La leyenda negra del Diamante Azul
Al margen de su magnética belleza, lo que realmente cautiva del Diamante Azul es su historia.
No es el diamante más grande, ni el más valioso. Quizás tampoco es el más espectacular, ni incluso el más conocido, pero probablemente sí que es el más legendario. Es el Diamante Azul, también conocido como el Hope Diamond o Diamante de la Esperanza. Pero es, sobre todo, el Diamante Maldito. Y es que pese a que a lo largo de la historia el diamante, la materia más antigua que conocemos, ha sido la piedra mágica por excelencia, el Diamante Azul representa la más poderosa maldición que jamás ha sido asociada a una joya.
Según la tradición hindú, todo comenzó cuando este diamante fue encontrado en el fondo del río Kistna hace más de seis siglos y tras ser tallado por una antigua deidad fue colocado como el tercer ojo de la diosa Sita. Más tarde, embrujado por su belleza, un sacerdote hindú lo sustrajo, y al ser descubierto fue torturado hasta su muerte. La maldición del Diamante Azul acababa de comenzar.
El camino que ha recorrido desde sus orígenes asiáticos hasta su actual presencia en el Museo de Washington ha sido, cuanto menos, tortuoso, con tragedias, suicidios y asesinatos jalonando sus más de tres siglos de historia. Y es que todo en esta piedra es especial. Para empezar, a diferencia de los diamantes más habituales que son incoloros, esta gema es de un intenso color azul marino debido a una alta concentración de boro. Además es el diamante azul de mayor tamaño conocido al pesar algo más de 45 quilates (casi el 99% de este tipo de diamantes no llegan a un quilate). Muchos expertos le consideran un ejemplo de diamante perfecto al no presentar ninguna incorrección, algo extremadamente difícil en una gema de este tamaño.
Pero al margen de su magnética belleza, la que realmente cautiva de esta joya es su historia.
El diamante referente de la Monarquía Francesa
Su aparición en Europa no pudo ser más novelesca, siendo introducido en Francia por el contrabandista Jean-Baptiste Tavernier, que tras adquirirlo en la India y tallarlo de una manera realmente tosca (en ese momento su tamaño excedía de 100 quilates) lo vendería al Rey Luis XIV a finales del Siglo XVII por una suma exorbitante, pasando a ser uno de los símbolos de la Familia Real Francesa; a partir de ese momento se le conocería como El Diamante Azul de la Corona.
Por su parte Tavernier, con el dinero de su venta, adquirió una gran mansión y un importante título nobiliario, pero poco tiempo después por culpa de las cuantiosas deudas de juego que contrajo su propio hijo, tuvo que malvender todo su patrimonio y arruinado viajó a Rusia con el propósito de intentar rehacer su fortuna. Allí murió al ser atacado por una jauría de perros salvajes.
El diamante seguiría en poder los reyes franceses, y con su llegada al Trono, Luis XVI le regaló el diamante a María Antonieta de Austria, quien se lo prestaría a la Princesa de Lamballe. Tanto el Rey como María Antonieta murieron decapitados, mientras que la Princesa fue brutalmente despedazada por una muchedumbre enfervorecida. La maldición del Diamante Azul hacía su presentación por la puerta grande en los salones europeos.
En manos de la familia Hope
Tras unos años fuera de circulación, tiempo durante el cual estuvo en propiedad de la Zarina Catalina la Grande y el Rey Jorge IV (ambos muertos de manera inesperada), a mediados del Siglo XIX el diamante fue adquirido por Henry Hope, un banquero irlandés inmensamente rico que lo registraría con el nombre de Diamante Hope, y quien lo daría a conocer al gran público.
El diamante fue exhibido tanto en la Gran Exposición de Londres como en la Exposición Universal de París, maravillando a los asistentes por su belleza y su trágica historia. Podría parecer que mientras perteneció a esta dinastía la maldición se tomó un respiro, aunque un par de generaciones más tarde la familia Hope se declararía en quiebra (¡qué peor maldición para una saga de banqueros!), teniendo que desprenderse del famoso diamante. El Hope se vendería en Londres por medio del joyero Jacques Celot, del que dicen que vivió tan obsesionado con la belleza de la joya que enloquecería sin causa aparente para terminar suicidándose. El Príncipe ruso Kanitovski, comprador de la joya, se lo regaló a una de sus amantes (la cual moriría de un disparo), y él mismo fue asesinado poco tiempo después.
Más tarde, y tras diversos avatares, pasará a ser propiedad del magnate norteamericano Ned Mclean quien lo adquirió en 1918. Ned, murió en un hospital psiquiátrico completamente arruinado no sin antes perder a dos de sus hijos en extrañas circunstancias. Después de estas trágicas muertes, la señora Mclean, depositó el diamante en una cámara de seguridad durante veinte años. Más tarde sería heredado por una de sus nietas, quien también aparecería muerta en extrañas circunstancias a la edad de veinticinco años.
El letargo de la maldición del Diamante Azul
Según los fanáticos y estudiosos de este diamante (que los hay, y muchos), la maldición del Diamante Azul cesó en 1947 cuando fue adquirido por el famoso joyero estadounidense Harry Winston, debido a que durante los nueve años que lo tuvo en su propiedad nunca pretendió hacer ostentación de su belleza ni hacer negocio con el, dedicándolo a ser mostrado para obtener fondos destinados a obras de caridad. En 1958 Winston acordó donar la mítica joya al Instituto Smithsoniano.
El Diamante Azul fue colocado en una caja forrada de gamuza, envuelta en papel estraza y llevado al correo de Nueva York para enviarlo a Washington, cumpliendo con la tradición de que este es el método más seguro para el envío de joyas. El paquete, debidamente rotulado y sellado, se llevó entonces a una sección de la oficina del Correo vigilada por guardias armados, que lo llevarían a su destino. Asegurado en un millón de dólares, el envío costó poco más de 145 dólares. Y es que el Diamante Azul siempre fue una joya diferente.
Como era de esperar una historia tan subyugante tenía que tener su reflejo cinematográfico. Así por ejemplo, en la oscarizada Titanic, la joya a la que denominan Corazón del Mar que Hockley le regala a Rose está inspirado en el Diamante Azul. Actualmente esos 42 quilates de historia color azul plomo atraen a más de 7 millones de visitantes al año y es el icono del Museo Smithsonian, siendo el segundo objeto de museo más visitado del mundo detrás de la Mona Lisa. Y es que si los diamantes siempre han cautivado nuestra imaginación, definitivamente la leyenda negra del Diamante Azul lo hace aún más fascinante.