Los 'bacha bazi', niños prostituidos y disfrazados de mujeres para el entretenimiento de los hombres afganos
Con Afganistán en manos de los talibán y con la violencia doméstica, el analfabetismo y la pobreza aumentando se teme que esta práctica prolifere
Mientras compraba para su familia, Noor, de 14 años, fue secuestrado por un tendero, agredido y obligado a bailar maquillado y vestido de mujer para hombres adinerados. Avergonzado y sin nadie a quien acudir, Noor aceptó quedarse con él y seguir bailando en sus fiestas. Nunca regresó a casa. Se convirtió en el ‘bacha bazi’ de un poderoso comerciante afgano y su grupo de amigos a los cuales amenizaba sus juergas. Pero lo peor venía después. Cuando la música se apagaba, el joven era sometido a abusos sexuales, a veces por parte de su ‘dueño’, a veces en grupo.
Las tradiciones sociales arcaicas y las normas de género profundamente arraigadas han mantenido a gran parte del Afganistán rural en un estado medieval de purgatorio. Quizás la tragedia más deplorable, una que en realidad se ha vuelto más desenfrenada en los últimos años, es la práctica del ‘bacha bazi’, el ‘compañerismo sexual’ entre hombres poderosos y sus reclutas adolescentes.
El ‘bacha bazi’ o ‘boy play’ –como se denominan en inglés— es una práctica que ha estado ocurriendo durante siglos en Afganistán. Ampliamente practicada y tolerada, es una forma de abuso sexual camuflada bajo la tradición y callada por el dinero de los poderosos o señores de la guerra afganos. Convertidos en juguetes sexuales, estos menores, la mayoría huérfanos o provenientes de familias pobres, son obligados a bailar en fiestas de hombres ricos que se aprovechan de su situación y los obligan a trabajar como ‘bailarines’ bajo su posesión a cambio de una lismona; y después de la ceremonia, la verdadera tortura, estos chicos son llevados a casas privadas donde son violados y abusados sexualmente.
Noor tuvo suerte. Un vecino dio parte a la organización War Child Protección, que alertó a la policía. El comerciante y los asistentes a estas juergas fueron detenidos y el pequeño devuelto a su familia. Pero esto no suele ser lo habitual, dentro de un sistema corrupto, los casos rara vez se reconocen o procesan, por lo que los niños saben que reportar el abuso solo puede empeorar su ya desesperada situación, denuncia en un informe la War Child.
Ahora, con Afganistán en manos de los talibán, se teme que esta práctica prolifere. Y es que ahora que las mujeres no podrán bailar en público y con una estricta segregación de género en la sociedad afgana, se teme que esto contribuya a propagar la práctica. La violencia doméstica, el analfabetismo y la pobreza aumentan la vulnerabilidad de los niños al abuso y la explotación, y en Kabul se estima que hay 65.000 niños que viven en la pobreza y que son vulnerables a este tipo de abusos, según Unicef.
¿Quiénes son las víctimas?
Afganistán ha ocupado habitualmente los últimos puestos de los índices mundiales de actividad económica. Con un PIB per cápita de 508 dólares anuales, el menor de la región y uno de los más bajos del mundo, un 72% de la población afgana (el país tiene 38 millones de habitantes) vivía bajo el umbral de la pobreza ya antes del asalto talibán al poder. 6,8 millones de personas corren el riesgo de padecer inseguridad alimentaria aguda, según un informe de Fewsnet.
Degradante y dañina, la subcultura generalizada de la pedofilia en Afganistán constituye una de las violaciones continuas más atroces de los derechos humanos en el mundo. Muchos muchachos se ven obligados a vagar por las calles para encontrar trabajo o algo que llevarse a la boca. Algunos hombres, a menudos ricos o influyentes, se aprovechan de esta situación y obligan a los niños, normalmente chavales de entre 14 y 18 años, a trabajar como ‘bailarines’ bajo su posesión. Despojados de su identidad, se le hace vestirse como mujeres, maquillarse e incluso llevar pechos falsos y campanillas alrededor de los tobillos para bailar en fiestas y después participar en actos sexuales con hombres mucho más mayores que ellos.
«Las tradiciones sociales arcaicas y las normas de género profundamente arraigadas han mantenido a gran parte del Afganistán rural en un estado medieval de purgatorio»
El desequilibrio de poder entre los jóvenes y estos hombres coloca a estos críos en una posición de vulnerabilidad extrema, muchos de ellos, incluso, subordinados sexuales de un hombre o grupo de hombres durante un tiempo prolongado; sin embargo, cuando llegan a los 19 años o comienzan a tener barba sus dueños lo liberan, pero el daño psicológico causado por años de abusos y aislamiento social y un bajo nivel de escolaridad obstaculiza la reintegración social.
De esta forma, debido a las dificultades para encontrar trabajo, algunas víctimas de ‘bacha bazi’ se convierten en abusadores dentro de la práctica; otros, recurren a las drogas y al alcohol como mecanismo de supervivencia, apunta The Swedish Development Forum en un informe.
Silencio y vergüenza
En 2017, el entonces gobierno afgano de Ashraf Ghani Ahmadzai aprobó una ley que oficializaba la prohibición y criminalización de la práctica bacha bazi. Concretamente, los artículos 579 a 586 del capítulo cinco de esta norma protegen a los niños del abuso sexual, incluidos aquellos que son usados como mero entretenimiento de adultos y por las Fuerzas de Seguridad Nacional de Afganistán (ANSF). Sin embargo, ante las deficiencias del sistema de justicia, hoy ya en manos talibán, las leyes rara vez se aplican a delincuentes poderosos y la policía ha sido, según informes, cómplice de los delitos relacionados.
El 13 de noviembre de 2019, The Guardian publicó un informe que detalla una red de pedófilos que abusó de al menos 546 niños de seis escuelas en la provincia de Logar. Según el estudio, cinco familias mataron a sus hijos después de que más de 100 vídeos de abusos se filtrasen en las redes sociales.
«El desequilibrio de poder entre los jóvenes y estos hombres coloca a estos críos en una posición de vulnerabilidad extrema, muchos de ellos, incluso, subordinados sexuales de un hombre o grupo de hombres durante un tiempo prolongado»
El tabú a hablar de tales incidentes porque la gente no confía en el sistema legal y por la vergüenza asociada con la práctica es cada vez mayor. La sociedad culpa a las víctimas más que al perpetrador; y es que en Afganistán, el orgullo de una familia y tener una buena reputación y estatus es más importante que cualquier otra cosa. Además, no podemos olvidar que estos abusos son practicados por poderosos e influyentes, lo que dificulta que las víctimas y sus familias busquen ayuda. The European Asylum Support Office denuncia que las víctimas, al solicitar ayuda, han recibido amenazas, castigos y palizas e incluso, en algunos casos, han sido devueltas a sus agresores; como el caso de un niño que se escapó a Irán durante dos años pero cuando regresó a su aldea fue capturado por hombres armados que lo devolvieron a ‘bacha bazi’.
De esta forma, con la llegada de los talibán, que ya habían gobernado Afganistán entre 1996 y 2001, la incertidumbre crece, y todo apunta a que la corrupción, la anarquía y la pobreza permitirán que el negocio prospere.