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La dura adolescencia de Grande-Marlaska en Bilbao: «No pude vivir mi identidad sexual»

El ministro del Interior narró en su libro, ‘Ni pena ni miedo. Un juez, una vida y la lucha por ser quienes somos’, sus vivencias

La dura adolescencia de Grande-Marlaska en Bilbao: «No pude vivir mi identidad sexual»

Grande-Marlaska, en una imagen de archivo. | Gtres

Fernando Grande-Marlaska siempre ha tenido muy claro que su faceta como ministro ha sido una de las más importantes de su vida. Aún así, esa parte de su carrera profesional, más protocolaria y formal, no le ha impedido que, de vez en cuando, se sincere sobre su lado más personal. De esta manera, gracias a su libro, Ni pena ni miedo. Un juez, una vida y la lucha por ser quienes somos, que se publicó en el año 2016, pudimos conocer un poco más sobre esa faceta que, a lo mejor, le cuesta o le gusta menos mostrar. Sobre todo, aquella que tuvo que ver con su identidad sexual, su adolescencia y su infancia en Bilbao.

Fernando Grande-Marlaska Gómez nació el 26 de julio de 1962 en Bilbao, una ciudad industrial del País Vasco marcada por el trabajo, la disciplina y el carácter solidario de sus barrios obreros. Su familia pertenecía a una clase trabajadora modesta; su padre, Avelino Grande, era agente de la Policía Municipal de Bilbao, y su madre trabajaba como costurera para ayudar a mantener el hogar. El matrimonio tuvo tres hijos, Fernando y dos hermanas, y vivían en un ambiente sencillo, pero estable, donde se valoraban la honestidad, el esfuerzo y la educación.

Qué cuenta Grande-Marlaska, en su libro, sobre su infancia y adolescencia

El ministro narró su infancia y adolescencia en su libro.

Durante los años sesenta y setenta, Bilbao era una ciudad muy distinta a la actual. El aire olía a hierro, fábricas y río; los barrios populares bullían de vida y de solidaridad vecinal. En ese entorno creció Fernando, un niño serio, observador y con tendencia a la introspección. Él mismo ha contado que era un chico sensible y algo temeroso, muy apegado a su madre, a quien adoraba. En su libro autobiográfico Ni pena ni miedo relata que, cuando era pequeño, sentía un miedo constante a que su madre muriera mientras él no estaba en casa, lo que revela una temprana ansiedad por la pérdida y una gran carga emocional en su niñez.

Desde pequeño mostró interés por el estudio y la lectura, algo que su familia alentó a pesar de no tener grandes recursos. Asistió a escuelas de Bilbao donde destacó por su aplicación y sentido del deber. La figura de su padre, hombre de uniforme y orden, y el ambiente social del País Vasco —donde la autoridad y la ley tenían un valor simbólico fuerte en los años de tensión política—, influyeron sin duda en su futura vocación jurídica. En casa se respiraba disciplina y respeto, pero también cercanía y afecto, ingredientes que marcaron su carácter: severo en lo formal, pero profundamente humano.

«Yo no tuve una adolescencia en la que pudiera vivir mi identidad sexual»

Uno de los aspectos más relevantes de su infancia fue la imposibilidad de expresar libremente su identidad sexual. En su adolescencia, y ya desde muy joven, Fernando era consciente de su orientación homosexual, pero vivía en una sociedad donde eso no podía decirse sin consecuencias. En el Bilbao de finales del franquismo y la transición, el silencio era una forma de protección. Años después, el propio Marlaska confesó: «Yo no tuve una adolescencia en la que pudiera vivir mi identidad sexual». Esa represión íntima marcó su desarrollo emocional, convirtiéndolo en alguien reservado y reflexivo, acostumbrado a ocultar una parte de sí mismo para sobrevivir.

La familia Grande-Marlaska era tradicional y católica, como la mayoría de la época. En su entorno, la religión y las costumbres pesaban mucho, y el deber familiar estaba por encima de las aspiraciones personales. Sin embargo, su madre era una mujer cariñosa y trabajadora, y su padre, aunque estricto, representaba para él un modelo de integridad. Crecer en una casa donde el orden, la autoridad y el trabajo duro eran valores esenciales lo preparó para la vida pública, pero también le enseñó a controlar sus emociones y a no mostrarlas fácilmente, un rasgo que mantendría de adulto.

De aquella infancia nacieron los dos ejes que luego definirían su vida; el miedo y la justicia. El miedo a la pérdida, a la soledad y al rechazo; y la vocación de justicia, entendida como una forma de poner orden en el mundo interior y exterior. Cuando más tarde eligió estudiar Derecho en la Universidad de Deusto, esa elección no fue casual: era una forma de buscar equilibrio, de dar sentido a lo que había sentido como caos o inseguridad durante sus primeros años.

El papel de sus padres en sus primeros años de vida

Sin duda alguna, su infancia y su adolescencia le marcaron como persona, como él mismo relató en su libro. Además, en el libro cuenta que cuando le dijo a su madre que era gay, ella reaccionó gravemente; se metió en la cama durante quince días y luego hubo seis años en los que madre e hijo no se hablaron, como él explicó. Esta experiencia ilustra el conflicto emocional interno que vivió en esos años, de querer ser uno mismo pero sentir la necesidad de ocultarse o aparcar esa parte importante de su vida.

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Grande-Marlaska, en una imagen de archivo. | Lola Pineda (EP)

En su adolescencia, también describe el entorno familiar tradicional vasco de los años sesenta-setenta, la disciplina y el modelo de autoridad que existía. Según el libro, ese ambiente contribuyó a que él adoptara posturas de autocontrol, de «no molestar», de cumplir con lo que se esperaba de un hijo varón en ese contexto, y a la vez convivir con sentimientos que no podía compartir abiertamente.  En una entrevista él mismo ha dicho que «la dictadura de la mirada ajena» fue parte de lo que le marcó —es decir, el estar siempre atento a lo que los demás pensaban, al qué dirán, a lo que se debía aparentar—.

En su libro, el miedo aparece —no tanto miedo físico, sino miedo psicológico: al rechazo, a la incomprensión, a fallar las expectativas familiares o sociales—. Por ejemplo, el lema «Ni pena ni miedo» que da título al libro es una declaración de resistencia: significa no paralizarse por el miedo y no vivir con pena por lo que uno es. En la adolescencia de Grande-Marlaska, ese miedo interno le llevó a tomar decisiones de silencio, a adoptar un perfil bajo en lo personal, mientras construía su camino profesional con determinación. Él lo describe como un periodo «pagando peajes muy altos» por su identidad. 

Las experiencias de esos años marcaron mucho su carácter y su vida adulta. Según el libro, esos años de tensión silenciosa hicieron que desarrollara una gran capacidad de autocontrol, una fuerte orientación al deber, y también una sensibilidad hacia quienes viven en la marginalidad o en el silencio social. En la obra, el actual ministro reconoce heridas que no se cierran fácilmente, y se muestra cómo decidió que no quería que su vida estuviera marcada únicamente por la vigilancia de la mirada del otro. También se observa que su profesion de juez, y luego su rol público, demuestran esa combinación de control interno y voluntad de acción que él mismo conecta con lo vivido en la adolescencia.

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