprueba y las páginas reciben su parte como mulas atravesando fronteras sobornadas.

De aquí emana un debate ético sobre la autoría que ya se trasladó a la opinión pública por casos como el de Cristina Cifuentes, Pablo Casado, Toni Cantó o Juan Merlo, dicho sea, todos declarados inocentes. Pero con la sola posibilidad de que los líderes políticos, tótems resplandecientes del triunfo hispánico, estén donde estén habiendo podido hacer trampas ¿por qué el vulgo iba a actuar diferente? 

Cierto que en este asunto, más allá de las llamativas efemérides, hay que tener en cuenta varias cosas; por un lado el premio Oscar a Ovarios/Cojones de Plomo para los alumnos que presenten trabajos, incluso tesis doctorales, sin haberlas hecho ellos, lo cual demuestra que en este país habría de invertirse más en cine y teatro pues estamos ante una manada de caraduras con mucho talento, y por otro una pregunta, ¿cómo está tratando España a su elite académica, a sus buenos profesores e investigadores, para que estas webs triunfen tanto a la par en oferta y demanda? ¿Qué clase de futuro se está edificando alrededor de la cultura y la alta titulación cómo para que la gente desespere hasta tener que rebajarse a esto? Esta pregunta merecería otro artículo. 

Vale que nadie es tan canelo como para pensar que Belén Esteban escribió su autobiografía, o que las memorias de Andrés Iniesta -un pisapapeles de primera- fuesen de su puño y letra, pero es que el plagio y la hipocresía no es sólo caviar de las élites, sino como hemos visto, paté La Piara del pueblo entero. 

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