Cien años oculto: el misterioso joyero de la emperatriz Zita
Durante décadas corrieron rumores sobre la desaparición de las joyas de la familia imperial austríaca

El diamante florentino de la emperatriz Zita. | Wikipedia
Se acaba de hacer público el paradero del legendario diamante Florentino y otras joyas de la última emperatriz Habsburgo, preservadas en secreto en la cámara acorazada de un banco de Quebec. Se ha conocido a través del archiduque Carlos, nieto del último emperador de Austria y jefe de la Casa Imperial, quien ha revelado las razones por las que se mantuvo en secreto la ubicación de las piezas.
Un secreto centenario
La familia real austrohúngara, una de las dinastías más influyentes y longevas de la historia europea, se vio obligada al exilio debido al colapso del Imperio austrohúngaro al final de la Primera Guerra Mundial (1918). El asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo desencadenó la guerra, que llevó a la derrota del Imperio y su posterior disolución. Tras la abolición de la monarquía, la familia imperial tuvo que huir para evitar las consecuencias del nuevo régimen.
En el exilio, la emperatriz Zita trasladó parte de las joyas de la Corona a Suiza. Tras la muerte de su marido en 1922 en Madeira, las joyas fueron traídas a España. Primero fueron llevadas al Palacio Real de El Pardo, lugar en el que Zita dio a luz a la archiduquesa Isabel, para posteriormente depositarlas en Lequeitio (Vizcaya) durante siete años. En 1929, se trasladaron a Bélgica y más tarde a París, antes de viajar a Canadá, donde quedaron ocultas 100 años.
Durante ese tiempo, se pensó que las joyas habían desaparecido o que habían sido robadas. Sin embargo, el nieto de Carlos I, de 64 años, ha revelado en una entrevista para The New York Times que las joyas se mantuvieron ocultas por respeto a la emperatriz Zita. Antes de fallecer, la mujer de Carlos I reveló su ubicación a dos de sus hijos, Roberto y Rodolfo, y les pidió que, por precaución, mantuvieran el secreto durante cien años tras de la muerte del emperador para evitar un posible saqueo o reclamación. De la misma forma, los hermanos trasladaron esta información a sus descendientes. «Para mí, ni siquiera era consciente de su existencia hasta hace poco», comenta el archiduque en el New York Times.
El diamante Médici
La cámara se abrió recientemente, cuando el propio Carlos, junto a dos de sus primos, se reunieron en el banco canadiense para abrir una maleta ajada con las joyas envueltas en papeles.
Entre las piezas encontradas destaca un diamante excepcional de 137 quilates, admirado tanto por su tamaño y su tono amarillo como por su rica historia, ya que antes de pertenecer a los Habsburgo había sido propiedad de la familia Médici. Sin embargo, tras la extinción de la línea masculina de los antiguos gobernantes de Florencia, el diamante pasó a ser propiedad de la Casa de Habsburgo-Lorena. La joya, que adornó la corona de Francisco Esteban durante su coronación, fue examinada por los joyeros Köchert, firma que trabajó en la corte imperial, para verificar su autenticidad.
Una historia de película
La colección también incluye otras piezas de gran importancia por su valor monetario y simbólico. Entre ellas, destacan dos insignias repletas de diamantes de la Orden del Toisón de Oro, fundada en 1430 en Brujas por Felipe el Bueno y compartida entre los Borbones y los Habsburgo por lazos familiares. De una de esas insignias se hizo acompañar el emperador Carlos en su capilla ardiente.
La rumoreada desaparición del diamante y del resto del alijo provocó gran cantidad de especulaciones. Una de las teorías decía que el diamante había sido vendido, junto a otras posesiones. Otra, que el diamante fue entregado a un sirviente de la familia, que se lo llevo a Sudamérica, donde todavía estaría ubicado. También se teorizó sobre la posibilidad de que el diamante hubiera sido cortado para ocultar su identidad, llegando a asociarlo con otro similar que se vendió en una subasta en 1981.
A su vez, el interés por esta historia trascendió a la ficción. Novelas como: The Diamond Affair de Kendra Little, Mystery of the Florentine Diamond de Grant Kelly o The Florentine Deception, de Carey Nachenberg, narran historias sobre las posibles ubicaciones del diamante florentino. La gran pantalla también se inspiró en la historia en películas como: Le Dernier Diamant (2014), dirigida por Éric Barbie.
Abriendo viejas heridas
Las joyas que se llevó Carlos I al exilio se inventariaron por separado al resto de las joyas de la Corona, que permanecen actualmente en Austria. Es por ello que la familia trata estas piezas como parte de su joyero personal.
Este suceso ha provocado la reacción del Gobierno austriaco que, a través de su ministro de Cultura, Andreas Bable, ha anunciado la revisión de la ley de 1919 que expropiaba los bienes de la familia real. Mientras tanto, la familia asegura que quiere exhibir el diamante en algún museo canadiense en los próximos años, negando cualquier plan de venta: «Como descendientes del emperador Carlos I y la emperatriz Zita, nos sentimos profundamente orgullosos y honrados de compartir con el público nuestras joyas privadas, de gran valor cultural e histórico. Deseamos expresar nuestra gratitud al pueblo de Canadá. En agradecimiento a este país y a su gente, nos complace exhibir las joyas familiares preservadas en Canadá, donde han encontrado un nuevo hogar», declara el Jefe de la Casa Imperial.
Este hallazgo no solo devuelve al mundo un tesoro perdido durante un siglo, sino que reaviva la memoria de una dinastía que marcó la historia de Europa durante siglos y que todavía mantiene lazos con la realeza reinante del continente. Más allá de su valor material, las joyas de Zita son testimonio de los grandes cambios que se produjeron durante el siglo XX, del fin de las grandes casas gobernantes y de una familia que sobrevivió al exilio, a guerras y a revoluciones, y que, a través de este gesto, permite que la herencia cultural de los Habsburgo-Lorena siga viva.
