Las nobles e históricas zonas productoras de vinos tradicionales andaluces llevan más de 40 años de capa caída, entre los cambios en los gustos de las nuevas generaciones, el agotamiento de las sagas familiares que hicieron grandes esos vinos -desde los Domecq en Jerez hasta los Scholtz en Málaga- y el recurso a la solución de facilidad encarnada por José María Ruiz Mateos: producción masiva de vinos muy baratos, que desvirtuaban la esencia de unos vinos grandiosos que en el siglo XIX se vendían al precio de los más nobles de Burdeos.
El cambio de era llegó a parecer irreversible. Los vinos dulces chocaban con las modernas normas dietéticas; los generosos de crianza biológica -protegidos por un velo de ‘flor’, conjunto de levaduras de la familia Saccharomyces-, o los de crianza oxidativa, poco tenían que ver con las nuevas pautas en los vinos de consumo más masivo. Éstas premian los sabores sencillamente frutales o su versión ‘cara’ con un golpazo (o ‘tablonazo’) de roble añadido. Y Jerez, Montilla-Moriles y Málaga llegaron a parecer nombres en vías de desaparición, sostenidos aún por sus precios lanzados por los suelos.
Un pequeño reducto de bodegueros, enólogos y divulgadores se resistió a ese terrible declive y, a lo largo de los tres últimos lustros, se esfuerza denodadamente por contrarrestarlo y llegar a un redescubrimiento de esos grandes vinos históricos. La buena noticia: lo están consiguiendo poco a poco, y los vinos tradicionales andaluces recuperan hoy su prestigio. La no tan feliz noticia: lo están logrando ante todo fuera de España, en sitios como Nueva York, Londres o Sydney, y no tanto aquí, por ahora, porque el mercado español está en recesión y la cultura del vino en nuestro país, también. Pero aun así los sumilleres, los comerciantes y los aficionados serios van recuperando el interés y hasta la pasión en España.
Hay una serie de protagonistas notables, desde la única gran casa histórica que sobrevive en Jerez, González Byass, pasando por las dos casas tradicionales cordobesas (Alvear y Pérez Barquero) hasta el grupo más moderno de calidad que ha tomado el relevo y colocado el listón a la altura de antaño, el Grupo Estévez (Valdespino, La Guita, Marqués del Real Tesoro).
Justamente el director técnico de este grupo, Eduardo Ojeda, ha formado junto al que fuese gran aficionado y hoy gran profesional, Jesús Barquín -catedrático de Derecho Penal, y a la vez apasionado conocedor de los vinos andaluces-, ese Equipo Navazos que ha llevado al mercado una serie de embotellados de botas excepcionales del Marco jerezano y del cordobés, procedentes de varias bodegas de ambos.
Tras ese ejemplo han ido apareciendo nuevas generaciones de viticultores, bodegueros y elaboradores, encabezadas por jóvenes como Ramiro Ibáñez, Willy Pérez o Armando Guerra. El destacado grupito de enólogos Envínate, que elabora grandes vinos en varios puntos de España, ha iniciado una interesante colaboración con Alvear en Montilla.
Este movimiento no sólo se circunscribe a la recuperación de grandes vinos y de los mejores usos de viticultura, elaboración y crianza tras los años de rutina, sino que regresa mucho más atrás en el tiempo y lo cuestiona todo: vinos sin fortificar, castas de uva olvidadas frente a la generalización del palomino fino…
En Jerez, el Consejo Regulador que dirige César Saldaña y preside Beltrán Domecq se ha sumado al movimiento y se apresta incluso a cambiar sus normas para favorecerlo, según explicaba Saldaña hace unos meses:
«La otra realidad del jerez llega al Consejo Regulador. La nueva ola de vinos que recuperan tradiciones y variedades autóctonas del Marco, que miran al terruño y recuperan viejas prácticas artesanales suscita gran interés entre los operadores e instituciones del sector. Estos vinos que expresan el territorio serán objeto de debate en el seno de la nueva comisión constituida en el Consejo para abordar los temas que requieren una revisión de las normas con vistas a su posible incorporación al pliego de condiciones de los vinos de Jerez».
Así que se va a dar oficialidad a lo que Ibáñez y demás innovadores/recuperadores ya están haciendo: «La realidad paralela de vinos del Marco abarca nuevas prácticas enológicas -hay que insistir que reproducen las tradicionales- como los vinos sin fortificar, con uva sobremadurada, con asoleo, con poca crianza o sin crianza y vinos elaborados con uvas autóctonas recuperadas -otros clones de palomino, mantúa, perruno…-, pero también comprende los mostos y vinos sobretabla empleados en la elaboración del jerez, así como los vinos de las cooperativas y bodegas de la zona de producción, que se comercializan con el nombre de la localidad y la tipología propia de los jereces -fino de Chiclana, amontillado de Trebujena…-, pero sin el sello de la Denominación de Origen Jerez y Manzanilla de Sanlúcar».
Pero todo va más lejos que una adecuación de normas. El movimiento se extiende a los vinos blancos tranquilos, también en Montilla con Envínate-Alvear, a los tintos recuperados en todo el marco jerezano con las iniciativas de Luis y Willy Pérez o de González Byass en Finca Moncloa, a los espumosos de Alba Viticultores, a los vinos tranquilos malagueños desde Ronda hasta la Axarquía…
Es una ebullición bienvenida, pero que aún no resuelve los problemas acumulados de un sector tan depauperado, en el que se paga poco a los viticultores por sus uvas y buena parte de la actividad sigue dependiendo de los vinos de gama baja y de los destilados. Pero unos cuantos visionarios se han empeñado en darle la vuelta a ese proceso y lo están logrando. Hace muchos decenios que no teníamos tantos y tan grandes vinos andaluces, los tradicionales y los de nuevo cuño que los acompañan. Lo saben en Nueva York, y lo vamos sabiendo aquí.