Cuando el Rey entra al salón de casa: tradición y simbología de los discursos de Navidad
Cada año, monarcas de distintos países se dirigen a sus ciudadanos para transmitir un mensaje de carácter institucional

El rey Felipe VI durante su discurso de Navidad de 2024. | © Casa de S.M. El Rey
Desde hace décadas, millones de ciudadanos a lo largo del mundo asisten a un ritual transversal en todo el mundo: escuchar el mensaje de Navidad de su jefe de Estado. Este trascendental acontecimiento es uno de los pocos momentos en los que la cabeza de la nación, y por lo que a esta sección concierne, un monarca, se dirige a sus ciudadanos sin intermediarios políticos y con la atención puesta en sus inquietudes, haciendo balance del año por terminar. Puede parecer un gesto aparentemente sencillo, pero esconde un gran significado histórico, simbólico y, sobre todo, institucional: una de las citas fundamentales de las monarquías contemporáneas.
Actualmente, los discursos se emiten por televisión, cortesía de Isabel II del Reino Unido, la primera en emitir un discurso de Navidad por la pequeña pantalla en 1957. Sin embargo, no fue la primera vez que se realizaba un discurso de Navidad para la nación. Su origen, también británico, tiene como protagonista a Jorge V, padre de Isabel II. El entonces rey concedió el primer discurso de Navidad en 1932 a través de la radio. Impulsado por la BBC, el monarca quiso reforzar su presencia en todo el Imperio británico y calmar a la ciudadanía ante las tensiones internacionales. Este primer discurso, aunque diferente al modelo actual, fue el precedente de una potente herramienta comunicativa que se ha transformado para adaptarse a las nuevas tecnologías y a las demandas de la ciudadanía.
Estabilidad en tiempos de cambio
El discurso de Navidad cumple varias funciones que, a nivel institucional, son muy relevantes. Principalmente, actúa como un símbolo de continuidad y permanencia: el monarca persiste año tras año, aunque haya cambios en los gobiernos. Por otra parte, también sirve como recordatorio de los valores generales compartidos por los ciudadanos, algo especialmente destacable en tiempos de polarización, ya que fomenta la unidad. Finalmente, puede funcionar como un termómetro para el propio monarca. Las preocupaciones generales, las prioridades del soberano o los mensajes que se pretende trasladar sobre cuestiones internas de la propia Casa Real son elementos de gran calado y trascendencia. Ejemplo de ello puede ser la mención a comportamientos impropios de miembros de la realeza o a acontecimientos que hayan podido afectar a la imagen de la Corona y que, de este modo, se intentan remediar.
Cuando un discurso cambia la historia
Aunque es cierto que la mayoría de los discursos se parecen y siguen un patrón muy similar: análisis del contexto económico y social, con poca carga política y, como no, acompañado de una felicitación final. Pero no olvidemos que, en ocasiones, el mensaje ha dejado huella en la historia.
Uno de los ejemplos más destacados sea el discurso de Navidad de Margarita II de Dinamarca de 2023. Ese año, la reina se dirigió a los ciudadanos daneses el 31 de diciembre, como era costumbre, pero en esta ocasión, además de abordar los temas habituales, anunció su abdicación al final del discurso. Un gesto que impactó fuertemente en Dinamarca y en el resto del mundo. Sin filtraciones previas ni debates, la reina Margarita decidió comunicar su abdicación en el momento de mayor exposición social, apelando directamente a la sociedad. En un mensaje claro, renunció a una idea que parecía incuestionable: su reinado hasta la muerte. Otro ejemplo, menos explícito, fue el de Akihito de Japón, que en su discurso de 2016 dejó abierta la puerta a su inminente abdicación en favor de su hijo Naruhito. Supuso la primera abdicación en la Casa Imperial nipona en dos siglos, marcando un hito en la historia del país.
El simbolismo de lo que pasa desapercibido
Los discursos de Navidad son un acto de simbolismo absoluto. Desde la ubicación hasta la elección decorativa, la vestimenta o las pausas y los planos escogidos, todo tiene una intencionalidad concreta. Es recurrente ver fotografías situadas en un segundo plano en las que suelen aparecer los herederos, reforzando la idea de continuidad de la Corona, o imágenes de acontecimientos relevantes ocurridos durante el año que se marcha. Las salas en las que se graban los discursos también transmiten un mensaje. Cuando se eligen estancias más pequeñas y acogedoras, situadas en palacios con menor peso institucional, se busca proyectar una imagen más cercana y austera; en cambio, el uso de grandes palacios y salones amplios pretende reflejar un discurso más institucional, más vinculado a la historia y con mayor carga simbólica.
Un evento hecho tradición
En plena era digital, marcada por la fragmentación de audiencias, la hiperconectividad y el consumo inmediato de información, podría pensarse que estos discursos están destinados a diluirse y pasar a un segundo plano. Sin embargo, sucede justo lo contrario. Año tras año, estas intervenciones concentran picos de audiencia difíciles de replicar por cualquier otro contenido institucional, incluso en sociedades cada vez más secularizadas y políticamente críticas con la figura del rey.
La clave reside en su carácter excepcional. Es uno de los pocos momentos en los que la monarquía convoca a todos los ciudadanos. La emisión a una hora fija, el formato reconocible y la ausencia de réplicas inmediatas crean un espacio casi ritual que contrasta con la lógica del consumo rápido. Estos mensajes han sabido adaptarse sin romperse. Aunque se emitan por televisión, hoy se consumen de forma masiva en redes sociales, en clips breves, titulares seleccionados o análisis posteriores. La monarquía ya no controla completamente la interpretación, pero sí sigue marcando el punto de partida del debate. Una frase, una omisión o un énfasis concreto pueden dominar la conversación durante días.
La vigencia de estos discursos confirma una paradoja central de las monarquías contemporáneas: cuanto más se cuestiona su utilidad política, más relevante se vuelve su función simbólica. La palabra del soberano ya no ordena, pero orienta. En sociedades marcadas por la incertidumbre, esa capacidad de ofrecer un marco compartido, aunque sea durante unos minutos al año, sigue siendo un activo difícil de sustituir.
Por eso, los discursos de Navidad causan expectación a todos los niveles y son analizados al milímetro, porque continúan siendo una prueba anual de legitimidad, adaptación y sentido. Un recordatorio que aleja el ruido de la política diaria y cuyo mensaje apela a los valores comunes de una nación, tendiendo puentes entre el ciudadano y la más alta institución.
