Usted elige, doctor: ¿simpatía o pilón?
Si prestas atención en una sala de espera, los pacientes no halagan al médico que más cura sino al que mejor les habla
Hay gente a la que le gusta ir al médico y vive pensando en razones para que le pasen consulta. Ese derroche en seguro sanitario lo compensa su opuesto, la gente a la que no le gusta nada ir al médico. Esas personas que pueden justificar un bulto del tamaño de un melón de Villaconejos en el cuello diciendo que les debió de picar un bicho anoche, anoche del año pasado.
Entre estos dos grupos de personas están los que van al médico cuando tienen que ir. Ellos calibran exactamente cuándo su dolencia es digna de visita al doctor. Ni antes ni después ni todo lo contrario. Son un poco sanitarios de sí mismos, conocen su cuerpo al detalle y saben cuándo algo es normal dentro de los parámetros de la medicina y cuándo no, sin alarmismos ni dejación.
A este grupo no lo soporto.
Por culpa de ellos, «los cabales», nuestras visitas al médico son siempre una pesadilla porque esa sensatez innata, ese don de la consulta oportuna que solamente ellos tienen, es la unidad de medida para que al resto de la humanidad nos pasen consulta con cara de asco, con el desdén que se le da a un hipocondríaco o con la indignación que despierta alguien que no se va a salvar porque no ha cogido el problema a tiempo.
Pedir cita con el médico es un poco como escribirle un mensaje a esa persona que te gusta cuando aún no tenéis nada, nunca sabes cuánto es la distancia adecuada
Salvo que seas de esa minoría que es el grupo de los cabales, cuando vas a consulta sabes que una bronca te va a caer, así que pedir cita con el médico es un poco como escribirle un mensaje a esa persona que te gusta cuando aún no tenéis nada, nunca sabes cuánto es la distancia adecuada para no generar mal rollo por exceso o defecto.
Los médicos parecen no darse cuenta de varias cosas: la primera es que no pueden quejarse de que no se les valore, cuando son ellos los que te piden que sepas si lo que tienes es suficientemente importante como para asistir a consulta, ignorarlo o comenzar a automedicarte. Si me estás pidiendo que yo sepa hacerme un primer diagnóstico, me estás diciendo que lo que a ti te ha costado cinco años de carrera y el MIR, en realidad, se aprende en la universidad de la vida.
En segundo lugar, invierten muchísimo tiempo en ser buenos profesionales para hacer mejores nuestras vidas y encontrar nuestra cura, pero acaban frustrándose porque, una vez más, «se preocupan y ocupan de nosotros» y, sin embargo, no los valoramos lo suficiente. Este problema lo tienen porque son el delantero que se curra una jugada de balón de oro y en el momento clave falla un gol a puerta vacía. Es decir, de nada te sirve ser un sanitario excelente si el trato personal con tu paciente es regulero, porque no hay nada que nos guste más que un doctor simpático. Nada. Da igual que ese médico te ampute un brazo por error, si te habla con cariño, te da la razón en todo y no te prohíbe las patatas fritas y la cervecita de los domingos, tú a ese doctor le vas a regalar un queso de tu pueblo en cuanto te baje la anestesia.
Y esto no lo digo yo, lo dicen los testimonios de las salas de espera y las reseñas en Doctoralia.
Si prestas atención en una sala de espera, los pacientes no halagan al médico que más cura sino al que mejor les habla. Cosas como «es muy agradable», «es muy atento», «da gusto venir con él» se escuchan siempre. Ni rastro de «es muy bueno, un borde pero me quitó el dolor, que es a lo que vine». No. Sólo valoramos el trato y, si de extra te cura, pues fantástico. En Doctoralia puedes ver exactamente lo mismo. Las reseñas positivas siempre o, casi siempre, hablan de la atención personal recibida. A veces sí dicen que les solucionó el problema, pero siempre añaden que es amable, agradable y otros sinónimos.
Los sanitarios que trabajan en la atención primaria de un pueblo lo saben o deberían: sé un buen médico, es decir, sé amable. Curar a la gente o no es lo de menos. Así que, usted elige, doctor: ¿simpatía o pilón? Esto sí que le puedo garantizar que se aprende en la universidad de la vida.