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Las opciones de Trump para ser reelegido

Las opciones de Trump para ser reelegido

El presidente cuenta a su favor con la gestión económica y con haber colocado una nueva juez en el Supremo. Su mayor obstáculo, su gestión del COVID

El refranero de la política estadounidense nos habla de que unas elecciones en las que el presidente que está en el cargo se presenta a un segundo mandato se convierten automáticamente en un referéndum sobre su gestión.

Por eso no sorprende que, si uno entra en la web de la candidatura de Donald Trump, compruebe que, a diferencia de la de su rival, no hay ni una sola propuesta concreta. Y es que el programa electoral de Trump es seguir siendo Trump o, como él diría, “seguir haciendo América grande otra vez”.

Pero el presidente no lo tendrá fácil para lograr la reelección. Todas las encuestas le sitúan al menos diez puntos por detrás del demócrata Joe Biden, una distancia que se antojaría casi definitiva si en 2016 no se hubiese visto en la misma situación contra Hillary Clinton. Sin embargo, hace cuatro años Trump dio la campanada y, pese a perder el voto popular, logró los votos electorales suficientes para llegar a la Casa Blanca.

Con todo, desde la campaña de Trump saben que no será fácil repetir la machada y que el magnate deberá aprovechar cada oportunidad para acercarse a Biden en los pocos días que quedan para los comicios. Más si cabe después de que en el último debate entre ambos candidatos el presidente no lograra asestar a su rival un golpe de gracia.

Pero al margen de las florituras propias de una campaña, la demografía es tozuda y no precisamente a favor de Trump. El magnate cuenta con una parroquia fiel, el grupo de los que están muy convencidos y que le apoyarán sin fisuras. Sin embargo, la pregunta es si serán suficientes para asegurarle la reelección. Y es que la clave de la victoria de Trump en 2016 no estuvo tanto en que el republicano consiguiera seducir a más votantes que su rival —como hemos dicho, perdió el sufragio popular—, sino en que muchos demócratas se quedaron en casa por el poco atractivo de Clinton como candidata.

La abstención es, por tanto, el problema de los demócratas. Sin embargo, parece que gran parte de los que no se molestaron en aparecer por las cabinas de votación en 2016 estarán dispuestos el 3 de noviembre a taparse la nariz —porque Biden tampoco genera especial entusiasmo— y votar por el insípido candidato demócrata con tal de evitar cuatro años más de Trump en el Despacho Oval.

Donald Trump (i) y Joe Biden (d), durante el primer debate presidencial.

Balance de cuatro años de gobierno

En este plebiscito sobre la figura de Trump y su visión de Estados Unidos, los norteamericanos deberán sopesar los aciertos y los errores de estos cuatro años de Administración republicana.

El mayor debe de la gestión de Trump es sin duda su gestión de la pandemia del coronavirus, al menos en su dimensión sanitaria. Las muertes por COVID-19 han superado las 225.000 y casi 9 millones de estadounidenses han contraído el virus. Además, la incidencia del contagio sobre la población es superior a la de países como España: Estados Unidos presenta una ratio de 23.600 casos por millón de habitantes, por los 18.200 de nuestro país.

La promesa estrella de Trump para contrarrestar estos datos es la vacuna. Tal y como el presidente anunció durante el primer debate presidencial, tres farmacéuticas estadounidenses se encuentran ya en las fases finales del desarrollo del antídoto (aunque Johnson & Johnson tuvo que interrumpir sus ensayos). Su vicepresidente, Mike Pence, aseguró a su vez que ya se están produciendo “decenas de millones de dosis” de la vacuna.

Mejor le ha ido al magnate en el aspecto económico. Antes de la pandemia, la tasa de paro había descendido a niveles nunca vistos en más de cincuenta años y, tras la crisis provocada por el virus, la recuperación está siendo mucho más rápida de lo que los expertos vaticinaban. Esta buena gestión es el gran aval de Trump de cara a las urnas.

El otro as en la manga para los republicanos es la vacante ocupada en el Tribunal Supremo de Estados Unidos tras la muerte de la juez Ruth Bader Gingsburg. Tras conocerse la noticia, la Administración Trump comenzó a trabajar rápidamente en un sustituto y la elegida ha sido Amy Coney Barrett, una conservadora de gran prestigio en los circuitos jurídicos.

Donald Trump (i) observa a Amy Coney Barrett (d), durante la presentación de esta como candidata a juez del Tribunal Supremo.

La confirmación de Barrett, que juró el cargo el pasado 26 de octubre, supone el inicio de una clara mayoría conservadora en el Alto Tribunal, con seis jueces conservadores y solo tres progresistas. Esta circunstancia ha hecho que el Tribunal Supremo se convierta en uno de los principales ejes de la campaña, ya que, en caso de resultar vencedor, Joe Biden podría optar por aumentar el número de jueces (actualmente fijado en nueve) y de esa forma reequilibrar las fuerzas. Habrá que esperar para ver qué partido consigue movilizar a más votantes en base a esta encrucijada.

Estados Unidos afronta una de las elecciones más polarizadas de su historia reciente, con dos visiones antagónicas del país. Solo resta comprobar si nos espera una noche electoral tan ajustada como la de 2016.

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