Jimena, la mujer de Sabina que es 20 años más joven y creció en un ambiente culto de Lima
La joven, que se ha dedicado a la fotografía, y es hija de Javier Coronado, miembro de la Policía Nacional de Perú

Sabina junto a Jimena Coronado y Esperanza Aguirre. | Gtres
Joaquín Sabina ya ha dicho ‘adiós’ a los escenarios. El icónico cantante dio su último concierto en Madrid el pasado fin de semana después de una intensa gira que le ha llevado por todos los lugares del mundo. A pesar de sus más de cinco décadas sobre el escenario, el de Jaén sigue enamorando y congregando a sus oyentes como el primer día. Además, el cantautor no está solo; junto a él se congregan muchos rostros famosos, como los de la presentadora Mónica Carrillo o del periodista Iñaki López, quienes nunca se pierden sus pasos. Aunque eso sí, su compañía más especial es la de Jimena Coronado, su segunda mujer, su confidente y la persona que nunca le ha abandonado y le acompañará también en esta nueva etapa lejos de su actividad profesional.
Jimena nació en Lima, en una familia de clase alta con una fuerte tradición institucional. Su padre, Javier Coronado, tenía un cargo de relevancia en la Policía Nacional, y su madre provenía de un entorno culto y muy orientado a la educación. Desde pequeña creció entre libros, música latinoamericana y un ambiente donde se valoraba mucho la discreción y la educación. Las personas que la conocen definen a Jimena como «lectora voraz», sobre todo de poesía y novela hispanoamericana. También, es muy sensible a la música como el bolero, trova, rock latino y cantautores. En todo momento, ha mostrado su carácter reservado, algo tímido, firme e inteligente.
Jimena Coronado nació en Perú en un ambiente selecto

Como decíamos, la mujer vino al mundo en Perú a finales de los años 60, en el seno de una familia profundamente ligada a la vida institucional. Hija de Javier Coronado, destacado miembro de la Policía Nacional del Perú, creció en un entorno culto, disciplinado y cosmopolita, donde los libros, la música latinoamericana y las buenas conversaciones formaban parte habitual de la vida cotidiana. Desde muy joven desarrolló un carácter observador, sereno y discreto, rasgos que la han acompañado siempre y que marcaron también su posterior vínculo con la figura arrolladora de Joaquín Sabina.
Desde la adolescencia, Jimena mostró una sensibilidad especial por la imagen y el detalle. La fotografía se convirtió en su lenguaje favorito, un espacio donde podía aislar emociones, miradas y ambientes con la naturalidad de quien no busca protagonismo, sino verdad. En los años 90 trabajó para distintos medios en Lima, cubriendo eventos culturales y políticos, y ganándose una reputación como fotógrafa meticulosa, amable y muy profesional.
Cómo conoció a Joaquín Sabina
Su destino cambió en 1996, cuando Sabina viajó a Perú durante una gira. Jimena formaba parte del equipo de prensa que debía fotografiarlo para una entrevista. Aquel encuentro, aparentemente rutinario, fue decisivo para ambos. Sabina quedó cautivado por la calma y la elegancia natural de aquella joven fotógrafa que no parecía impresionada por su fama; Jimena, por su parte, encontró en el cantautor un humor irresistible y una sensibilidad literaria que la atrapó al instante. Lo que empezó como una conversación tímida se convirtió pronto en una relación intensa y profunda, y Jimena se trasladó a Madrid para iniciar una vida junto a él.

A partir de entonces, su presencia se volvió fundamental en el universo íntimo del cantante. Jimena ha sido, durante años, el ancla que sostuvo a Sabina en los momentos más duros, especialmente tras el ictus que sufrió en 2001. Ella coordinó tratamientos, controló visitas, protegió su descanso y se convirtió en su apoyo diario cuando el artista atravesaba dificultades físicas y emocionales. Amigos cercanos coinciden en que Jimena aportó orden, calma y estabilidad a una vida marcada por la creatividad desbordante y los excesos de juventud de Sabina.
Su relación, construida lejos del ruido mediático, se caracteriza por una complicidad evidente, por un humor compartido y por un cariño maduro que se ha ido fortaleciendo con el tiempo. Jimena nunca ha buscado los focos; prefiere mantenerse detrás de la cámara, en la sombra, acompañando sin imponerse, sosteniendo sin exhibirse. Pero su influencia en el día a día de Sabina es indiscutible; organiza su ritmo de vida, cuida su entorno, gestiona compromisos y actúa como un filtro amable frente a las exigencias del mundo exterior. Y ahora, también, su jubilación.
Una boda íntima en el ayuntamiento de Madrid
Tras más de dos décadas juntos, Sabina y Jimena decidieron formalizar su historia de amor con una boda íntima celebrada el 29 de junio de 2020 en el Ayuntamiento de Madrid. Fue un acto breve, discreto y simbólico, con solo dos testigos y sin la presencia de prensa. Sabina lució chistera —un guiño a su propia leyenda— y ambos celebraron después con un almuerzo sencillo, como corresponde a una pareja que nunca ha necesitado grandes rituales para reafirmar lo que ya vivían a diario. A pesar de su carácter reservado, Sabina ha hablado, en varias ocasiones, sobre su pareja, a quien ha definido como «mi casa, mi calma y mi centro».
La historia de Joaquín Sabina y Jimena Coronado se ha consolidado como una de las relaciones más sólidas y discretas del panorama cultural español. Desde que se conocieron en 1996, su vínculo ha evolucionado hacia un equilibrio casi perfecto entre cariño, humor, admiración mutua y una convivencia tranquila que contrasta con la vida frenética que durante años acompañó al cantautor. Para Sabina, Jimena representa un punto de apoyo emocional imprescindible. Ella llegó a su vida en un momento de enorme exposición pública y de cierta inestabilidad personal, y lo hizo sin pretensiones, sin ruido y con una serenidad que él mismo ha descrito como «un salvavidas». Desde entonces, Jimena ha sido su acompañante silenciosa, su organizadora cotidiana, la persona que crea un espacio de calma en torno a él, alejándole de excesos y presiones innecesarias.
La relación se caracteriza por una complicidad cotidiana con bromas privadas —que luego se hacen públicas— que solo ellos entienden, largas conversaciones tranquilas, silencios compartidos y una forma de cuidarse mutuamente sin estridencias. Jimena conoce cada detalle del carácter de Sabina —sus ritmos, sus manías, su fragilidad física, su ironía corrosiva— y él encuentra en ella una mezcla de dulzura y firmeza que le equilibra.
Como decíamos, tras el ictus que sufrió en 2001, el papel de Jimena fue decisivo. Se encargó de su recuperación con una dedicación absoluta, gestionando médicos, agendas y visitas, y acompañándolo incluso en los momentos en los que él se sentía más vulnerable. Ese periodo fortaleció aún más el vínculo, convirtiendo su relación en un apoyo emocional y práctico imprescindible. En el día a día, llevan una vida tranquila, familiar y organizada, alejada del frenesí. Jimena mantiene un perfil bajo y evita cualquier foco mediático, algo que Sabina valora profundamente. Él, por su parte, la coloca en un lugar central de su vida: confía en ella, la escucha y se deja cuidar, mostrando una faceta más suave y reposada que contrasta con su imagen pública irreverente y bohemia.
