Cómo la revolución cultural de 'los chicos del Cine América' conquistó hasta al Papa Francisco
Estos jóvenes ocuparon uno de los cines más emblemáticos Roma para evitar que fuese derruido. Una década después son una referencia cultural y política en Italia. Ahora celebran, tras muchos obstáculos, su primer cine reabierto.
«Somos los mismos, insolentes, un poco locos y valientes al mismo tiempo. Hace diez años nos metimos con lo puesto a intentar salvar un cine, hoy estamos un poco más estructurados, pero te mentiría si te dijese que hemos cambiado», dice Valerio Carocci, moreno, pelo corto, todo vestido de negro, el logo de los suyos en la parte izquierda de la camiseta, pegado al corazón. Lleva la voz cantante, atiende a todos, sonríe. Cumplen una década de activismo y están de celebración. También porque Italia ha tardado más de un año en abrir definitivamente las salas de cine y en dar, aún escasa según la propia industria, una reapertura a la cultura.
Podría ser un día cualquiera en esta ciudad, inicio del curso y el otoño a la vuelta de la esquina. Pero no lo es. La ganadora de la Palma de Oro de Cannes, Julia Ducournau, viene a estrenar su película en Italia y a felicitar a este grupo de «ragazzi» que han conseguido lo que parecía imposible. «Un cine que se abre es siempre una fiesta», dice la directora de Titane. Esta es una historia con un final feliz que es un principio. ¿Por qué abrir un cine restaurado en el centro de una capital europea es una epopeya del siglo XXI?
Porque lo han hecho unos veinteañeros que, en todos estos años, han tenido que hacer frente a empresas urbanísticas, a instituciones y hasta a la extrema derecha. Nos remontamos a 2012, un grupo de estudiantes de las afueras de Roma reclamaban un espacio en el centro que pudiesen compartir. Ocuparon el histórico Cinema America, en el emblemático barrio de Trastevere -ese lugar de las postales turísticas, de motos aparcadas en la puerta, enredaderas en los callejones y mesas con manteles a cuadros rojos y blancos-.
No por casualidad eligieron aquel edificio, representaba a la perfección lo que la especulación inmobiliaria estaba haciendo en el centro de muchas ciudades europeas. Aquella acción, que podría haberse quedado en una crónica local, consiguió mantener y contagiar el espíritu soñador hasta al mismísimo Papa Francisco. Empezaron a proyectar películas en las fachadas de antiguos cines y edificios abandonados a modo de protesta. Filippo Iacomini, joven romano activo en la política municipal, recuerda aquellos primeros años y me confiesa que toda la ciudad estaba expectante por este grupo. «Se encontraban con la gente, llenaban los espacios de cosas nuevas, se llegaron a inventar una nueva manera de entender el cine fuera de las salas. Todos queríamos ser uno de ellos», explica. Casi sin darse cuenta montando una revolución.
Ni con todo el apoyo del mundo, los mejores directores y directoras de cine italianos y del mundo avalando su sueño, fueron capaces de conseguir la reapertura de aquel lugar, su Km 0, el gran Cinema America. Por desgracia, o por suerte, otros 42 cines más en la ciudad habían sido abandonados. A 500 metros de allí, en el lugar en el que acaban de estrenar butacas y pantalla, y que aún huele a nuevo, han conseguido la licencia del Cinema Troisi. Pero antes de este día de fiesta se han encargado de llenar las plazas de Roma de cine durante todos los veranos convirtiéndose en una entidad cultural en sí mismos. Bernardo Bertolucci, que se convirtió en su padrino, decía de ellos que sabían de cine «niente di nulla», poco de nada, que estaban aprendiendo sobre la marcha y que en esa ingenuidad estaba la clave de su éxito.
Es fácil contagiarse de su romanticismo. Pero hay mucha política en todo esto. Su lucha, explica el grupo, es toda una declaración de intenciones, es un golpe encima de la mesa para aquellos que acusan a esta generación de ser unos acomodados. Iacomini confiesa: «Los vecinos los han respetado porque han conseguido devolver los espacios públicos a la gente a través de la cultura».
«Nacemos como una experiencia de lucha de barrio, y abrir un lugar como este ahora mismo es sin duda una acción política. Intentábamos reescribir la relación entre una sala de cine y una ciudad, volver a hacerla real», añade Valerio Carocci. Mientras trabajaban en las plazas, él y los suyos emprendían simultáneamente la lucha institucional. Han sido también años de tribunales y solicitudes en una burocracia italiana lenta y agotadora. Ahora ven la luz y abren este cine que es el lugar que siempre soñaron: habrá cine y habrá espacios de encuentro para gente joven.
¿Por qué han aguantado tanto tiempo? Durante estos años la extrema derecha, con sus críticas, los ha reconocido como un interlocutor político más y ha intentado ensuciar su nombre e incluso agredir a algunos de ellos -en 2019 fueron arrestados tres simpatizantes fascistas por haber pegado a unos chicos que llevaban unas camisetas de ‘I ragazzi del Cinema America’ (los chicos del Cine América)-. «Hemos aguantado porque siempre había alguien que no perdía la esperanza, uno que animaba mientras los otros se venían abajo», explica Carocci.
Nadie les faltó a su cita durante estos años, políticos, público, amigos y amigas, la élite cultural de este país quería formar parte de esto, no faltó nadie a la fiesta. Se pusieron a una ciudad y un país en su bolsillo. Y es precisamente todo lo que tiene que ver con el bolsillo, con lo terrenal, lo que hoy agradecen más. Para redondear la historia están sus padres, los de todos ellos, que prestaron sus casas como avales para que hoy este Troisi estuviese abierto, que apoyaron siempre, repite Carocci, hasta cuando las cosas se ponían feas. Hoy, me confiesa, piensa en su abuela, la persona que inspiró su convicción política. Alguno de estos días le hará una visita privada por su nuevo cine.
Reconoce Valerio humilde, una y otra vez, que él solo es la cara visible de un grupo de 25 que existe, precisamente, por ser grupo. Ahí está la otra clave del éxito. Todos y todas diversos, se miran cómplices siendo fotografiados por los periodistas. Querer estrenar con una excentricidad como Titane es su mejor metáfora, el mensaje más claro que podría mandar. La película que da la vuelta a las identidades de género y que abraza los monstruos internos, difícil, desafiante.
A partir de ahora este lugar se propone convertirse en un ser vivo en la ciudad. También querrían ser un ejemplo para otros jóvenes y ciudades europeas. Dentro, en las maquinarias, seguirán estos 25, unos que creyeron que podían ser capaces y que lo consiguieron, que sacaron el cine de las salas porque dentro no les dejaban estar. Ahora, Carocci confiesa que no puede pensar mucho en el futuro. «Hay que mantener un cine abierto, hacer que todo esto merezca la pena, el día a día es un reto suficiente», explica. «Aunque, si soy honesto, a veces me gustaría estar caminando entre las montañas», finaliza. Los focos y la revolución también cansan.