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Una experta en protocolo analiza la ajustada y severa etiqueta de la Casa Imperial japonesa

María José Gómez y Verdú ha hecho un análisis para THE OBJECTIVE sobre la forma de vestir de la dinastía más antigua

Una experta en protocolo analiza la ajustada y severa etiqueta de la Casa Imperial japonesa

Los emperadores de Japón, en una imagen de archivo. | Gtres

La Casa Imperial japonesa está más de moda que nunca. La dinastía es la más antigua del planeta está afrontando una grave crisis de sucesión deriva de las estrictas leyes que rigen el acceso al trono y la escasez de herederos varones. Es más, la legislación vigente impide que las mujeres asciendan al torno y les obliga a renunciar a su estatus imperial si se casan con plebeyos. Esta situación lo que ha hecho ha sido reducir, significativamente, el número de miembros activos dentro de la Familia Imperial y ha generado cierta preocupación sobre la continuidad de la dinastía más antigua del mundo. En mayo de 2025, solamente tres personas están en la línea de sucesión al trono; el príncipe heredero Akishino, su hijo, el príncipe Hisahito y el príncipe Hitachi, tío del emperador.

Por su parte, la princesa Aiko, hija del emperador Naruhito, no puede heredar el trono debido a las restricciones de género impuestas por la Ley. Además, su hija, la princesa Mako, perdió el estatus imperial al casarse con un plebeyo, lo que refleja cómo estas normas afectan directamente a la continuidad de la Familia Imperial. Lo cierto es que estas normas no solamente son estrictas en cuestiones familiares sino que, también, lo son en cuanto a etiqueta y protocolo. Y es que todas las personas que forman parte de esta Monarquía tienen que cumplir una serie de preceptos a rajatabla, como analiza María José Gómez y Verdú, experta en protocolo, para THE OBJECTIVE.

La severa etiqueta de la Casa Imperial japonesa, explica por María José Gómez y Verdú

La exprincesa Mako deja Japón y se muda a Nueva York
La princesa Mako cuando dejó Japón y se mudó hasta Nueva York. Gtres

«La Casa Imperial japonesa, considerada la más antigua del mundo con una línea sucesoria ininterrumpida que se remonta a más de dos mil seiscientos años, es mucho más que una institución monárquica; es el emblema de una tradición ancestral que ha sobrevivido a guerras, terremotos, modernizaciones y globalizaciones. Su existencia se encuentra suspendida entre el mito y el presente, y su protocolo no busca el espectáculo ni la ostentación, sino la preservación de una identidad ceremonial que transforma cada gesto en símbolo», explica Gómez y Verdú. A diferencia de otras Casas Reales contemporáneas, el emperador japonés, no ejerce poder político desde la promulgación de la Constitución de 1947.

«Su papel es estrictamente ceremonial, pero su figura sigue siendo sagrada. Lo que el emperador no expresa con palabras, lo comunica con silencios, con la precisión de un movimiento medido, con el ángulo exacto de una inclinación. En este contexto, la etiqueta no es una formalidad: es una forma de lenguaje», apostilla la experta en protocolo. El ceremonial imperial se basa en «una lógica de contención y neutralidad». «Todo está cuidadosamente coreografiado: la entrada a un salón, el orden de los saludos, la dirección de la mirada. Incluso los atuendos tienen una carga simbólica poderosa», aclara María José Gómez y Verdú. Los hombres de la Familia Imperial utilizan «traje occidental en actos oficiales, pero en ocasiones solemnes como la entronización, visten el sokutai, una túnica ceremonial que data de la era Heian».

«Vestirse apropiadamente no es un acto de vanidad, sino de respeto hacia los demás»

Por su parte, las mujeres «siguen un código de vestimenta austero, donde los colores vivos, los escotes o la ostentación están prohibidos». «En ocasiones formales, pueden vestir el junihitoe, un conjunto de doce capas de seda con una precisión cromática que comunica estación, estatus y pureza», aclara. Además, la etiqueta es una expresión de «valores sociales profundamente arraigados». «La corrección estética se vincula con la intención moral: vestirse apropiadamente no es un acto de vanidad, sino de respeto hacia los demás. Ningún atuendo debe eclipsar el mensaje de equilibrio y humildad que se espera transmitir. El uso del blanco, asociado a la pureza y al carácter ritual, sigue teniendo un papel protagónico en muchos actos imperiales, mientras que los estampados recargados o el uso excesivo de joyería están cuidadosamente evitados. Incluso el kimono, que para el extranjero puede parecer exótico o artístico, está sometido a una lógica de sobriedad y control en la corte», aclara Gómez y Verdú.

Los emperadores de Japón, Naruhito y Masako, con los reyes de Inglaterra, Carlos III y Camila. Gtres

Si hablamos sobre el calzado, este responde a «un código invisible pero riguroso». En actos privados o religiosos, lo más común es que se acceda a los espacios sagrados «descalzo o con calzado específico como los zōri, siempre colocados de forma exacta al entrar o salir. Este detalle, casi imperceptible para el visitante extranjero, revela una obsesión ceremonial por el orden, donde incluso los pies respetan el espacio». Sí que es cierto que el saludo protocolario «no incluye contacto físico». «No hay apretón de manos, ni palmadas amistosas. Se sustituye por la reverencia, el ojigi, cuyo grado de inclinación refleja la jerarquía y la cortesía del momento. Del mismo modo, el lenguaje utilizado ante la familia imperial es el más alto nivel de respeto en japonés, un estilo llamado keigo, que requiere años de entrenamiento para dominarse con naturalidad. Todo esto se traduce en un sistema de comportamiento donde la forma está por encima del contenido, y donde lo correcto es siempre preferible a lo espontáneo», cuenta la experta en protocolo.

«La moderación, la simetría y el respeto por los tiempos marcan la diferencia»

En el ámbito ceremonial, la vida del emperador está marcado por «rituales religiosos de inspiración sintoísta». «Uno de los más importantes es el Daijōsai, una ceremonia en la que el nuevo emperador ofrece arroz a los dioses ancestrales, agradeciendo su ascenso al trono», apostilla. Estas prácticas no tienen «carácter confesional» en el «sentido occidental», sino que forman parte de un sistema espiritual profundamente enraizado en la cosmovisión japonesa, «donde lo divino, lo natural y lo político convergen». Por su parte, en las recepciones diplomáticas, el protocolo adquiere «una precisión casi geográfica». «Desde la ubicación de los invitados hasta la altura del arreglo floral, todo responde a una lógica que busca el equilibrio visual y simbólico. La moderación, la simetría y el respeto por los tiempos marcan la diferencia. En este entorno, la cortesía no es una formalidad: es una muestra de civilización», apostilla Gómez y Verdú.

Masako de Japón junto a la reina Camila. Gtres

Sí que es cierto que en un mundo que está acostumbrado a la Monarquía, la Casa Imperial japonesa resulta, en ocasiones, muy difícil de entender. Por ejemplo, el hecho de que ninguno de sus miembros tenga apellido o que no puedan votar, expresar opiniones políticas ni ejercer funciones ejecutivas es algo que llama especialmente la atención. «La neutralidad no es solo deseada, sino exigida por ley», concreta la experta en protocolo. Una de las reglas más llamativas, sin duda, es que «pierden su estatus si contraen matrimonio con un civil». Esto ha hecho que se cree un debate alrededor de Mako, quien renunció a su título en 2021 para casarse con su compañero universitario y que se ha ido alejando, poco a poco, de la vida en palacio.

Y es que esta no es especialmente fácil. El día a día está marcado por la «sobriedad». «No utilizan redes sociales, no aparecen en programas de entretenimiento ni hacen declaraciones espontáneas. Sus agendas son públicas, pero sus vidas privadas permanecen bajo un estricto resguardo. Incluso los regalos que reciben deben ser registrados y, en la mayoría de los casos, devueltos o conservados como propiedad del Estado», aclara María José Gómez y Verdú. Porque conocer y entender el protocolo de la Casa Imperial japonesa es más que «estudiar las normas de etiqueta», supone adentrarse en una filosofía donde «la forma y el fondo se funden».

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