Cuba y Estados Unidos, el acercamiento entre dos mundos
En febrero, Washington confirmó que el Gobierno cubano había devuelto a Estados Unidos un misil que había perdido en España en su camino a participar en unas maniobras de la OTAN. El pacto entre Rául Castro y Barack Obama comenzaba a dar sus frutos. Los vuelos comerciales entre ambos países volvían a estar en marcha. Y en marzo, el presidente estadounidense sorprendía al mundo visitando La Habana para poner abiertamente de manifiesto el inicio de una nueva era. Era la primera vez en 88 años que un presidente de Estados Unidos ponía un pie en Cuba. En los meses posteriores, la firma de varios acuerdos en materia de salud, los diálogos incesantes y el comienzo del desbloqueo económico permitieron seguir la senda marcada. El dólar volvía a estar en circulación entre los cubanos y las instituciones financieras de la isla tras 50 años de embargo. En octubre, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Washington confirmó el deshielo: Estados Unidos se abstuvo de votar a favor del embargo a Cuba en la que fue una resolución sin precedentes en la historia. La muerte de Fidel Castro, el líder de la Revolución Cubana, no dinamitó los puentes que tanto tiempo había costado construir. Poco antes, Obama había nombrado al primer embajador norteamericano en Cuba en casi 60 años. Una decisión, pero a la inversa, que ya había tomado Raúl Castro en septiembre de 2015. Pequeños pasos que recortan grandes distancias. Un abismo menguante entre dos mundos que, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, está por ver si no cambia de inercia.
El presidente cubano Raúl Castro y su homólogo estadounidense, Barack Obama, acordaron a finales de 2014 restablecer las relaciones diplomáticas bilaterales. Desde entonces, la inmensa distancia que separaba a Cuba y Estados Unidos desde hacía décadas se ha ido acortando, paso a paso, gesto a gesto. Varias decisiones y acontecimientos ocurridos a lo largo de 2016 dan prueba de que esta aproximación, aunque aún está lejos de la fraternidad, va cargada de buenas intenciones.
En febrero, Washington confirmó que el Gobierno cubano había devuelto a Estados Unidos un misil que había perdido en España en su camino a participar en unas maniobras de la OTAN. El pacto entre Rául Castro y Barack Obama comenzaba a dar sus frutos. Los vuelos comerciales entre ambos países volvían a estar en marcha. Y en marzo, el presidente estadounidense sorprendía al mundo visitando La Habana para poner abiertamente de manifiesto el inicio de una nueva era. Era la primera vez en 88 años que un presidente de Estados Unidos ponía un pie en Cuba.
En los meses posteriores, la firma de varios acuerdos en materia de salud, los diálogos incesantes y el comienzo del desbloqueo económico permitieron seguir la senda marcada. El dólar volvía a estar en circulación entre los cubanos y las instituciones financieras de la isla tras 50 años de embargo. En octubre, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Washington confirmó el deshielo: Estados Unidos se abstuvo de votar a favor del embargo a Cuba en la que fue una resolución sin precedentes en la historia.
La muerte de Fidel Castro, el líder de la Revolución Cubana, no dinamitó los puentes que tanto tiempo había costado construir. Poco antes, Obama había nombrado al primer embajador norteamericano en Cuba en casi 60 años. Una decisión, pero a la inversa, que ya había tomado Raúl Castro en septiembre de 2015. Pequeños pasos que recortan grandes distancias. Un abismo menguante entre dos mundos que, con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, está por ver si no cambia de inercia.