Escaparates de orgullos
«Nos sentimos orgullosos de cosas que poseemos sin haber podido elegir si las queremos tener o no o que nos han venido de manera totalmente aleatoria»
Nunca pensé que algún día estaría yo, delante de nadie, sacando pecho por mi título de mecanografía. Nunca, ni siquiera cuando hace casi treinta años me apunté a clases de mecanografía. Por entonces no sabía si iba a aquellas clases porque lo creía útil o si lo hacía por pertenencia al grupo, ya que todas mis amigas estaban apuntadas a mecanografía.
El caso es que hace unas semanas recibí por encargo mecanografiar lo que me iban a dictar. Hice el trabajo y la persona que me contrató me felicitó varias veces:
—¡Qué barbaridad! ¡Nunca he visto esta rapidez y mira que he trabajado años con secretarias muy buenas!
—Es que tengo el título de mecanografía, argumenté yo. Después de decirlo me sentí como Baby en Dirty Dancing y la frase me sonó tan estúpida como si hubiese respondido «traje una sandía».
Me sonó estúpida porque en 2021, era de los currículums poblados de másters, postgrados, licenciaturas, tres idiomas nivel nativo y estancias en el extranjero, que yo estuviese orgullosa de mi título de mecanografía, sonaba un poco hija de la postguerra.
Luego pensé que, precisamente, es este título el que tenía que hacerme sentir orgullosa: tengo un currículum con una licenciatura, idiomas, postgrados y cursos de toda índole, como millones de personas de este país. En cambio, la mecanografía nivel pro no la tiene tanta gente. Así que, que lo sepa el mundo: ¡tengo el título oficial de mecanografía!
Es curioso cómo funciona esto de los orgullos. Es totalmente irracional. Nos sentimos orgullosos de cosas que muchas veces poseemos sin haber podido elegir si las queremos tener o no o que nos han venido como nos podría haber venido una desgracia, de manera totalmente aleatoria.
Un gran escaparate de orgullos son las colas de los mercados, salas de espera o cualquier lugar donde se junten más de dos señoras. No faltarán pavoneos sobre lo excepcionales que son sus nietos o los logros profesionales de sus hijos. Un escaparate de orgullos que ha pasado de lo local a lo mundial y ha trascendido a lo digital gracias a las redes sociales.
En las redes sociales cada uno ondea sin pudor la bandera de su orgullo, la de sus causas y logros. Llámale a ese orgullo patria, orientación sexual, lengua, coche, zapatillas caras, trabajo, hijos, esa tortilla fabulosa que cuajamos como nadie o los gintonics de más de diez euros que tu billetera puede pagar. Todos, ahí, dejamos asomar aquello de lo que estamos orgullosos o lo que nos hace, creemos, súper especiales.
Y así pasa lo que pasa después, que te asomas a las redes sociales y sólo ves a gente excepcional, se publican ofertas de trabajo donde piden a gente excepcional y luego nos frotamos los ojos de incredulidad cuando aterrizamos en el mundo analógico y nos volvemos locos buscando, entre tanto mediocre, a todos esos seres talentosos que resultan no ser tan especiales.
Pero que conste, por si no ha quedado claro, que lo de mi título de mecanografía es totalmente real. Para no ser menos que nadie, también lo dije en Instagram.