Un artículo de: Javier Maceira
Mi novia no deja de suplicarme que adoptemos un perrito. Después de darle una pensada, haciendo sentimentalismos a un lado, he pensado en tres motivos para no hacerlo, por ahora.
1. Vocación parental:
La vocación femenina de cuidar y la vocación masculina de proteger no deberían agotarse en una criatura no humana, antes que en una criatura humana.
Con frecuencia, cuando una pareja joven conviviente tiene perro antes que hijos, el animal acaba ocupando el lugar emocional que los hijos ocuparían. Se trata de un parche de bajo compromiso que, por lo general, son las mujeres las que más dependen de él a esas edades y en esas situaciones. Con el paso del tiempo, esto produce un amargor y arrepentimiento en ambas partes de la pareja, que puede derivar incluso en ruptura. Porque una mascota en ningún caso es un hijo.
Tratar a la mascota como tal constituye una desnaturalización con nefastas consecuencias. Se pierde tiempo, dinero, energía y cariño que debía dedicarse a otros menesteres, como pueden ser los hijos. Cierto que el amor, como el saber, no ocupa lugar. Pero sí otras muchas cosas. Al final, la decepción aguarda a quienes desatienden su naturaleza personal en favor de caprichos y sucedáneos de felicidad.
Por ello, opino que es un error, en el contexto familiar, situar a un animal como objeto central de la vocación femenina de cuidar y de la vocación masculina de proteger. Porque los recursos son limitados y el sentido trascendental es ineludible, pero no incorruptible.
2. Egoísmo inherente a la tipología de la relación:
La relación entre el perro y el humano carece de complejidad.
El perro utiliza al humano para someterse a él y sobrevivir, el humano utiliza al perro para buscar confort emocional y compañía. No obstante, se trata de una relación de naturaleza egoísta, ya que la disponibilidad emocional de ambos, especialmente del perro, es absoluta.
Esta relación siempre se desarrolla en los mismos términos: la búsqueda de un intercambio de necesidades estéril, sin atender al sentido de trascendencia humana o animal.
¿Cuántos perros son queridos por lo que aportan al hogar y no por el hecho de ser las criaturas que son?
¿Cuántos perros son obtenidos por capricho, cuyas necesidades quedan desatendidas y que, adicionalmente, por la humanización a la que son sometidos por sus dueños, acaba su naturaleza viéndose deformada?
La relación histórica entre el animal y el humano es de carácter utilitarista: transporte, caza, defensa, compañía, etc. Las cuestiones afectivas emanan de esa relación. Es una práctica extendida en psicología, especialmente en las ramas infantiles y que tratan los trastornos sociales, la introducción de animales de compañía como parte de la terapia.
Razón por la cual, muchas de las personas que buscan tener una nueva mascota en casa, lo que en realidad necesitan es un psicólogo o una grave y profunda reflexión acerca de su propia naturaleza. Porque, quien pone parches en la vida, utilizando a las mascotas para ello, consigue que sean los perros los que acaban yendo al psicólogo en su lugar: es un hecho que abundan hoy en día los perros con problemas de obesidad, ansiedad, estrés y depresión. Asunto fascinante a todas luces.
En definitiva, se puede apreciar que los animales son siempre percibidos como herramientas de alguna clase, aún a pesar de la pátina de sentimentalismo que recubre las teorías actuales sobre las relaciones entre mascotas y humanos, que muchas personas han adoptado en su discurso.
Para estas personas, el bienestar del animal suele ser lo último. Lo primero es el post en redes sociales, el berrinche ideológico y la búsqueda de identidades enlatadas. Lo cual nos lleva al tercer punto.
3. Modelos sociales:
Cualquier persona culta es consciente de que, en los tiempos que corren, las modas no son tan orgánicas como puede parecer. Cuando algo se pone “de moda” (especialmente un estilo de vida), es porque existen intereses detrás, generalmente de naturaleza política y económica.
Internet es una espada de doble filo que se ha convertido en arma y campo de pruebas para los adláteres de la ingeniería social. Es por ello que muchas de las actuales tendencias, no solamente no se alinean con los intereses reales de las personas, sino que se trata de manipulaciones ingeniadas para trastocar las percepciones de la realidad de los individuos, explotar sus miedos, sus carencias y manipular su comportamiento en función de estos intereses pretéritos.
Crear trauma en las personas, ya sea real o imaginado, es la esencia de la manipulación. Una combinación de asociaciones emocionales negativas y positivas, ejercidas en distintas direcciones, estratégicamente seleccionadas; es la receta perfecta para forzar cambios masivos en la conducta individual. Esto puede ser perfectamente rentable en términos políticos y económicos.
Si sigue usted el rastro del dinero que emana de activistas, políticos y supuestos filántropos, quizá descubra que sus ganas de hacer o poseer tal o cual cosa, no son si no un caballo de troya sutilmente implantado en su cabeza por uno de los poderes fácticos de los que compiten en sociedad, que únicamente atiende a sus propios intereses, y no a los de usted.
Por ejemplo: una combinación de asociaciones mentales negativas contra los modelos familiares tradicionales (a través de feminismo, liberación sexual, teorías de sobrepoblación, etc), sumado a percepciones positivas, y generalmente irreales, sobre las mascotas (animales de película que hablan y encarnan virtudes humanas, absurdas de encastrar en su naturaleza), es la estrategia perfecta para promocionar la sustitución de los hijos por los perros.
Lo que subyace, con frecuencia, en las personas que aceptan o promueven estas mentalidades, es una profunda misantropía, producto de traumas personales, de la falta de valores, o de la falta de madurez intelectual y emocional. Fenómenos que, todo sea dicho, asolan nuestra sociedad. Como decía Gilbert K. Chesterton: “Donde hay adoración a animales, hay sacrificios humanos”.
En última instancia, decir que muchos podrían contraargumentar sobre las cuestiones expuestas, escudándose en el hecho de que existen relaciones humano-animales sanas. Sí, sin duda existen.
No obstante, los datos no mienten (a menos que se trate de sondeos de intención de voto o de balances bancarios): la realidad es que, en España, según los últimos datos del INE de 2021, hay 5,3 millones de niños menores de doce años (la vida media de un perro), en pleno decrecimiento. Mientras que mascotas, según la Asociación nacional de fabricantes de alimentos para animales de compañía (ANFAAC), hay 29 millones en el mismo periodo, y creciendo. 5 millones de niños contra 29 millones de mascotas.
Les pongo los datos juntos para que lo vean con más claridad. Efectivamente, algunos hogares con niños tendrán mascotas también. Pero la proporción de “perrijos” es abrumadora.
Saquen sus propias conclusiones.