Los orígenes y la infancia de Sonsoles Ónega en Mosteiro, el pueblo que la vio crecer
Reivindica con orgullo su infancia libre entre las tradiciones de Mosteiro, la aldea lucense donde nació su padre

Sonsoles Ónega | Gtres
Detrás de la imagen de periodista reconocida y escritora premiada que hoy vemos en televisión, hay una mujer con una identidad profundamente marcada por sus raíces. Sonsoles Ónega, nacida en Madrid el 30 de noviembre de 1977, creció entre dos mundos: la vida urbana de la capital y el paisaje sereno de la Galicia rural, de donde procede su familia paterna.
La herencia gallega que Sonsoles Ónega nunca olvidó

Su padre, el también periodista Fernando Ónega, nació en Mosteiro, una pequeña aldea de la provincia de Lugo, y fue allí donde se forjaron buena parte de las memorias más entrañables de Sonsoles. Aunque su trayectoria profesional la ha vinculado siempre a Madrid, la periodista reconoce que sus raíces están en Galicia, y que esa conexión con la tierra sigue muy viva.
«Yo es que creo que tengo más gen rural que de ciudad», ha confesado en una entrevista con Semana. «Recuerdo todos mis veranos en Mosteiro, donde nació mi padre y donde hemos pasado buena parte de nuestra infancia y adolescencia. Es allí donde siempre pensamos que algún día volveremos».
Recuerdo todos mis veranos en Mosteiro, donde nació mi padre y donde hemos pasado buena parte de nuestra infancia y adolescencia. Es allí donde siempre pensamos que algún día volveremos
La periodista asegura que mantiene un vínculo emocional con la naturaleza, los animales y la tradición, y reivindica la belleza del mundo rural con una sensibilidad muy personal: «Creo que tengo un vínculo estrecho con la naturaleza, con la escuchanía de las gentes de los pueblos, que me parece prodigiosa… Si existe la escribanía, ¿por qué no la escuchanía?», bromea.
Aunque disfruta de la vida urbana, admite que su equilibrio lo encuentra siempre al regresar a sus orígenes: «Aterrizo cuando llego a un pueblo. Me encanta el ritmo de los sitios pequeños y, sobre todo, ese respeto a los orígenes. Tengo algo de todo eso».
El legado de las mujeres de su familia
Sonsoles suele hablar con admiración de las mujeres que marcaron su infancia. De su abuela paterna, Angelita, recuerda el trabajo incansable y la dignidad con la que enfrentaba las tareas del campo junto a su marido, José Ramón: «Trabajaron el campo toda la vida, recogían patatas, berzas y sacaban el ganado de las cuadras. Luego ella era muy señora, se ponía sus collarazos —supongo que falsos— para estar guapa. Eran mujeres que cuidaban de sí mismas y de todos los demás. Eran cabezas de familia».
De su abuela materna, madrileña de nacimiento pero con el mismo amor por la tierra, conserva un recuerdo entrañable: «Nació en la Puerta de Toledo, cuando Madrid era un pueblo. Siempre decía: “¡Si nosotras hubiéramos tenido Facebook!”. Estoy convencida de que hubieran conquistado el mundo. Todos estamos hechos de estas mujeres. En los pueblos es donde uno puede encontrar su raíz, su origen más verdadero».
Una infancia libre en Galicia

Los veranos en Mosteiro fueron, según ella, los más felices de su vida. Sin horarios ni pantallas, vivía aventuras que hoy parecen sacadas de otro tiempo: «Me recuerdo asalvajada… Salía de Madrid y era otro mundo, sin tiempo ni obligaciones. Fue una infancia tan distinta a la que pueden tener mis hijos ahora, sin maquinitas, buscando babosas, cortando ortigas para pinchar a mi hermana…», cuenta entre risas. Esa etapa marcó su carácter y su visión del mundo. En su relato hay nostalgia, pero también gratitud hacia un entorno que la hizo más libre, observadora y cercana a las pequeñas cosas.
La llamada constante de volver al pueblo
A día de hoy, Sonsoles no esconde que sigue sintiendo la llamada de regresar a sus orígenes: «La siento todo el rato. Esa querencia al pueblo la he tenido siempre. Nunca me he desvinculado. Creo que todos tenemos esa ensoñación. Antiguamente decíamos “pondré una mercería cuando me retire” y ahora es “me iré a vivir al campo”. Ojalá ese éxodo hacia lugares más pequeños sea parte de la solución para la España vaciada».
Aunque en Mosteiro ya no conserva amigos de la infancia —«es una aldea de apenas 400 habitantes»—, su familia mantiene la casa de su abuela, aunque reconoce que «necesita una buena reforma». Ese, dice, es un proyecto pendiente que simboliza su conexión emocional con la tierra de su padre.
