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El Internet de las cosas: invasión inminente

Todos hablan de algo llamado “el Internet de las cosas”. Es un término, a simple vista, superfluo. No obstante, se trata de un fenómeno que cambiará las vidas de millones de personas, influyendo en el comportamiento humano como pocas tecnologías lo han hecho antes. Dentro de unas décadas, la vida caminará por el Internet de las cosas.

El Internet de las cosas: invasión inminente

Allá por 1999, antes de entrar en el albor del siglo digital, un experto e innovador tecnológico acuñó el término “Internet of things”, en español suena casi peor: Internet de las cosas. Su nombre, Kevin Ashton. Su visionaria idea tiene el mérito de haber sido concebida antes de que los móviles inteligentes ocuparan sin remedio nuestras manos, cambiando definitivamente la forma que tenemos de comunicarnos. El Internet de las cosas es todavía más revolucionario que los smartphones. Casas, coches, dispositivos, ciudades, personas y hasta animales, todos interconectados.

(REUTERS/Elijah Nouvelage)
(REUTERS/Elijah Nouvelage)

Ordenadores que pueden sentir cosas

No es ciencia ficción, tampoco se trata de Samantha, el sistema operativo que enamoró a Joaquin Phoenix en Her. Es la realidad que nos toca desde hace quince años. Según Kevin Ashton, la principal diferencia entre los ordenadores de antes del cambio de milenio y los de ahora, es que estos sienten cosas. En una entrevista en Smithsonian, Ashton asegura: “En el siglo XX, los ordenadores eran cerebros sin sentidos, sólo sabían lo que les decías. Esa era una gran limitación: hay mucha más información en el mundo que la que la gente pueda teclear o escanear a través de un código de barras. En el siglo XXI, debido al Internet de las cosas, los ordenadores pueden sentir las cosas por sí mismos”.

Todo está en la nube

La nube –la de cómputo, no la que está en el cielo- llegó a nuestras vidas a principios de los años 2000, aunque no empezó a ser utilizada en masa hasta la aparición de dispositivos móviles capaces de almacenar información en ella. Todas nuestras fotos, canciones, y archivos de todo tipo, están a nuestro alcance y al instante desde cualquier dispositivo siempre que accedamos a ella con nuestras credenciales. Hasta aquí, el concepto de nube está claro. Pero la nube va más allá. Todos los servicios, desde el feed de noticias que nos llega, hasta la aplicación del tiempo que nos permite saber si mañana va a llover, están en ella. Y es la nube, también, la que permite que funcione el Internet de las cosas.

Ejemplos prácticos: domótica y algo más

En nuestro día a día ya poseemos todo tipo de objetos conectados: móviles, ordenadores, tabletas, y hasta coches. ¿Podemos imaginar un mundo sin GPS, por ejemplo? No obstante, este es tan sólo el primer paso de lo que está por llegar.

(REUTERS/Yuya Shino)
(REUTERS/Yuya Shino)

Ya comenzamos a vislumbrar lo que puede suponer el Internet de las cosas para nuestros quehaceres cotidianos. Por ejemplo, los electrodomésticos conectados. En el mercado ya se ofrecen frigoríficos, hornos y lavadoras que pueden ser controlados desde nuestro teléfono móvil. A nivel profesional, otras aplicaciones pueden facilitarnos la tarea. Y no sólo en las ciudades, cada vez más inteligentes. También en el campo. Por ejemplo, el trabajo de un agricultor consiste, de manera muy resumida, en llevar un control sobre la temperatura, el clima y las condiciones medioambientales de la tierra. Un sistema que permitiera monitorizar todo este tipo de información, le facilitaría su trabajo cotidiano. Algunos inventos son estrambóticos. Se ha llegado incluso a plantear el inodoro que analiza la orina para recomendar una dieta en particular.

(REUTERS/Kim Hong-Ji)
(REUTERS/Kim Hong-Ji)

Las smart cities merecen un capítulo aparte. En ellas, el Internet de las cosas se puede utilizar para medir parámetros externos (temperatura, energía, luz, humedad…), de forma totalmente automática. La obtención de estos datos podría aprovecharse para la reacción a tiempo del ser humano, que es al final el que soluciona los errores. Muchas ciudades están implementando sensores en semáforos, alarmas, alcantarillas, alumbrado o vehículos. Se pretende también implementar sistemas que permitan cuantificar los peatones que transiten un determinado cruce. De esta forma, se optimizaría de manera automática el tráfico de la zona analizada. Éstas y otras millones de aplicaciones son posibles.

(REUTERS/Amit Dave)
(REUTERS/Amit Dave)

Problemas de seguridad

Cuando algo se conecta, se convierte un blanco fácil. Si nuestro sistema de iluminación en casa está provisto de este Internet de las cosas, un hacker podría entrar en él y encendernos y apagarnos la luz a su voluntad. Esto no sería tan grave, pero cuando el Internet de las cosas controla elementos como los semáforos o los sistemas de potabilización del agua, el asunto se torna más complicado. El acceso a estos sistemas por parte de grupos terroristas podría establecer otro flanco de batalla. Es por esto que los controles de seguridad de estas herramientas deben estar en manos de los gobiernos, ser impenetrables ante la entrada de entes externos.

(REUTERS/Robert Pratta)
(REUTERS/Robert Pratta)

La vía del Internet de las cosas no parece tener retorno. Se prevé que en 2020 entre 22.000 y 50.000 millones de dispositivos se conectarán a Internet para proporcionar una serie de servicios y aplicaciones inteligentes sin precedentes. Sus aplicaciones serán desde la salud, el deporte, el ocio y cualquier aspecto del día a día. El mundo que nos rodea se va a ir adaptando a este tipo de sistemas, provocando una inmersión en la vida de las personas y, por ende, en el comportamiento humano. Hans Vestberg, CEO de Ericsson, describe la influencia drástica que tendrá el Internet de las cosas: “Si una persona se conecta a la red, le cambia la vida. Pero si todas las cosas y objetos se conectan, es el mundo el que cambia”. Ya no sólo los humanos ostentamos el privilegio de ser inteligentes. Los objetos que fabricamos nos van a hacer una dura competencia.

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