La infancia de Amancio Ortega en un pueblo de León: austeridad y un gran esfuerzo cotidiano
El dueño de Inditex vivió unos primeros años de vida entre Galicia, el País Vasco y Busgondo de Arbas

Amancio Ortega, en una imagen de archivo. | Gtres
A pesar de que ahora Amancio Ortega es uno de los nombres más conocidos en nuestro país y con más repercusión en el mundo entero, hubo un momento en el que el empresario no vivió su mejor momento. Su infancia fue especialmente delicada, con un sueldo modesto de sus padres y entre varios lugares que, más adelante, le marcaron para siempre. Durante sus primeros años de vida, Amancio y sus padres pasaron por Tolosa, Busgondo de Arbas y La Coruña. Este fue su destino final y la ubicación donde establecieron su residencia hasta la actualidad.
Amancio Ortega Gaona nació en marzo de 1936 en Busdongo de Arbas, un pequeño pueblo de León, en el seno de una familia modesta. Es el menor de cuatro hermanos. Su padre, Antonio Ortega Rodríguez, trabajaba como ferroviario en la línea León-A Coruña, mientras que su madre, Josefa Gaona Hernández, era ama de casa. La familia vivía con recursos escasos, dependiendo del sueldo modesto del padre, que obligaba a mudarse con frecuencia en busca de mejores condiciones laborales.
Los primeros años de vida de Amancio Ortega entre Galicia, León y el País Vasco

Cuando Amancio tiene apenas un año, la familia se trasladó a Tolosa (Guipúzcoa), y más tarde se establecieron definitivamente en La Coruña, en el barrio de Os Castros, donde el joven Ortega pasará la mayor parte de su infancia. Esta ciudad gallega marcó profundamente su vida y se convirtió, años después, en el corazón del imperio textil que fundará. La infancia de Amancio Ortega estuvo marcada por la austeridad y el esfuerzo cotidiano. Creció en una época difícil, en plena posguerra española, donde las familias de clase trabajadora debían ingeniárselas para sobrevivir. En su casa no había lujos, y desde muy pequeño aprendió el valor del trabajo y del ahorro.
Hay una anécdota muy conocida que él mismo ha relatado en alguna ocasión: con apenas doce años, escuchó cómo un tendero le decía a su madre que no podía seguir fiándole comida. Ese momento, que lo conmovió profundamente, fue —según se dice— uno de los más determinantes de su vida, porque comprendió el significado de la independencia económica y la dignidad que da el trabajo. A los catorce años, Amancio Ortega abandonó la escuela y empezó a trabajar como chico de los recados en una camisería coruñesa llamada Gala, una tienda local de ropa de alta calidad. Su trabajo consistía en repartir paquetes y ayudar en tareas menores, pero pronto se interesó por cómo se elaboraban las prendas. Observaba atentamente a las modistas y aprendía de los sastres.
Su vida en Busgondo de Arbas
Su curiosidad y capacidad de observación lo llevaron a dominar los fundamentos del oficio textil: el corte, el patrón, el tejido, el trato con los clientes. En esa etapa temprana, empieza a entender que la ropa no solo se vende: también se puede crear y transformar según la necesidad del cliente, una idea que más tarde sería el germen de su modelo de negocio en Zara. Durante sus años en Gala y, posteriormente, en otras camiserías y tiendas como La Maja, Ortega demostró una enorme capacidad de iniciativa. Aprendió todo sobre los costes de producción, los márgenes y la atención personalizada, tres pilares que más adelante trasladará a su forma de entender la empresa.

Ya en su adolescencia, empezó a ayudar en la confección de batas y albornoces junto a su futura esposa, Rosalía Mera, a quien conocerá poco después. Desde entonces, ha mostrado un espíritu emprendedor innato, siempre buscando mejorar la calidad y reducir costes, sin perder la cercanía con el cliente. En resumen, la infancia de Amancio Ortega estuvo marcada por la escasez material pero la abundancia de valores: esfuerzo, humildad, discreción y disciplina. Aquellos años en la Galicia de posguerra, entre la necesidad y el trabajo diario, moldearon su carácter sobrio y reservado.
Busgondo de Arbas, sin duda, fue una localidad que le marcó fuertemente. Está enclavada en plena Cordillera Cantábrica, rodeada de montañas, bosques y prados, a unos 1.200 metros de altitud. En los años treinta, cuando nació Amancio Ortega, era un pueblo humilde, de apenas unos cientos de habitantes, donde la vida giraba alrededor del ferrocarril y de la agricultura de montaña. Busdongo, en aquel tiempo, era conocido como un pueblo ferroviario. Contaba con una estación de tren que servía como punto de paso para las locomotoras que cruzaban la montaña por el Puerto de Pajares, uno de los más difíciles de la red española. Muchos hombres del pueblo —entre ellos el padre de Amancio Ortega, Antonio Ortega— trabajaban para la compañía ferroviaria, encargándose del mantenimiento de las vías o de la asistencia a los trenes que pasaban por allí.

La vida en Busdongo era sencilla y comunitaria. Las familias se conocían entre sí, compartían recursos y se ayudaban mutuamente en los duros inviernos. Las casas eran de piedra, con tejados de pizarra, y en su mayoría contaban con una cuadra o un pequeño establo. La economía doméstica dependía de la autosuficiencia: leche, pan, huevos y hortalizas eran productos de consumo propio. La llegada del tren, sin embargo, daba a los habitantes una conexión con el exterior poco habitual en los pueblos de montaña. Por la estación pasaban comerciantes, militares y viajeros, lo que hacía que Busdongo tuviera un cierto contacto con el mundo más allá de las montañas, algo que sin duda marcaría la visión curiosa e inquieta del joven Amancio, aunque su familia se trasladó pronto de allí.
Todavía hoy, esta pequeña localidad conserva su encanto rural. Tiene menos habitantes que en los años treinta, pero mantiene su estación y su aire de montaña. Es un punto de paso para senderistas y viajeros que cruzan el puerto hacia Asturias. Aunque Amancio Ortega apenas vivió allí su primer año de vida, el pueblo se enorgullece de ser su lugar de nacimiento, y su historia está ligada para siempre a la del empresario más importante de España.
