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Palco real

La gramática de las tiaras: historia, símbolo y estatus de las joyas de la corona

En la reciente recepción en el Castillo de Windsor, la tiara de la reina Camila llamó la atención

La gramática de las tiaras: historia, símbolo y estatus de las joyas de la corona

La reina Camila de Inglaterra. | Andrew Matthews (Reuters)

Hace unos días la Casa Real británica recibía al cuerpo diplomático en un evento de gala. Para la ocasión, la reina Camila hizo uso del joyero real, pero a diferencia de otras ocasiones, no eligió una de las piezas más habituales de su repertorio, sino una joya con un significado muy marcado por acontecimientos recientes: la misma que llevó la princesa Eugenia, hija de Andrés Mountbatten-Windsor, el día de su boda en 2018. En un momento en el que el antiguo duque de York vuelve a ser portada tras la retirada de sus títulos reales, la reaparición de esta tiara resulta más interesante que nunca.

Todos conocemos esa frase que dice: «A través de la ropa comunicamos muchas cosas». Pues podríamos decir que las joyas, y sobre todo las joyas reales, tienen todavía un mayor poder comunicativo. En concreto, las tiaras son, desde hace siglos, mucho más que diademas. Funcionan como marcadores de estatus, puentes entre generaciones y elementos de diplomacia visual. Cuando un miembro de la realeza decide lucir una pieza, que en este caso se asocia a una figura apartada de la vida pública, no está simplemente eligiendo un complemento: está interviniendo a través de la gramática de la monarquía.

Lo interesante es la sutileza y elegancia que rodea este gesto, ya que aunque podemos intuir y teorizar, no sabemos exactamente qué se pretende transmitir, amplificando todavía más ese misticismo. En este caso, por ejemplo, las interpretaciones son variadas: hay quienes dicen que es una forma de respaldar a Andrés después de las recientes acusaciones por abuso sexual. Otros que, al contrario, ven en este gesto una forma de legitimar a la Corona frente a las cosas que la perjudican. Y otros ven en esto un gesto de apoyo a las hijas de Andrés, las princesas Beatriz y Eugenia.

Herencia y símbolo de continuidad

La tradición de las tiaras se remonta a la antigüedad clásica. Durante los siglos XIX y XX, las tiaras comenzaron a fabricarse para ocasiones concretas: bodas, coronaciones y recepciones oficiales, siendo utilizadas exclusivamente por las mujeres de la realeza y la nobleza con el fin de resaltar un estatus concreto. En muchas ocasiones, las tiaras se asocian de manera errónea a las coronas, otorgándoles la misma función. Las tiaras son accesorios que siempre se usan como parte de la indumentaria, siempre representan un estatus, pero no siempre la idea de autoridad. Sin embargo, la corona actúa principalmente como un símbolo de autoridad, el cual en muchas ocasiones no se porta, sino que se exhibe y su figura se vincula estrechamente con la Jefatura de la Casa o del Estado que representa.

Otra característica curiosa de las tiaras es su función como vínculo generacional. Se trata de un rasgo que simboliza la continuidad dinástica y los lazos familiares, estableciendo un registro material de linajes y alianzas. En la mayoría de casos, la elección de una tiara es consciente: cada piedra y diseño se convierte en un elemento de comunicación no verbal. Las piedras que las adornan pueden evocar alianzas políticas históricas y homenajes familiares. Es decir, el valor de estas piezas no se mide únicamente por su rareza o su precio, sino por la memoria histórica que transportan. Como dijo la reina Margarita II de Dinamarca: «No contamos los quilates, sino los siglos». 

Diplomacia y poder blando

El poder de las tiaras no se limita al ámbito familiar. En toda Europa y en ciertos países de Asia y Oriente Medio, se han utilizado estos objetos como instrumentos de diplomacia visual. La presencia de estas joyas establece un lenguaje común entre naciones: reconocimiento mutuo, respeto a la tradición y reafirmación del prestigio de la monarquía.

A diferencia de la percepción popular, las grandes piezas de los joyeros reales se catalogan dentro de una especie de inventario compartido de piezas que cruzan fronteras y generaciones. La movilidad de estos objetos permite que, por ejemplo, la tiara prusiana, actualmente propiedad de la Corona española, tenga un origen greco-alemán a través de las raíces de la reina Sofía. Esto convierte a estas piezas cargadas de significado en elementos estratégicos que pueden armonizar una visita oficial y estrechar lazos internacionales.

Un fenómeno pop

La cultura popular ha recreado el aura historicista y de misterio de las tiaras a través de novelas, películas y series. El interés mediático por las tiaras también demuestra cómo la sociedad contemporánea sigue valorando la herencia histórica de las casas reales, no solo por la figura de sus miembros, sino por los objetos que han sobrevivido al tiempo. Cada aparición pública de una tiara se convierte en noticia, una ventana a siglos de tradición y protocolo que se actualiza en cada gesto ceremonial.

La expectación parece inagotable; exposiciones en Reino Unido, Dinamarca, e incluso en España con la próxima muestra sobre la reina Victoria Eugenia, en la que veremos expuesta por primera vez la Tiara Flor de Lis, son algunos ejemplos que, junto al interés social escenificado a través de la prensa, demuestran el claro interés por ver estas piezas «en acción».

La tiara que lució la reina Camila ayer no es solo una joya de gala. En un mundo donde la monarquía se enfrenta a la presión por la modernidad, al escrutinio público y una crisis de legitimidad, las tiaras son un pequeño oasis que emplean un lenguaje propio. En otras palabras, se han convertido en baluartes imprescindibles de la narrativa de las familias reales y de su legado cultural.

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